Revista Comunicación

Turismo por Valencia

Por Roales

Ante todo, no quiero que ningún valenciano se ofenda, la ciudad es bonita, mi trauma viene porque se trata de mi persona y las cosas raras que me pasan, porque de algo tienen que vivir los psicólogos.

Os voy a relatar mi reciente finde en Valencia, que si algo podía salir mal, ha salido y peor aún. Ha sido un viaje de esos trascendentales que te ayudan a ver la vida desde otra perspectiva.

Comenzamos en el aeropuerto, en dirección a Valencia. Al pasar el control de seguridad me requisan el desodorante (sin estrenar) porque pasa el límite permitido. Me quedé mirando al de seguridad con una cara de "Es un desodorante, te puedes echar un poco si quieres, para comprobarlo". Pues ahí se quedó mi desodorante. Ni 15 minutos después me llega una alerta de que el vuelo se retrasa 20 minutos, nos cambian de puerta de embarque, nos tienen que llevar en bus hasta el avión que está en pista y una hora más tarde de la prevista, empezó a despegar. Me sablan cinco euros por coger el metro desde el aeropuerto hasta el centro, así, de gratis. Cuando por fin llego al hotel, por llamarlo de alguna forma, nadie me abre la puerta porque el timbre no funcionaba. No me lo creía.

Por fin me abren y entro en mi habitación. Se me ha olvidado comentar que mi previsión de ropa era como si en vez de Valencia me fuera a Burgos, allí hacía un calor de muerte y yo iba con ropa otoñal. Lo sé, es para matarme.

El sábado, nos fuimos al centro a almorzar y hacer turisteo. Preguntamos cómo se llegaba y había que liar una impresionante, ni Frodo con el anillo. Nos equivocamos de línea, nos bajamos donde no era...y yo miraba al mapa de la ciudad rogándole que le surgiera de pronto un "Usted está aquí", pero nada.

Cuando ya dimos con la tecla, eran las tres de la tarde y decidimos parar a comer en un bar que tenía la pinta del típico bar español. Nos sentamos y aparece una camarera china que solo entendía "agua" y "grande o pequeña", llamó a otro camarero y pedimos bravas y un serranito cada uno. Nos dimos cuenta que el bar estaba regentado por una familia china, que servían comida española. Muy raro todo.

Las bravas bien, pero el serranito...sin lomo, ¿cómo se concibe un serranito sin lomo? Es como servir una hamburguesa sin hamburguesa. Una cara que se nos quedó, para enmarcarla y enviarla de postal navideña.

Luego vimos el centro histórico y todo quedó compensado, muy bonito.

El domingo por la mañana escogí de nuevo un bar de desayunos, con pinta del típico bar español y cuando sale el camarero es....CHINO!! ¿es que no hay bares en Valencia regentados por valencianos? Casi me da algo cuando veo que también era chino, ya me veía tomándome el café con un rollito de primavera después de la experiencia del día anterior.

Le pido un café con tostada y me mira con una cara como si lo hubiera pedido un elefante, dentro de lo expresivo que puede llegar a ser un asiático. Yo, que ya estaba un poco mosca, le pregunto:

(Silencio y mirada fija)

Y llega el momento tren. Madre mía, si me hubieran pegado un tiro durante el camino lo hubiera agradecido. Ya sabíamos que eran ocho horas de camino, pero a mí eso me ha parecido eterno. Yo que no soy muy fan de los viajes largos, me revolvía en el asiento, ya no sabía ni de qué hablar para que el tiempo pasara más deprisa. Desesperación total.

Hubo un momento gracioso, al menos para mí, cuando se sentó atrás una chica con unas cejas de 3 mm de grosor, de este tipo:

Turismo por Valencia

Hermosísima la chavala, yo me reía por dentro y me preguntaba: ¿Cómo tienen que ser sus cejas al natural si así se ve mejor?

Y unas increíbles ocho horas después llegamos y...me tocó conducir de vuelta a casa.

En fin, me imagino que en unos días me reiré de esto y solo recordaré lo bonito de la ciudad.

Bye, bye!


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