Nos encontramos en un crucero que viaja de Europa a Estados Unidos. Entre los pasajeros hay alguien muy popular: se trata de Nickie Ferrante, un conocido playboy, de esos que, si protagonizara hoy día sus hazañas amorosas, llenarían horas y horas de terturlias de programas del corazón. Ferrante va a Nueva York para sentar la cabeza. Se ha comprometido con una mujer muy acaudalada y la noticia es trending topic a nivel mundial. Por eso el protagonista se convierte en la comidilla entre los demás pasajeros cuando comienza a frecuentar a una mujer que viaja sola. Terry McKay también está comprometida, pero eso no impide que entre los dos surja una chispa de enamoramiento que crece y crece en los pocos días que pasan juntos enmedio del océano. Uno de esos breves encuentros a los que nos tiene acostumbrados el cine, bien resuelto en esta ocasión, por la evidente química entre los protagonistas (a pesar de la diferencia de edad, que Cary Grant era ya todo un cincuentón en esa época) y por el tono de comedia ligera que emplea McCarey para ir dando forma a una relación que tiene su momento clave en la parada que hace el barco en una ciudad de Francia, donde visitan a la entrañable abuela de Ferrante.
Porque, a pesar de su fama y de no haber trabajado en su vida, Ferrante es un hombre simpático y encantador, capaz de embaucar a cualquier dama, pero también de darse cuenta de que en esta ocasión sus sentimientos son distintos: se ha enamorado hasta tal punto que es capaz de negociar un acuerdo con Terry y renunciar a su inminente fortuna. Ambos se darán un plazo de seis meses para resolver sus respectivas situaciones y, si la llama de su pasión sigue viva para entonces, se encontrarán en la última planta del Empire State un día y una hora determinadas. Para probarse a sí mismo su determinación, llega al punto de intentar hacer valer sus dotes como pintor para ganarse así la vida y, si esto no resultara, buscar un empleo. Observando esta situación a los ojos de hoy, resulta extraño que alguien tan famoso y elegante como Ferrante no tuviera otros medios de vida que lo que le sacaba a las mujeres con las que se relacionaba, pero podemos aceptarlos en bien de la segunda mitad de la película, mucho más melodramática que la primera. La situación de ella es parecida: ha de abandonar a su prometido y su cómoda posición en nombre del amor.
Pero visionando con atención Tú y yo hay muchos detalles en la trama que me parecen mucho más fascinantes que la convencional historia que cuenta: la escena en la que ambos se arrodillan ante una estatua de la Virgen en casa de la abuela de Ferrante, la presencia constante de niños en la trama, hasta el punto de incluir dos espantosos e interminables números musicales protagonizados por infantes y la intervención de la iglesia como colchón para Terry cuando ésta cae en desgracia. Es como si todos estos elementos hablaran al subconsciente del espectador para que le quede claro que el verdadero amor es el que tiene un patrocinio religioso y tiene como fin la procreación. "¿Te gustan los niños?", le pregunta ella a él cuando todavía están en el barco. Todo esto tiene su contrapunto en el inquietante personaje del prometido de Terry, un empresario de éxito que reacciona de manera formidable a la noticia de que su novia se ha enamorado del famoso galán (por cierto, me da la impresión de que estos dos vivían en concubinato antes de contraer sagrado matrimonio: para evitar caer en el divorcio, los guionistas no tuvieron más remedio que mostrar un pecado peor). El hombre no solo ofrece todo su apoyo a su ex, sino que la alienta cuando va a encontrarse con Ferrante y la cuida y es su cómplice cuando sufre el accidente. Un tipo que de pronto pasa a la friendzone y parece encontrarse bastante cómodo ahí.
A pesar de su ritmo irregular y de ciertos absurdos del guión, Tú y yo sigue siendo un clásico citado cuando se nombran las películas más románticas de la historia. Desde mi punto de vista, esto es ante todo mérito de sus dos actores protagonistas que saben cómo transmitir la más variada gama de sentimientos. Una película que también sirve para estudiar la moral imperante en los años cincuenta, una época en la que el estadounidense medio aún no había perdido su inocencia.
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