Hace 148 años, un día como hoy, en la Calle Ferraz de Madrid, y retirada de cualquier febril actividad, la Avellaneda esperó su hora final en el mundo de lo conocido. España vivía momentos convulsos. Eran otros tiempos. Hacía frío.
La célebre poetisa de Cuba y de España, de América, de Europa, y del mundo entero -porque es patrimonio de la cultura universal-, dejó de existir físicamente. Pero jamás murió.
Durante las treinta y seis horas siguientes al deceso, el cuerpo de la Avellaneda fue velado “asidua y constantemente” por varias señoras que ella misma dispuso en su testamento.
Dispongo primeramente que nadie profane mi cadáver con vestimentas innecesarias, sino que se le deje en el lecho tal cual quedare después de exhalar el alma, sin cubrirle la cara, y velando cerca de él una o dos personas piadosas.
Gertrudis Gómez de Avellaneda no quiso que su funeral fuera pomposo, y así se cumplió. Quizás por eso y por otras sencillas razones muy pocos se enteraron de su muerte en el momento que aconteció. No obstante, el periódico El Imparcial daba la noticia al día siguiente en una sencilla nota donde lamentaba profundamente la irreparable pérdida sufrida por las letras universales.
En la mañana del día dos de febrero, y antes de la traslación del cadáver al cementerio, tuvo lugar el reconocimiento facultativo del médico que la atendió durante sus últimos minutos de vida, y también de un segundo médico que certificó con exactitud la evidencia de la muerte física. Su cadáver fue trasladado entonces a la sacramental de San Martín, donde se le guardó en depósito sin dársele sepultura bajo la guarda e inspección de un sacerdote y del encargado del cementerio. “Anteayer domingo, a las once de la mañana, fue conducido (…) al cementerio de la sacramental de San Martin el cadáver de la Señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda”, publicó el martes cuatro de febrero La Discusión, un conocido periódico madrileño. Después de hacerse eco de otros periódicos de la corte que igualmente lamentaban la pérdida de la autora de Saúl, Baltasar y La hija de las flores, recordaba que:
El gran poeta Quintana y la célebre Avellaneda han sido los únicos de nuestros poetas que han obtenido durante su vida un ramo de laurel para su frente. La posteridad, al juzgar sus obras, colocará también estos dos nombres entre aquellos que más gloria han dado á las letras españolas.
Un poco más abajo, y tras hacer una reseña sobre los avatares de su vida, y narrar las circunstancias que rodearon la repentina muerte física, así como describir el sencillo cortejo que seguía su carro funerario, agregaba:
Varios compatriotas de la señora Avellaneda la acompañaron también hasta su último asilo, y uno de ellos depositó sobre el ataúd una corona de laurel, recuerdo ¡ay! de la tierra natal á una de sus hijas más distinguidas, á la vez que tributo de merecida consideración al genio que nos ha arrebatado la muerte.
El día cinco, la revista Las hijas del sol, publicó un artículo-homenaje de la baronesa de Wilson, que el blog La divina Tula transcribió hace unos años. Días después la misma revista publicó un segundo artículo, esta vez firmado por Catalina Rando de Boussingault, gran periodista y amiga de la finada.
En los días sucesivos otros medios como La América, La Convicción, La Época y La Ilustración Española y Americana publicaron igualmente sendas reseñas, destacando el majestuoso homenaje tributado por Teodoro Guerrero en La Ilustración… y que en su día, fue, igualmente publicado por el blog La divina Tula.
El cinco de febrero, cuatro días después de haber fallecido, y una vez comprobado que su cuerpo presentaba evidentes signos de descomposición y putrefacción, se le trasladó al nicho que interinamente ocupó hasta que, pasado un tiempo, sus restos mortales fueron trasladados al cementerio de San Fernando de Sevilla y depositados junto a los de su marido Domingo Verdugo, donde aún se conservan.
Con sorpresa hemos comprobado que el siete de febrero en La Correspondencia de España, diario universal de noticias y eco imparcial de la opinión y la prensa, fue publicada una de las esquelas más importantes relacionadas con el fallecimiento de la Avellaneda. El objetivo de la comunicación era el de invitar a los amigos al funeral que se efectuaría en la iglesia de San Marcos al día siguiente. Transcribimos el contenido de la esquela por estar borroso el original del recorte de periódico que insertamos al principio del post.
La señora Dª Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, viuda de Verdugo, falleció el día 1º de febrero de 1873, a las tres de la mañana.
R.I.P.
Su padre político, sus hermanos, hermanas políticas, sobrinos, demás parientes y [ininteligible], suplican a los amigos que por olvido no hayan recibido esquela de invitación, se sirvan encomendarla a Dios y asistir al funeral que por el eterno descanso de su alma, se ha de celebrar el sábado 8 del corriente, a las diez de la mañana, en la iglesia parroquial de San Marcos, en la que recibirán especial fervor.
El duelo se despide en la iglesia.
Todas las misas que se celebren durante nueve días, a contar desde el sábado 8 en las parroquias de Santiago y San Marcos por los sacerdotes adscritos a dichas parroquias, serán aplicadas en sufragio del alma de la finada.
Lo tremendamente curioso de la esquela es que su padrastro, D. Isidoro Gaspar Escalada, personaje con el cual la Avellaneda mantuvo a través de toda su vida una pésima relación por motivos más que fundados, encabece la lista de los sentidos y dolientes familiares. Esta información jamás ha sido comentada por ningún crítico especializado y merece un estudio profundo en un futuro inmediato.
Han pasado 148 años desde que Tula nos dejara. Pero creemos que jamás se nos fue realmente. Hoy más que nunca está viva y su presencia se siente.
Manuel Lorenzo Abdala