Prevenciones y comedias.
En la ordenada y cuadriculada casa de locos donde hago como que trabajo intentan, con tesón, que lleguemos a viejos sin asarnos por el fuego, dios les asista. Por ahí van los propósitos de un gerente aprensivo y alérgico a las llamas .
Son las nueve de la mañana y comienza el reparto al colectivo congregado en una sala de juntas ¿Y que es lo que se reparte? Pues chaquetas fosfito, casco, protecciones oculares y botas antitrauma (sic). Porque trauma, ciertamente, es lo primero que pillas, por cuanto que será obligatorio ponerse las putas botitas. “¿Ah, sí y eso cuando?” preguntaron. “Pues siempre”, nos dijeron, “siempre que salgas de la oficina”. Las botas, ay, junto con todo el equipamiento de un perfecto capullo prevenido.
“¿Pero eso no debería ser solo para los operarios, los que trabajan en planta?” -pregunta una admin. soñolienta. “Noo, ricura, cada vez que salgas y vayas a un pabellón de oficinas que no sea este. Porque puede haber peligro de quemarse, pincharse un pie o parar con los ojos un chorréon de producto suelto”
Es terminar de decirlo y es la guerra. Las hay que ya dicen, antes de ponérselo, que les sienta fatal, que si con el casco parecen la hormiga atómica… A mí, especialmente, las gafitas me agravan la cara de lo que siempre parezco haber sido y las botas me huelen a alquitrán que apestan.
Lo peor viene cuando nos meten prisa para vestirnos al completo. Este el día, no de la Marmota esa, no, sino del Gran Simulacro. Nos pasan lista, nos dividen en tres grupos y estos salen, salimos, ¡en fila! joder, como en la puta mili.
Un perro pastor, con forma humana y uniforme de empresa de “Prevención”, conduce a cada grupo a un punto diferente de la planta. Los tres puntos equidistan y los iremos recorriendo, para fascinarnos ante maravillas tales como bombas de espumógeno, grifos antiácido, mangueras y extintores.
El caporal que nos lleva parece tener un cierto aire y soltura militar y nos distribuye en semicírculo. Pregunta si tenemos todos “el material didáctico -preventivo”, je, que joío. Lo que nos han dado no es más que un folletón lleno de viñetillas, que semejan los dibujitos de un parvulillo.
“Pienso envolver el bocata con el” le digo a una compañera para reírme. Ella, por contra, no se ríe, me da un codazo y lo entiendo. Tengo tan mala sombra que, con tres grupos formados,va y me toca al lado el gerente de los huevos, con perdón.
Contemplamos, delante nuestro, unos palés donde se han simulado unas hogueras que deberemos apagar. El caporal dispone de asistentes que renuevan fuegos y van repartiendo extintores. El mecanismo de la simulación es sencillo y a prueba de tontos: sales de tu lugar en el semicírculo, el operario te entrega tu extintor y apuntas. “Siempre a la base de la llamaa..”. Así nos berrea el instructor o lo que sea.
Pero el Dios Murphy es omnipresente allí donde las personas actúan. Una de contabilidad tiene problemas con el peso del extintor, tuerce la manguerita elongada del mismo y le pone los pantalones perdidos al “profe”, con una especie de espuma, oops. A mi lado, el gerente tensa el rostro. “Aay, que mala sombra tiene la m…. esta, joder” dice la chica.
Uno de los asistentes, que acudía presto a recoger el extintor, resbala en el charquito de espuma. Risillas contenidas, miradas asesinas del gerente y una nerviosidad creciente en la voz del que nos instruye.
“Ahora -superado este incidente- fuego de origen químico” nos dicen. Aquí tuve un momento de felicidad mezquina, lo confieso. Un chófer de camión, problemático por patoso, agarra primero que nadie un extintor defectuoso, con una grieta en la empuñadura al final de la manguera. Es apretar y el salpicón de nitrógeno helado (o así) en la mano le hace aullar. “Aquí, ven que te sequemos con esto, no será nada”
Así se nos pasó parte de la mañana. Después, estábamos todos sentaditos en nuestro puesto, esperando la segunda parte un tanto tensos. Suena de pronto una sirena terrorífica y una compañera nuestra pega un grito pero noo, tranquilidad, que no pasa nada. Símplemente, yo (me tocaba a mí) debía apagar la calefacción y todos, en conjunto, disponernos a salir ordenadamente.
No obstante, a algún despistado le pilló en el aseo, hubo otra que no quería colgar el teléfono: “si solo es una simulación y tenía esta llamada pendiente, leches” y yo no localizaba el puto mando del climatizador. Pero al fin, conseguimos salir todos y reunirnos en el punto acordado, donde nos iban nombrando. Posteriormente y a la vuelta a la oficina, una vez terminado el evento, los teléfonos trinaban como locos y los clientes aullaban: “¿Que coño pasa esta mañana que nunca estáis?” y la vida continuaba…
Como detalle guarro, el despistado del aseo nada más entrar tiró de la cadena, ay, señor, que detalles tiene la vida.
Saludos prevenidos, apañeros.