Las tres fueron rechazadas al primer carajazo contra el asfalto, se volvieron leña. Juntas se fueron al casting de “Termineitor 3” y en la primera escena de acción, sus miembros salieron disparados por todas partes. El director se molestó como nunca –coño tenía razón–: «¡CORTE!» –dijo, iracundo, mientras brazos, piernas y cabezas rebotaban sin un patrón definido, pero pa’ lante, siguiendo el curso de la inercia. Así fue como escogieron a esa T-X rubia despampanante.
Con el tiempo buscaron trabajo en una tienda erótica. Estaban de lo más emocionadas. Serían el juguete oculto de cuanto hombre solitario, que por harto de usar sus manos, quisiera entregarse al peor es nada polímero termoestable; o quizás de alguna mujer que jugando para el mismo bando, el cavernoso no sería de primera necesidad para colmarse toda. Pero hubo un defecto de fábrica y aunque las tres lo sabían, las muy descaradas se hicieron las locas. Sólo recuerdan a los clientes, algunos con sombreros y lentes oscuros, armando el merecido zafarrancho al dependiente de la SEX SHOP: «Vino sin vagina»...«¿Cómo?»... A lo que los ofendidos clientes reiteraban: «Sin vagina, sin la rayita».
En su desesperación y dado el elevado costo de la vida algo tenían que hacer; producir el dinero necesario para el sustento y justificar sus existencias en este reino “full empty” como decía una de ellas. Por algo Dios –bueno a decir verdad las máquinas–, las trajo al mundo. Tras un anuncio de prensa y el vertiginoso tiempo de los cuentos, fueron seleccionadas como Cheerleaders de un equipo de baloncesto venezolano (no de la NBA, no se crean). Todo iba de maravilla hasta el medio tiempo. La música cabilla comenzó a sonar para que se tongonearan como la anatomía manda, pero sus rígidos movimientos no pasaron desapercibidos por el público, que entre chiflas, abucheos e infinitos vasos de cervezas, las corrieron del lugar. «Chama, lo que más me arrechó no fue tanto eso, sino que me pusieran la cancioncita esa, la del panameño, la que dice “Ella era una chica plástica...” Su madre».
Fueron mesoneras, pero las despidieron por el inevitable baño de café caliente que caía sobre los clientes cuando intentaban servirlos; salvavidas tipo “beiguach”, pero todos los bañistas imprudentes se les ahogaban puesto que no podían sumergirse a las profundidades para rescatarlos; lo intentaron en un escuadrón de bomberos, pero a la primera alarma de incendio salieron corriendo; también de trabajadoras sociales pero nadie les creía por plásticas...
Fueron días muy difíciles. Estaban conversando sobre el duro proceso de conseguir empleo en la ciudad. Rememorar sus anécdotas ahora sí les resultaba gracioso desde la comodidad de su vitrina, salvo por la prima Dilcia, que como la canción del Puma, perdió la cabeza, los brazos y las extremidades inferiores, no por amor, sino por una fuerte insolación que agarró en la playa. Literalmente se derritió. La pobre está allí al lado izquierdo de la foto y casi nadie la toma en cuenta.
«Chama, menos mal que conseguimos este trabajito, aunque ya me duele el brazo por tenerlo alzado... ¿Y yo, que tengo los dos arriba?, deja la quejadera chica... Yo lo que necesito es darme un buen baño, ya me apestan las axilas, uff...Por cierto, no te vendría mal hacerte una lipo...Ay sí, plasticamo diciéndole a morrocoy polimerúo, mírate en el reflejo, deberías hacerte las lolas que se te están cayendo... Pero bueno, dejen la discutidera que las tres somos iguales y aquí nos pagan por posar. A trabajar, que hay gente viéndonos, a trabajar...»