Soné que te contaba un sueño. Yo estaba en la cocina tomando una taza de café sin azúcar. Hablaba muy deprisa, dando múltiples detalles sobre el argumento, era un sueño en el que salías tú.
Mas que hablar, gritaba, para que tú, que estabas en el baño lavándote los dientes, pudieras escucharlo todo, pero la distancia, el ruido del agua y mis gritos quitaban interés al argumento.
De vez cuando se te escapaba un gruñido para darme a entender que me seguías, aunque lo cierto es que andabas ocupado con tus pensamientos, quizá rumiando el significado de tu propio sueño en el que salía yo, o simplemente repasando los surcos de tu cara frente al espejo.
Al notar que no me estabas haciendo caso, me serví otro café. Esta vez bebí en silencio, disfrutando de su amargor, susurrando sólo para mí el final de esa historia que he olvidado, hasta que una acidez extrema en la boca del estómago me despertó.
El contenido de mi sueño se escapó al abrir los ojos. Sé que era algo dramático, o triste, o doloroso, apenas recuerdo esas dos imágenes sin sentido: tú y el cepillo de dientes, yo removiendo el café.
A mi lado tú seguías durmiendo y yo no me atreví a indagar sobre el significado de los sueños premonitorios. Me dio por recordar ese relato de Borges que trata de un soñador que es soñado y de la trayectoria circular del tiempo.
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