Turismo e imagen Cuba: ¿mostramos lo mejor?
" data-orig-size="800,420" sizes="(max-width: 300px) 100vw, 300px" aperture="aperture" />La actividad turística en cualquier latitud genera ingresos económicos nada despreciables, y de hecho, no pocos países en el mundo viven de la visita de foráneos como respiro financiero fundamental.En Cuba comenzó a desarrollarse con fuerza en la década de los noventa, como alternativa ante una dura crisis creo sin precedentes, que vivía el país a causa de la llegada del período especial.
Así, se incrementaron en la Isla las habitaciones y estructura hotelera, comenzamos a dar los primeros pasos en estrategias de atracción al cliente, en la venta del destino Cuba como un producto de Sol, playa, y naturaleza ideal para el esparcimiento.
Limamos finalmente aquella traba que prohibía a los cubanos entrar a los hoteles de turismo internacional, la mayoría, por cierto, y comenzamos además a crear una red privada de habitaciones, las llamadas hostales, pues ante el creciente arribo de visitantes, la infraestructura estatal ya no resultaba suficiente.
Además del capital profesional que labora en otros países, Cuba también vive del turismo, porque tras muchos años de experiencia, al fin logramos aprender a hacerlo, y de paso oxigenarnos económicamente con esta actividad.
Pero hay algo que no hemos aprendido a cabalidad, o al menos en práctica no lo ponemos en la convivencia cotidiana con el turista que llega desde Europa, Canadá o América Latina.
Es preservar al visitante una imagen Cuba lo más fidedigna posible, alejada de estereotipos errados y alejados de la verdadera esencia cultural del país hoy, a las alturas de 2017.
Me refiero a las festinadas imágenes de la mulata, el rumbero, la botella de aguardiente y los reiterados show con ese estilo en los centros nocturnos u otros espacios donde acude el turista.
Esas iconografías forman parte no solo de un show de cabaret, también de productos de artesanía— y no generalizo porque existe buena y mala artesanía— en cuadros, estatuillas y demás elementos artísticos, a veces preñados de almendrones, palmeras y tonos rojo-amarillentos que si bien ilustran perfectamente los colores del trópico, traducen a un ojo crítico superficialidad y mal uso de la simbología.
Es cierto, y nadie lo dude, resultan estrategias de venta, claro está, pero hay ciertos límites entre vender y lastrar la imagen del país.
Cienfuegos está recibiendo hoy más visitantes foráneos que nunca, y para decirlo no me apoyo en estadística alguna, sino en la llegada cada jueves de un enorme crucero a la bahía lleno de turistas.
Razón de júbilo para la economía estatal y privada, pero motivo de cuidado también en materia cultural, pues no podemos dejar que el visitante se lleve solo las imágenes arquetípicas antes mencionadas, si cada rincón de este país posee un acervo artístico sin par, y es eso lo que hay que transmitir al extranjero.
Las comisiones cultura-turismo, que deben sesionar en todo el país, son las encargadas de implementar estrategias para que el visitante de otra nación aprecie en su estadía las verdaderas reservas culturales de Cuba, nuestra esencia real.
No se trata de obviar, mucho menos prohibir, representaciones de almendrones, mulatas, rumberos y palmeras, pues también forman parte de nuestra identidad, pero sí de incitar a la creatividad profunda y a la muestra artística contundente, en un país con un altísimo calibre cultural.
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