Es más, tus cosas son la representación de tus miedos. El miedo de no tenerlo todo a mano, el miedo de no cumplir con las expectativas, el miedo de enfrentarte a alguna situación por la que no estás preparado.
Cuando te vas de viaje llevas una maleta enorme llena de ropa, medicamentos y cacharros. Así estarás preparado por si te invitan de repente, te quieren secuestrar, contraes alguna enfermedad o te enfrentas a un tsunamis.
En tu cocina hay todos los cacharros imaginables para hacer batidos de zumo, pasta fresca, pan casero, germinados, yogures naturales y hasta embutidos hecho a mano. Así podrás sobrevivir cualquier eventualidad y hasta los huéspedes más quisquillosos.
Revisas con ansias las ofertas de Lidl, amazon, buyvip y parecidos porque te permiten llenar tu casa a buen precio, por si acaso. Tienes miedo de que algún día necesites algo que no tienes. Compras para estar preparada, preparada para lo que sea y así comprarte un pequeño pedacito de seguridad en un mundo incierto.
Guardas las cosas que ya no utilizas por si las necesitas algún día. Probablemente no pasará, pero quién sabe. Nunca se puede estar seguro. A lo mejor vuelves a perder o ganar peso. A lo mejor un día sí que decides elaborar pan casero. A lo mejor un día vuelves a tocar el piano. Nunca se sabe y prefieres no equivocarte.
Prefieres vivir tu vida entre trastos, atrapada entre el pasado que ya no volverá y un futuro imaginario que no llegará jamás. Por si acaso ya no hay espacio para respirar, para crear algo, para reirte, para vivir. Te pasas el día esquivando cosas, limpiando y gestionando el remordimiento de no saber usar lo que te rodea.
¿Y sí en vez de quitar el polvo quitarías lo que acumula tanto polvo?
¿Y si en vez de guardar lo que no has utilizado en meses, dejas que otro lo utilice?
¿Y si en vez de estar preparada para lo que sea, empiezas a vivir?