… yo La Madre Tigre.
No seré yo la que diga que este chico no tiene su mérito. Que lo tiene. Y mucho. No todos los días se cambia la forma en que se relaciona el mundo desde la habitación de tu residencia universitaria. El chaval se merece toda la pasta que le llueve. O casi. Esa salida a bolsa me tiene todavía un poco mosca. Además, es pensar en el amigo ese tan majete que le hacía los numeritos y le aguantaba los tics con soberana paciencia, y entrarme una pena infinita. Me imagino a El Socio ahí tirado en la cuneta de los millonarios de segunda y se me atraganta el café.
Por suerte, nuestra querida start-up lo que más nos da son quebraderos de cabeza así que nos repartimos los marrones con justicia salomónica. Muchos más para él. No somos Facebook. Para empezar porque la start-up nos ha cogido maduritos y con muchas bocas que alimentar. A El Socio le tengo restringido el acceso a la cafeína y otras sustancias psicotrópicas por miedo a que cualquier día le dé una angina de pecho. Estoy intentando también instaurar una política de fitness corporativo a ver si le bajamos los niveles de colesterol.
A nosotros se nos ha pasado el arroz de programar sin parar durante setenta y dos horas a base de Dr. Pepper en una playa californiana. Qué le vamos a hacer. A cambio el emprendimiento nos ha pillado con la sapiencia y la prudencia que algunos años de experiencia te dan. Para bien. Y para mal. Emprender, y sobretodo en internet, es sumergirse en un universo paralelo con sus personajes casi de ficción, sus costumbres, sus aventuras y sus intrigas palaciegas. Una experiencia única que va dejando su huella y sus lecciones.
Aquí les dejo una docena de las más valiosas que me ha tocado aprender. Unas veces a trancas. Y otras a barrancas.
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