Así pues, ¿por qué narices estoy haciendo a Mister Trump el protagonista de esta entrada? En primer lugar, porque aquí se habla con asiduidad de libros, y yo vengo a dar mi opinión sobre el ensayo de Aaron James titulado Trump. Ensayo sobre la imbecilidad. En segundo lugar, porque no voy a centrarme en el aspecto político, sino en el social y antropológico de este interesante tratado del filósofo estadounidense antes mencionado. Y, por último pero no menos importante, porque tengo ganas de dejar constancia de que considero a Trump un imbécil integral.
El caso es que, como bien comenta James, parece existir unanimidad a la hora de clasificarlo como tal. Da igual de qué lado estés, pues todo el mundo parece ser consciente de que la imbecilidad es un rasgo definitorio de este hombre. La diferencia está en que unos lo aman y otros lo desprecian por ello. Sin embargo, ¿a qué nos referimos con el adjetivo imbécil? En palabras del autor, el imbécil es ese individuo, normalmente de género masculino, que "se permite ventajas particulares en las relaciones sociales, que se cree con derechos especiales y que se siente inmune a las quejas del prójimo". La definición que James va desarrollando a lo largo del ensayo es convincente, sin duda.
Todos los imbéciles que he conocido en mi vida parecían en verdad creerse dotados de algún tipo de privilegio que los situaba por encima de los demás. En el caso de Trump, puede que su condición de empresario ricachón lo haya llevado a un falso pedestal desde el que ahora domina uno de los países más ricos del mundo, con todas las consecuencias catastróficas que eso conlleva.
Sin embargo, a mí lo que me apasiona realmente de este personaje es su capacidad de espectáculo. Porque, reconozcámoslo, Trump es un showman sin competencia. Cuando no hace enfadar con sus comentarios machistas, racistas, groseros o descalificativos, hace reír por las burradas y payasadas de las que es protagonista cada vez que abre la boquita. Prueba de ello son los numerosos memes que han inundado Internet desde el momento en que empezó a ganar popularidad. Entre ellos, uno de mis favoritos:
Así, Aaron James reflexiona sobre la capacidad de Trump para engatusar a su público, no a través del embuste ni de la demagogia, ya que el actual presidente puede permitirse el lujo de decir mentiras tan gordas y obvias como quiera, que sus seguidores se lo perdonan igualmente. Pero, lo verdaderamente interesante del caso, es que a este hombre no solo su encanto lo convirtió en el Presidente de Estados Unidos. No, lo que hizo de su melena oxigenada y su tez zanahoria símbolos inconfundibles ha sido su poder para tranquilizar a sus votantes, sus promesas de restablecimiento del orden y la seguridad. Es un viejo juego político que ha funcionado en casi todos los países y todos los períodos históricos que Mr. Trump ha sabido utilizar muy bien. La promesa de que todo volverá a ser como antes si las cosas se hacen como se tienen que hacer, por la persona que las tiene que hacer.
Y esa es, precisamente, la idea más perturbadora de esta lectura, en mi opinión. Es ese miedo que hace a la gente tan manipulable el que ha llevado a Trump a la presidencia, el que lo ha dotado de un poder que, cree él, lo hace imparable. Y lo peor es que la osadía de su orgullo desmedido la pagaremos todos con total seguridad.
James escribió un ensayo interesantísimo en el que se mezcla lo social con lo político y hasta lo filosófico. Su análisis es contundente, sus soluciones razonables, pero se le olvidó mencionar que Donald ha logrado salirse con la suya a través de un empeño y una cabezonería que lo han llevado peligrosamente lejos.
Porque imbécil no es sinónimo de tonto, no se confundan.