Desde que terminé el último capítulo de la serie más famosa de los últimos dos meses, he leído varias críticas, reacciones, repasos e idas de olla varias sobre el asunto. Y, en general, creo, que todas, a su modo y manera, llevan bastante razón. Sobre todo si no te esperabas un final así e ibas preparado para que Rust y Marty te hicieran un truco de prestidigitador en la pantalla, y la trama, oscura y misteriosa, saliera por fin a la luz, dejándo(nos) a los espectadores con la boca abierta y la cabeza en ebullición.
Pero no. Al final ha sido un relato sencillo y poco novedoso. Una investigación criminal alargada en el tiempo como tantas otras. Con un final adecuado, que no ha tirado de ases en la manga ni ha correspondido a las supuestas pistas dejadas durante la narración. Y la gente, claro, ha terminado decepcionada.
¿Yo? No. Personalmente me ha encantado, serie y final. Me ha parecido coherente de principio a fin y no me ha sorprendido que la trama no se marchara por los cerros de Úbeda para dar una respuesta rebuscada en su pretensión de enlazar todos esos datos que los neuróticos de las series se han encargado de ir recogiendo a lo largo de los ocho episodios. Todos esos datos han proporcionado ambiente, emoción y vidilla, pero True Detective ha sido también muy honesta. Siempre. Ha habido pistas confusas, sí, pero también ha habido siempre una investigación lineal, llevada a cabo por Rust Cohle, que ha marcado muy claramente el camino hacia lo que sucedió en el último capítulo. Las conjeturas, hipótesis y, de nuevo, idas de olla de los espectadores son válidas, pero no hay que olvidar que el destino estaba definido. Aquí nadie ha engañado a nadie.
El final de True Detective es emotivo y es esperanzador. A mí me ha gustado, aunque no deja de parecerme relativamente 'vendido' a determinadas creencias, muy arraigadas en los USA. Pese a esto, considero que su afán de demostrarnos que hay luz más allá de la oscuridad es muy loable. Como es loable y es emotivo el devenir de la amistad entre Rust y Marty, verdadero eje de toda la serie, verdadera metáfora de nuestra sociedad, de nuestro modo de vivir esta vida que nos ha llegado no sabemos de dónde ni por qué. Hay quien la vive escondiendo la cabeza como las avestruces ante el peligro, ejerciendo una doble moral que dirige sus pasos sin remedio a la perdición, pero que es moral, al fin y al cabo. Y hay quien la vive a pecho descubierto, con una claridad de ideas, de pensamientos y de normas de comportamiento que escuecen de solo mirarlos y que no evitan, tampoco, que el destino llegue, tarde o temprano.
Al final, lo que importa, lo que nos define en esencia, lo que nos hace merecedores o no de estar aquí, es la diferencia entre la claridad y la oscuridad. Entre ser o no ser buenas personas. Rust y Marty son buena gente, cada uno en su modo de comportarse en la vida, pero son buena gente. Humanos, en el más amplio sentido de la palabra, que se ven envueltos en una espiral de maldad y locura, que muestra sin paliativos la otra cara de esta humanidad a la que pertenecemos. El lado oscuro del mundo. En el que no hay justicia, no hay perfección, no hay belleza, no hay moral. No hay nada.
Entrando en terrenos más concretos, de esta serie destaco a Matthew McConaughey, claro, a los paisajes de Louisina, aterradores, sórdidos y extrañamente hipnóticos, como la propia serie, y a la maravillosa banda sonora. Maravillosa de verdad.
¿Será la serie del año? Yo apuesto que sí.