Revista Cine
Director: Jack Lee
Soñé que era Lana del Rey y que tenía un hijo árabe que podía caminar pero que en el futuro, por alguna enfermedad desconocida, no lo haría, ante lo cual lo llevaba a un tratamiento en donde mi marido, que tenía una pinta de imbécil aunque se comportó como un muy buen tipo todo el sueño, le daba masajes en la cabeza o algo así, mientras yo, arrinconada por ahí, me ponía a llorar, como nunca lo había hecho antes, sin que nadie lo notara. Creo que sucedía en la playa o algo así. Cuando desperté me sentí algo aliviado, como si el llanto del sueño hubiese limpiado algo, vaya uno a saber qué. A propósito, ¿alguien entiende este sueño? Ciertamente yo no, pero me dio gusto ser Lana del Rey y llorar. ¿A qué viene esto? A veces es necesario contar los sueños que tenemos. "Turn the key softly", podríamos decir, es una película sobre sueños y motivos para llorar; en cualquier caso, es una sencilla pero potente experiencia.
Tres mujeres salen de prisión el mismo día: son amigas, cercanas, conocidas, etc..., pero al parecer se prometen mantener el contacto una vez en el mundo exterior, en libertad. Nosotros veremos las cosas que suceden en ese día de libertad recobrada, pues, por desgracia, no todo será fácil para estas tres mujeres. ¿Alguna vez lo ha sido?
"Turn the key softly" es una película sumamente sencilla en su fondo y en sus formas, casi como si no pretendiera nada más que seguir a estas tres mujeres y adiós, una crónica del día en que salen en libertad. Pero hay algo sumamente existencial en el transitar de Monica, Stella y la señora Quilliam, las tres con diferentes trasfondos y, por ende, distintos puntos de vista y formas de enfrentar el mundo: hay una descripción de la vida, de lo social, del ser mujer en esos años; un valiente retrato de los problemas de aquel entonces (y los de hoy, claro). También hay un profundo aire melancólico en la lucha de estas mujeres por retornar a esa sociedad de la que se alejaron momentáneamente, pero que igualmente las repele, además de enfrentarse a sus propios demonios, como si la libertad no fuera un alivio sino un castigo al espíritu, un nuevo pesar. Hay un indicio de tragedia en el hecho de que estas mujeres no sean aceptadas ni encuentren paz en nada salvo las otras dos amigas de la cárcel, aunque tampoco sería tan así dado que cada mujer tiene su ángel y su diablo susurrando, tentando, conciliando: ¿podrán llevar la buena vida que tanto desean, o caerán inevitablemente en sus propios abismos? La construcción de personajes es fenomenal, pues con apenas un par de trazos y rasgos, narrativa y actoralmente estos personajes de carne y hueso brillan con luz propia, generan una brutal empatía y nos sumergen en el relato junto con ellas, haciendo que su sufrimiento también sea el nuestro: cargan en sus espaldas todo el peso del film, y lo hacen con una fuerza admirable. Por otra parte, el relato en sí mismo, con sus acontecimientos y el flujo de los mismos, no puede estar mejor organizado, saltando de un lado de Londres al otro mientras una presa visita a su hija y nieta, la otra intenta ser fiel a su prometido y la última lucha por no dejarse atraer por el lado oscuro de la vida. Pero, ya digo, lo más importante y lo mejor de esta película es esa genuina humanidad que desprende el fotograma, su dura descripción del ser y de la vida. Un relato muy cotidiano que no necesita de grandes adornos y efectismos para atrapar y emocionar, y que en poco menos de 80 minutos (¿o poco más de 70?) despliega un poderío narrativo y cinematográfico tremendos, además de un discurso, creo, verdaderamente feminista. Totalmente recomendable. Un gran y potente drama.