Revista Cine

Trilogía Mick Travis: Variaciones iconoclastas sobre Inglaterra.

Publicado el 14 marzo 2013 por Esbilla

Ciclo Trilogía Mick Travis en el CICA:

 http://nevillescu.wordpress.com/2013/03/05/despues-de-la-felicidad-ii-inglaterra-me-ha-hecho-asi/

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*Para esta segunda entrega de nuestro ciclo sobre el Free Cinema hemos decidido acudir a las fuentes, al fundador del movimiento Lindsay Anderson. Pero como la voluntad del CICA es excéntrica no lo hemos hecho para buscar sus títulos fundacionales, sino para ver como él mismo, con la indispensable ayuda del guionista, dramaturgo y novelista David Sherwin,  retornó casi al final de la década de los 60 con la intención de renovar la corriente mediante la inoculación de una serie de sustancias vitriólicas, psicodélicas e iconoclastas que se mantuvieron activas en la sangre de su cine a lo largo de más de una década, entre 1968 y 1982, ofreciendo una radiografía malformada y salvaje de una época de destrucción de los sueños usando como vehículo perplejo al personaje-icono de Mick Travis, interpretado por el rostro nuevo y singular de

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Malcolm McDowell en If… (1968), Oh, Lucky Man! (1973) y Britannia Hospital (1982) al cual sumamos esa variación posible que es La naranja mecánica.

Travis es más que un personaje un estado de las cosas, un ente líquido que Anderson usa para analizar una década entre su oscuro amanecer en 1968 y su horrible crepúsculo de 1982. Travis es el principio y el final de los 70. Como Jack el destripador con respecto al Siglo XX puede decir que los 70 nacen con él en la rupturista If…

Esta primera entrega mantiene a lo largo de la mayoría de su metraje un tono realista a través de cual analiza sin piedad el sistema educativo de las élites británicas localizando la narración en un internado masculino. Pero lo que hasta su tercio final era un trabajo clásico es dinamitado con la irrupción violenta de la anarquía, el nihilismo, lo surreal y el absurdo con el héroe, Travis, convertido en terrorista para gritar que la destrucción, la fuga mental, la imaginación pura y la anarquía son el único modo viable de luchar contra el Sistema, es decir contra nosotros mismos como explicita Anderson en ese último plano de la película: Malcolm McDowell ametrallando directamente en dirección al público.

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En 1973 Anderson hace regresar a Travis para apropiándose del  Cándido de Voltaire para integrarlo en una sátira total, desmesura, grotesca y fantasiosa de la sociedad británica de la época. Todas y cada una de las instituciones británicas son agredidas sistemáticamente a través de la aventura de Travis, un emprendedor optimista que ira siempre al futuro, a lo largo y ancho de los estratos sociales de una Inglaterra que le pasa por encima aprovechándose de todas sus intenciones las buenas y las malas. Travis fracasa por sistema, porque como la canción de los Beach Boys, sencillamente no está hecho para estos tiempos. Y aún así sonríe, hasta cuando no quiere tiene que sonreír.

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Afilando los aspectos experimentales de la original Oh, Lucky Man contiene su propio comentario satírico en forma de unos números musicales primero aislados y luego integrados en la trama del ex-Animals Alan Price que ya anuncian el retruécano metatextual con el cual Anderson culmina la idea de que una película con tal lógica narrativa y formal libertaria por fuerza termina por darse cuenta de sí misma, certificado, además, que anda termina nunca: solo vuelve a comenzar en una versión más patética.

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Con Inglaterra siendo desmontada pieza  a pieza por Margaret Thatcher parecía obligado que Mick Travis y Lindsay Anderson regresaran. Los primeros 80 en Inglaterra estaban marcados por la reconversión industrial, el desmonte del estado del bienestar, las huelgas, los disturbios callejeros y la política gubernamental más despiadada e indiferente al sufrimiento vista en Europa desde la 2ª Guerra Mundial y tristemente igualada en nuestro presente. Un fraude universal, la estafa del siglo.

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Pero a la vez supusieron uno de los grandes momentos de creatividad en el underground británico sacudido poco antes por el punk. Britannia Hospital emerge de allí como la versión de combate de Travis para la Inglaterra thatcheriana.

La película, con Travis diluido en su disposición coral y más excusa que nunca, se relaciona de manera directa tanto con la tradición satírica del humor británico, como dice Alan Moore en el sentido de algo tan real que no puedes evitar reconocerte, como con la fértil escuela de los fanzines, las revistas de cómics y la televisión practicada durante los últimos 70 y primeros 80.

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Un tipo de humor que hermana la agresión y el absurdo, la violencia y el realismo social, el cometario crítico del presente y la voluntad iconoclasta frente a todo. Britannia Hospital aparca cualquier sutileza y cualquier experimentación con el lenguaje a favor de la urgencia, de la ficción de combate, orgullosamente panfletaria y proactiva.

Solo un año después, en 1983, los Monty Python estrenaron su sátira general El sentido de la vida, certificando la perfecta sincronía entre su trabajo y la trilogía de Mick Travis de Lindsay Anderson. Una conexión a partir de la cual pueden trazarse múltiples vectores que formarían una geografía de ficciones y narradores en al cual cabrían desde El Prisionero hasta los cómics de 2000AD, el Juez Dredd a la cabeza, series como Caída y Auge de Reginald Perrin, autores como Alan Moore, Kevin O’Neil, Grant Morrison, Dennis Potter… o Stanley Kubrick.

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Kubrick ejerce de cierre para este ciclo Mick Travis a través de La Naranja Mecánica, una especia de Travis del otro lado del espejo, una variación distópica del arquetipo con McDowell en clave maléfica pero igual de encantadora. Como si tras If… el personaje se hubiese escindido en dos posibles futuros representando La Naranja Mecánica uno de ellos. ¿O quizás la variación es ya el Mick Travis de If… con respecto a la novela de  Anthony Burgess publicada en 1962? Las corrientes de la ficción y sus espacios compartidos son tan intrincados que responder a eso es imposible.

Hiperviolenta y ambigua, pesimista y burlona ofrece sugestivos paralelismos y una imaginería compartida con la trilogía de Anderson, quizás la más llamativa, por recurrente y simbólica, la de McDowell monitorizado, con su cabeza llena de cables que intentan escrutar el extraño funcionamiento de un cerebro caleidoscópico, con vistas directas y polimórficas a la Inglaterra de los 70 y más allá.*

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