Revista Viajes
Es bien cierto que en Kiev, la capital de Ucrania, poco o nada se percibe que en el este de la nación, en los oblast de Luganks y Donestk especialmente (es decir en los más cercanos a Rusia), siga librándose una lucha, una guerra bastante convencional, pues de una parte está el ejército regular ucraniano y de la otra los bien pertrechados pro-independentistas rusos, que realmente están organizados como otro ejército, con asesoramiento y suministros de Rusia, que casi a diario entran por la inexistente frontera. En un principio de mi estancia me pareció notar un cierto desinterés por el tema, pero al poco me cercioré que el pueblo llano de Ucrania casi eludía comentarlo, pues se sentía muy orgulloso de su existencia y supervivencia como nación independiente (van ya casi veinticinco años) y por otra parte se sentía irritado por haber de enfrentarse a Rusia, que siempre había sido nación hermana, pero que en los momentos actuales era un foco de problemas y desgracias, entre otras muchas la causante –al decir de la mayoría de ucranianos—de tanta tragedia de pérdida de vidas y destrucción de las dos prósperas regiones del este.
Por encima de todo, esa guerra abierta había provocado, estaba provocando, una enorme sangría económica y había conducido al país a una situación financiera muy complicada, con su moneda nacional (la hryvnia) devaluada más de un 200%, los precios elevados, el coste de la vida muy complicado. La gente normal atribuía buena parte del desplome nacional a la ineficacia de los políticos, además de a la corrupción y a la ambición de los de siempre. Antes eran oligarcas pro-rusos, ahora son oligarcas pro ellos mismos. Y muy solapadamente se repetía que tanta promesa sobre la Unión Europea y la verdad es que poco se había notado la ayuda del aparente gran protector. En medio de las controversias, y comentando con buenos amigos y de alto nivel cultural, me atreví a decir que a lo mejor convenía ceder a Rusia las partes que querían independizarse y así concluir el conflicto, pero se me respondió de manera contundente que eso jamás debería hacerse, porque Putin era un zorro taimado que cuando consiguiera eso se lanzaría a por toda Ucrania. Sea lo que fuere, la guerra del este seguía provocando llamadas a filas de gente de menos de 40 años, que trataba de escabullirse con excusas de estudios y hasta huyendo al extranjero con la excusa de ser refugiados, previo registrarse (mediante sobornos) en las zonas de conflicto. Y los heridos y los muertos, de ambos lados, seguían. La guerra, con su secuela de la sangría económica, había permitido y hasta incrementado la corrupción, que sufría especialmente el pueblo llano, bien con la carencia de servicios, bien debiendo pagar –siempre “en negro”— por muchas prestaciones.
Pongo un ejemplo absolutamente significativo: Una vecina y amiga nuestra, con cáncer bastante extendido, precisaba radiografías y tratamiento de quimioterapia para tratar de paliar la rápida progresión del mal. Consiguió pronta atención primaria del médico de familia (equivalente al de un Centro de Salud español), a quien hubo de pagar una cantidad relativamente asequible; pero para el tratamiento de quimioterapia, por menos de ¡1.500 Euros! No podía conseguirlo. Porque la Seguridad Social, o equivalente, se dice que es gratuita. ¡Claro, si no se utiliza! Porque en otro caso, o no ofrece prestaciones, o hay que pagar “bajo mano” las medicinas, los instrumentales médicos a utilizar (jeringas incluidas), en fin, todo.Pero la vida sigue. La gente, pobre gente, a todo se debe adaptar y todo lo debe sufrir. Aun se mantiene el vestir digno, la comida nutritiva y apropiada (sin el menor lujo), y el espíritu de sufrimiento y supervivencia, que por algo Ucrania ha sido un país que ha dado siempre el ejemplo de paciencia y sufrimiento a lo largo de los tiempos. Y, casi como viniendo a cuento con la guerra del este, quien esto escribe hubo de sufrir por desgracia un episodio “de sangre”, ya que estando en un aparcamiento en el barrio de Petrivka, en Kiev, al intentar recoger del suelo un globo que se le había escapado a Milana, la nietecita, dio un tremendo resbalón y fue a parar con su frente en una verja de hierro que limitaba la zona y con el puente de sus gafas incrustado en el tabique nasal, además del resto de la nariz erosionado y el labio herido por incidencia de un diente. La sangre manó en abundancia, y hubo que recurrir a todo tipo de elementos y vendajes para contener la hemorragia, a todo esto con las gafas semi-averiadas y uno de sus cristales con una enorme raspadura. Menos mal que pasó por la zona un ciudadano que ofreció un spray de espuma limpiadora y cicatrizante que ayudó a paliar tamaña abundancia en la hemorragia; aunque el buen ciudadano, ofrecido su remedio, desapareció.
Felizmente las gafas descompuestas aun permitían cierta visión, por lo que aun pude tomar el coche y dirigirme al domicilio, en el que, además de comprobar el alcance de la lesión, los buenos oficios de mi esposa (veterana y experimentada doctora) contribuyeron a paliar algo los “desperfectos” y a evaluar que, sin perjuicio de la tremenda hinchazón, no parecía existir rotura ósea alguna, por lo que de momento era prescindible la asistencia hospitalaria, que para ello había analgésicos, desinfectantes y otros paliativos médicos. Este inopinado y nada agradable incidente sirvió para que, estando en Ucrania, mi sangre derramada sirviera para que cuando los amigos y conocidos se interesaran por mi estado, les dijera, con ironía, que yo también había derramado algo de mi vida por Ucrania; y también por la nieta Milana y su globo. Para los curiosos diré que se ha confirmado la ausencia de roturas (excepto de las gafas) y que los “chichones” han menguado, y hasta han desaparecido los derrames en las cuencas oculares, de manera que ya no parezco un “oso panda”. Experiencias viajeras, ni más ni menos, que uno puede seguir contando. Afortunadamente.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Por encima de todo, esa guerra abierta había provocado, estaba provocando, una enorme sangría económica y había conducido al país a una situación financiera muy complicada, con su moneda nacional (la hryvnia) devaluada más de un 200%, los precios elevados, el coste de la vida muy complicado. La gente normal atribuía buena parte del desplome nacional a la ineficacia de los políticos, además de a la corrupción y a la ambición de los de siempre. Antes eran oligarcas pro-rusos, ahora son oligarcas pro ellos mismos. Y muy solapadamente se repetía que tanta promesa sobre la Unión Europea y la verdad es que poco se había notado la ayuda del aparente gran protector. En medio de las controversias, y comentando con buenos amigos y de alto nivel cultural, me atreví a decir que a lo mejor convenía ceder a Rusia las partes que querían independizarse y así concluir el conflicto, pero se me respondió de manera contundente que eso jamás debería hacerse, porque Putin era un zorro taimado que cuando consiguiera eso se lanzaría a por toda Ucrania. Sea lo que fuere, la guerra del este seguía provocando llamadas a filas de gente de menos de 40 años, que trataba de escabullirse con excusas de estudios y hasta huyendo al extranjero con la excusa de ser refugiados, previo registrarse (mediante sobornos) en las zonas de conflicto. Y los heridos y los muertos, de ambos lados, seguían. La guerra, con su secuela de la sangría económica, había permitido y hasta incrementado la corrupción, que sufría especialmente el pueblo llano, bien con la carencia de servicios, bien debiendo pagar –siempre “en negro”— por muchas prestaciones.
Pongo un ejemplo absolutamente significativo: Una vecina y amiga nuestra, con cáncer bastante extendido, precisaba radiografías y tratamiento de quimioterapia para tratar de paliar la rápida progresión del mal. Consiguió pronta atención primaria del médico de familia (equivalente al de un Centro de Salud español), a quien hubo de pagar una cantidad relativamente asequible; pero para el tratamiento de quimioterapia, por menos de ¡1.500 Euros! No podía conseguirlo. Porque la Seguridad Social, o equivalente, se dice que es gratuita. ¡Claro, si no se utiliza! Porque en otro caso, o no ofrece prestaciones, o hay que pagar “bajo mano” las medicinas, los instrumentales médicos a utilizar (jeringas incluidas), en fin, todo.Pero la vida sigue. La gente, pobre gente, a todo se debe adaptar y todo lo debe sufrir. Aun se mantiene el vestir digno, la comida nutritiva y apropiada (sin el menor lujo), y el espíritu de sufrimiento y supervivencia, que por algo Ucrania ha sido un país que ha dado siempre el ejemplo de paciencia y sufrimiento a lo largo de los tiempos. Y, casi como viniendo a cuento con la guerra del este, quien esto escribe hubo de sufrir por desgracia un episodio “de sangre”, ya que estando en un aparcamiento en el barrio de Petrivka, en Kiev, al intentar recoger del suelo un globo que se le había escapado a Milana, la nietecita, dio un tremendo resbalón y fue a parar con su frente en una verja de hierro que limitaba la zona y con el puente de sus gafas incrustado en el tabique nasal, además del resto de la nariz erosionado y el labio herido por incidencia de un diente. La sangre manó en abundancia, y hubo que recurrir a todo tipo de elementos y vendajes para contener la hemorragia, a todo esto con las gafas semi-averiadas y uno de sus cristales con una enorme raspadura. Menos mal que pasó por la zona un ciudadano que ofreció un spray de espuma limpiadora y cicatrizante que ayudó a paliar tamaña abundancia en la hemorragia; aunque el buen ciudadano, ofrecido su remedio, desapareció.
Felizmente las gafas descompuestas aun permitían cierta visión, por lo que aun pude tomar el coche y dirigirme al domicilio, en el que, además de comprobar el alcance de la lesión, los buenos oficios de mi esposa (veterana y experimentada doctora) contribuyeron a paliar algo los “desperfectos” y a evaluar que, sin perjuicio de la tremenda hinchazón, no parecía existir rotura ósea alguna, por lo que de momento era prescindible la asistencia hospitalaria, que para ello había analgésicos, desinfectantes y otros paliativos médicos. Este inopinado y nada agradable incidente sirvió para que, estando en Ucrania, mi sangre derramada sirviera para que cuando los amigos y conocidos se interesaran por mi estado, les dijera, con ironía, que yo también había derramado algo de mi vida por Ucrania; y también por la nieta Milana y su globo. Para los curiosos diré que se ha confirmado la ausencia de roturas (excepto de las gafas) y que los “chichones” han menguado, y hasta han desaparecido los derrames en las cuencas oculares, de manera que ya no parezco un “oso panda”. Experiencias viajeras, ni más ni menos, que uno puede seguir contando. Afortunadamente.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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