Tutankamón y el fragmento de un cometa

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El tesoro de Tutankamón confirma el impacto de un cometa en Egipto SCI-TECH science

Imagina que somos dos beduinos que viajamos por el desierto de Arabia hacia Egipto. Aunque no lo sabemos estamos aproximadamente en el año 1330 a C. Es imposible que se nos ocurra pensar que dentro de 3350 años, unos científicos del siglo XXI van a llegar a unas importantísimas conclusiones y que nosotros vamos a tener algo que ver en ello. Lo único que nos preocupa en este momento es tener suerte y que nuestra caravana, cargada de objetos valiosos, llegue lo más pronto posible y sin contratiempos a Tebas donde los venderemos.

Viajamos hacia el oeste y vamos sobre nuestros camellos al ritmo cansino propio de las caravanas, cuando acabas de ver brillar algo no muy lejos sobre la arena del desierto. Con cierta expectación me señalas el lugar. No veo nada, pero te digo que vayas hacia allí mientras yo te sigo. No tardo mucho en ver el brillo que indicabas. Va y viene. Cuando estamos más o menos sobre el lugar del que proceden esos destellos, veo una pequeña piedra brillante sobre el suelo. Un cristal de color amarillento está medio escondido entre la arena y asoma tímidamente. Bajamos de los camellos para verlo con detalle. Es algo más grande que un huevo de gallina. Es muy posible que la tormenta del día anterior lo haya descubierto. No sabemos lo que es, pero el cristal es muy bonito. Tiene en su interior una serie de partículas negras brillantes que lo hacen precioso. Nunca hemos visto nada parecido. Buscamos por los alrededores a ver si encontramos más cristales, pero no se ve nada. No es conveniente entretenernos demasiado y decidimos ponernos en marcha después de haber recogido el cristal.

Cuando llegamos a Tebas nos dirigimos directamente a casa de nuestro amigo el mercader a quien normalmente le vendemos las mercancías. Le mostramos el cristal y lo cambiamos por una buena pieza de oro; es un buen precio y creo que hemos salido ganando. Ya no volveremos a saber nada de ello, pero imaginamos que acabará vendiéndolo a algún rico o a los sacerdotes del mismo templo.
Si seguimos imaginando, es posible que el cristal haya acabado cayendo en manos de algún orfebre que ha “visto” en él un escarabajo sagrado después de haberlo trabajado. Unos pocos años después, el cristal convertido en joya ha ido a parar a un broche de la tumba del faraón Tutankamón quedando intacta allí hasta 3250 años después en que fue descubierta por el arqueólogo Howard Carter. La tumba no fue saqueada y aportó toda una serie de informaciones que nos hablaron de aquella época y que los arqueólogos descifraron y pusieron en orden.

Ahora, un investigador sudafricano, tras haberla estudiado a fondo, ha llegado a la conclusión de que el cristal formó parte de un cometa que se estrelló sobre la Tierra de hace unos 28 millones de años. Aunque la sonda Stardust consiguió partículas de la cola del cometa Wild 2 cuando cruzó su cola en 2004 y regresó con ellas a la Tierra en 2006, nunca hasta ahora se había conseguido localizar lo que se supone es material de un cometa que se estrelló sobre nuestro planeta. También es posible que estemos ante el producto de los 2.000 grados que probablemente alcanzó con la explosión y de la consiguiente presión alcanzada. Con el tiempo nos lo aclararán los científicos.
Un cristal de esa extraña belleza, no podía haber caído en manos de mejor propietario que un faraón que aunque sólo reinó nueve años, tanto aportó a la historia por el simple hecho de que su tumba consiguió evadir a los ladrones y se conservó intacta hasta nuestros días en que afortunadamente cayó en manos de expertos arqueólogos. Lo que no podían saber aquellos magníficos orfebres de la época es el legado científico que iban a trasladar al futuro.

Caña a los recortes a la investigación.
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Joan-Llorenç dalescana@gmail.com

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