Revista Comunicación

Tristeza

Publicado el 17 octubre 2017 por Alex

Tristeza

Hoy iba a subir la reseña de Juego de Reinas, de Pablo Núñez, pero sé que él sabrá perdonar que no lo haga y dedique la entrada a este tema.  Seguro que vosotros también y, si no os interesa, podéis dar la vuelta y salir por el mismo lugar por el que habéis entrado. Nadie tiene la obligación de leer algo que no quiere, del mismo modo que yo tengo derecho a expresar lo que quiero en este blog.

No planeaba escribir esta entrada y, en caso de hacerlo, pensaba publicarla en Snow in august, ya que es mi blog personal, pero al final cambié de idea, aunque no voy a compartir con vosotros el porqué de que hubiese decidido subirla aquí en lugar de allí. Lo que sí os voy a contar es qué me decidió a escribirla: los comentarios que leí en cierta red social mofándose de una Galicia herida a la que llamaban «basura». Y yo, como gallega, no puedo tolerarlo.

Nací en Lugo y aquí he vivido toda mi vida, rodeada de naturaleza y de leyendas, de historia, de supersticiones, de magia. Esa magia que tanto os atrae de otros países, pero que no valoráis en vuestro propio país. Como gallega, he visto incendios, claro que sí. Incluso pasamos mi familia y yo a través de uno volviendo de casa de mis abuelos. Entonces era una niña y no puedo olvidar el calor abrasador de las llamas que había a un lado y otro de la carretera. Mi cuerpo lo recuerda, igual que recuerda el miedo y el olor. Ese olor a quemado, a vida destruida, a desolación. Pero, aparte de eso, no recuerdo una sola vez en que los incendios de la montaña dejasen tal aspecto en la ciudad. No recuerdo haber visto caer ceniza del cielo como vi anoche. Tampoco recuerdo que el olor a quemado y el humo se colasen en mi casa incluso con las ventanas cerradas, ni que la ceniza llenase los rieles de las ventanas. Y mucho menos recuerdo haber visto el cielo negro a causa del humo.

No, no lo recuerdo, pero por desgracia lo he vivido desde ayer.

El corazón de los gallegos llora lágrimas de sangre mientras la gente protesta por la cobertura que se le está dando, cuando no se quejaron de la cobertura dada al asunto de Cataluña. No piensan en la magnitud de lo que está sucediendo en una tierra que, abandonada en una esquinita del país, allí al norte, solo se recuerda por el dictador que «exportó», por Rajoy, por la comida, las fiestas y los paisajes. No,  no la recuerdan. Tampoco lo hacen sus dirigentes (ni el que dirige el país, ni el que está al frente de la comunidad autónoma), a pesar de que por sus venas corre sangre gallega.  O eso, o lo que realmente corre es agua, porque parece mentira.

Los gallegos mirábamos con preocupación a Portugal. Nuestros hermanos estaban siendo asolados por los incendios.  Y, para mí, que tengo una relación sentimental con el país (con Portugal, no con un portugués) era doloroso ver las imágenes de los que considero hermanos desesperados, llorando por haberlo perdido todo.

Tristeza

Cualquiera que sepa un poco de historia conocerá qué une a Galicia y Portugal y cómo nos solidarizamos unos con otros en los momentos en los que nos azota alguna tragedia. De hecho, una de las imágenes más compartidas que he visto estos días, ha sido la de camiones de bomberos cruzando la frontera camino a Pontevedra para ayudar. Estando como están ellos saturados.

Pero, como muchos de esos energúmenos que se esconden tras la pantalla de un ordenador —sin los cojones u ovarios necesarios para decir eso en persona a toda esa gente que, cubos y papeleras en mano, formaron cadenas humanas para salvar sus casas y las de los vecinos—, no  tienen idea de nada y hablan por hablar, buscando un segundo de miserable gloria, tampoco saben lo que se ha perdido. No entienden, por ejemplo, que haya muerto una persona tratando de salvar a su ganado, su medio de vida. Porque Galicia es fundamentalmente rural y, por tanto, lo que se ha quemado y se sigue quemando es el medio de vida de cientos de personas.

No, no lo saben. Tampoco quieren saberlo. ¿Por qué? Porque son unos cobardes y unos ignorantes. Pero, por desgracia, de eso está España lleno. Si una vez alguien me dijo que no venía a las fiestas de San Froilán porque «bajaban los montañeses de la montaña», como si de repente Lugo se convirtiese en el codiciado tesoro de unos tipos vestidos con pieles, melena al viento, la cara pintada y garrote en mano.  Sí, ya veis. En la montaña gallega, la gente se cubre con pieles de cabra y, si te descuidas hasta te puedes encontrar dinosaurios.

Es muy triste este desamparo que sentimos los gallegos. Ver las cadenas humanas combatiendo el fuego por falta de efectivos, nos trajo a la memoria las cadenas humanas que se formaron para limpiar el desastre del Prestige. Y otra vez hemos sentido la misma desolación, la misma impotencia, la misma rabia y el mismo dolor. Otra vez sangran unos corazones heridos mil veces. Pero, si por algo nos caracterizamos los gallegos, es por nuestro espíritu de lucha, por nuestra solidaridad y por el amor que tenemos a nuestra tierra.

Bueno, al menos algunos. Otros queman Galicia, o minimizan el asunto igual que hicieron con los «hilillos de plastilina» del Prestige.

No os podéis imaginar lo que duele la mofa cuando caminas por tu ciudad y, cuando miras hacia los Ancares no ves nada más que negrura. Humo, humo, humo. Y olor a quemado.

Tal es el nivel de «hijoputez» de quienes iniciaron los incendios, que las vidas humanas les importan tres cojones. Aquí, en la capital de la provincia de Lugo, iniciaron fuego cerca del hospital y de una residencia de ancianos. ¡Con un par, sí señor! Cerca de casas, poniendo en peligro la vida de gentes y animales.

Y sí, todos miran hacia los brigadistas despedidos. Y también hablan de la recalificación del terreno quemado. Hablan, hablan, hablan. Se quejan todos, pero nadie aporta soluciones para que estas cosas no pasen, para que no arda Galicia cada año sin que a nadie le importe. Total, solo es un lugar lleno de montañeses que se visten con pieles y cazan con garrote, donde se come bien, hay buenos paisajes y no hacen mucho ruido, porque son así de tontos.

Y así, mientras se despliega un contingente de efectivos para detener un referéndum ilegal, lo que se envía para paliar esta catástrofe es una miseria. Y eso es otra forma de mofarse de esta «terra asoballada», de una tierra que no necesita más catástrofes, porque ya ha vivido unas cuantas.

No os hacéis una idea de lo indignante que resulta escuchar a Rajoy mientras se pasea por ahí diciendo que esto no es casual. ¿No? ¿En serio? ¡No me jodas, Marianito! No teníamos ni idea, porque los gallegos somos tontos y necesitamos que vengas tú a iluminarnos. Que sería un poco extraño que el fuego que asola Portugal asolase también la montaña lucense, ¿no? Digo, por la distancia.

Este es un mes negro. Un mes en el que la que escribe se debate entre perder la fe en la humanidad o mantenerla gracias a las muestras de solidaridad que he visto. Quizá debería quedarme con esta última opción y olvidarme de energúmenos que usan las redes sociales para sentirse importantes, Marianos, Feijóos y asesinos que queman nuestra tierra y se llevan por delante el medio de vida de tanta gente.

¡Que o demo vos leve!

Por Galicia no ondean banderas, ni lo hacen por nuestros hermanos portugueses, tampoco lo hacen por Asturias. No veo yo las banderas colgadas de los balcones. De hecho, ni siquiera ondean en Galicia.

¡Qué triste!

Hermanos portugueses y asturianos, mi corazón está con vosotros también.

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