Revista Arte

Ucrania: horror a manos llenas

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

En plena Guerra Civil, Rafael Alberti publicaba un poema en el que expresaba uno de los motivos fundamentales de la poesía que se enfrenta a una situación tan extrema: la inutilidad de las palabras, del mundo estético en definitiva, frente al desgarro y al dolor en el que se ha sumido la realidad inmediata.

Ante la destrucción y la muerte, nada pueden hacer las palabras, lo único que tiene a su alcance el poeta, que resultan impotentes para curar la necesidad de venganza por todo el dolor producido.

Podemos organizarnos, escribir artículos y lanzar proclamas, pero las palabras se las llevará el viento, la tinta se ha de diluir en el agua y quedar en nada:

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas,
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
Balas. Balas.

He de confesar que, ante el horror, el sinsentido de lo que está sucediendo en Ucrania, me he identificado de lleno con Alberti:

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

Sin embargo, no creo que se deba identificar la literatura (o el arte), la creación estética, con algo superfluo en un mundo en el que la necesidad inmediata no es otra cosa que la simple supervivencia.

Quizá la creación estética no logre detener los bombardeos, ni salvar directamente vidas, pero si puede causar algún efecto sobre la población sometida al asedio y los bombardeos. Recordemos, como simple ejemplo, cómo Dimitri Shostakovich escribió para el Leningrado asediado su Séptima sinfonía. Su estreno fue retransmitido en directo a toda Rusia y no solo supuso un gran éxito musical, sino también una inyección de moral para el país, ocupado por el ejército alemán.

El mismo Alberti adaptó La Numancia, la tragedia de Cervantes, en el Madrid sitiado, solo con la intención de generar catarsis en el público que vivía, también, un mismo y cruel asedio.

Picasso, cuando pintó el Guernica, no consiguió impedir nuevas matanzas, no detuvo el avance de las tropas fascistas, pero si expresó el dolor y la angustia de los que sufrieron.

Quizá estas líneas palabras no logren detener lo que está sucediendo al Este de Europa, pero ayudarán a expresar el dolor que produce la guerra. Actualmente, y lo estamos viendo, las muchas imágenes que nos llegan nos mantienen al tanto de lo que está sucediendo. Pero a diferencia de las noticias de actualidad, el arte y la literatura nos ayudan a conocer mejor esta realidad desgarrada y cómo la viven, cómo la interiorizan, las personas que están atrapadas en este infierno.

Desde siempre, se ha querido ver la guerra con el esplendor del héroe, y como tal gusta describir a los militares: grandes soldados que saldrán siempre victoriosos. En el siguiente soneto, Cristóbal Mosquera de Figueroa retrata a don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, en la toma de la Tercera, en las Azores, luchando contra las tropas que apoyan a don Antonio, pretendiente al trono de Portugal en detrimento de Felipe II, que tenía las mismas aspiraciones y que salió vencedor, precisamente por la intervención de la armada capitaneada por Bazán.

Ucrania: horror a manos llenas

El soneto se construye sobre la visión de quien está ante un cuadro viendo una escena de guerra protagonizada por el Marqués:

El segundo cuarteto escenifica la acción militar del protagonista, muy dinámica y vital:

El resultado, como no podía ser de otro modo, es el de la victoria frente a la armada de tres reinos: Portugal, Francia e Inglaterra

Con número de naves tan estrecho
y parte del ejército esparcido,
designios de tres reinos ha deshecho.

Como conclusión, la victoria ("las grandes empresas") son propiedad del glorioso Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz

No hay para qué decir quién haya sido,
que las grandes empresas de derecho
son de Bazán, marqués esclarecido.

Aunque Mosquera de Figueroa participó en la conquista de las Azores (y vio, por tanto, la realidad de lo que es una guerra), no quiso plasmarla en este soneto laudatorio. Una cosa es lo imaginado o lo prometido (la gloria militar) y otra la realidad inmediata, de signo muy diverso. Así lo sintetizaba García Lorca en su magnífico Grito hacia Roma:

En la línea de estas "ninfas del cólera", el capitán Francisco de Aldana escribe otro soneto, reverso de la moneda del anterior, en el que presenta un retrato mucho más realista de la guerra: un soldado, en medio del campo de batalla, desorientado por el humo que lo envuelve, se ve presa de la confusión:

A pesar de las consignas y de los gritos de ánimo ("¡España, Santiago, cierra, cierra!"), que grita la tropa, el resultado es un espectáculo próximo al infierno. Pero no el dantesco, sino el que crean las bombas y las balas entre el azufre, el fuego y el humo.

Y con el bombardeo de los cañones, no solo el humo entra en los pulmones y cuesta respirar, sino que la metralla hiere y destroza el cuerpo del soldado, pues este (quizá urgido por el dolor) se palpa ( hueso en astilla, carne molida), de manera que concluye con una irónica (si no sarcástica) reflexión sobre el "noble estado" que es la guerra, "solo de hombres digno".

Porque las guerras, incluso las del siglo XXI, supuestamente milimétricas y quirúrgicas, quizá ya no rasgan mallas, pero sí vidas, y los misiles siguen realizando su cometido: hacen estallar la muerte en medio de las calles, como escribió Joan Maragall, conmocionado por los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona en 1909:

Ucrania: horror a manos llenas

Las bombas, sea cual sea su origen, han quebrado la alegre cotidianeidad de la ciudad en paz. Como dijo Antonio Machado, "La guerra / viene como un huracán" que rompe y destroza la vida de las personas. Desde el siglo XX, el terror son los bombardeos de la aviación. La visión de los aeroplanos, el sonido amenazador de sus motores, contrasta en este otro soneto de don Antonio con el recuerdo nostálgico de la amada:

Mas fuerte que la guerra -espanto y grima-
cuando con torpe vuelo de avutarda
el ominoso trimotor se encima,
hoy tu alegre zalema el campo anima,
en claro verde el chopo en yemas guarda.
fundida irá la nieve de la cima
el hielo rojo de la tierra parda
mientras retumba el monte, el mar humea,
da la sirena el lúgubre alarido,
y en el azul el avión platea
¡cuán agudo se filtra hasta mi oído...!

Si la visión de los aviones llena de inquietud es por la fatal seguridad de que en algún lugar habrá una víctima. Así, este otro soneto del mismo Machado, en el que un niño muere mientras un "invisible avión moscardonea" en el aire, como una presencia inquietante y devastadora.

Otra vez en la noche... es el martillo
De la fiebre en las sienes bien vendadas
Del niño. _ Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
_ Duerme, hijo mío. Y la manita oprime
La madre, junto al Pecho. _ ¡Oh, flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor a espliego;
Fuera, la oronda luna que blanquea
Cúpula y torre a la ciudad sombría
Invisible avión moscardonea.
_ ¿Duermes, oh dulce flor de sangre mia?
El cristal del balcón repiquetea
_ ¡Oh, fría , fría, fría , fría, fría!

Ya lo dijo, aunque con innegable ironía, Jaime Gil de Biedma: "Las víctimas más tristes de la guerra / los niños son, se dice".

El último bombardeo (hasta la fecha) en el Hospital materno-infantil de Mariupol así lo confirma. Unos días antes de que sucediera tal atrocidad, Bienvenido Morros, catedrático de Literatura Española en la UAB y excelente sonetista, ha publicado en su Facebook el siguiente poema:

¿Qué especie animal puede desgarrar
Pétalos que han brotado en primavera
Y que han amanecido en flor primera
Con la aurora, el rocío, la luna y el mar?
¿Qué clase animal puede despedazar
Las nubes con sangre pura en esfera
De estrellitas con luz nueva y severa
En occidentes sin futuro y azar?
¿Cuántas llamaradas han arrasado
Sueños de niños en su soledad
De muerte, de juego y de canción?
¿Cómo podrán borrar mis impotentes
Ojos tanto terror, tanta maldad
Tanto llanto, tanta frustración?

Pero los niños, aunque sean las primeras víctimas de la guerra, no son las únicas. En la guerra,, como nos muestran los recientes testimonios gráficos, el paisaje se cubre de heridos, de muertos, como cantó Miguel Hernández:

No se trata solo de heridas físicas, sino del dolor que produce la guerra, la visión de las imágenes que nos atacan y nos hieren con tanta fuerza como la que tienen las armas, las bombas.

Cuando no son los aviones, son los cañones los que bombardean indiscriminadamente y masacran a la población civil, como cantó Emilio Prados, que sufrió los cañonazos en Madrid. El romance expresa el estrés de quien se ve sometido en la ciudad sitiada a intensos bombardeos.

No son ya los cañonazos lo que inquietan, sino "las selvas de mis nervios", la inquietud interna con la que se vive el presente.

No tengo pulso en mis venas,
sino zumbidos de trueno;
torbellinos que me arrastran
por las selvas de mis nervios;
multitudes que me empujan,
ojos que queman mi fuego,
bocanadas de victoria,
himnos de sangre y acero,
pájaros que me combaten,
alzan mi frente a su cielo
y ardiendo dejan las nubes
y tembloroso mi suelo.

Los bombardeos no solo asedian la ciudad, sino la propia vida.

¡Allá van! Pesadas moles
cruzan mis venas de hierro.
Toda mi firmeza aguarda
parapetada en mis huesos.
Compañeros del presente,
fantasmas de mis recuerdos,
esperanzas de mis manos
y nostalgias de mis juegos:
¡todo en pie a defenderme
que está mi vida en asedio;
que está la verdad sitiada
y amenazada en mi pecho!
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño:
mi ciudad está sitiada,
entre cañones me muevo.

Ucrania: horror a manos llenas

Y ahora que Putin ha sitiado las ciudades más importantes de Ucrania (y abierto dudosos corredores humanitarios), vale la pena recordar La Numancia, la tragedia que escribió Cervantes en la que se escenifican los últimos días de la ciudad celtíbera sitiada por los romanos. Los embajadores numantinos intentan negociar una solución al cerco, pero Escipión, el general romano, se niega a llegar a ningún tipo de acuerdo: quiere la rendición incondicional. Ante esta postura inflexible, comprenden que está próxima su derrota y que morirán de hambre. Para evitar el sufrimiento, prefieren morir a manos de sus familiares, sacrificar a los niños y a las mujeres, para evitarles torturas y violaciones. La visión del horror la transmitirán las figuras alegóricas que presencian la tragedia. El Hambre:

Volved los ojos y veréis ardiendo
de la ciudad los encumbrados techos;
escuchad los suspiros que saliendo
van de mil tristes lastimados pechos;
oíd la voz y lamentable estruendo
de bellas damas, a quien, ya deshechos
los tiernos miembros en ceniza y fuego,
no valen padre, amigo, amor ni ruego.

En definitiva: la guerra no es nunca un acto heroico, ni menos glorioso. Tampoco es un movimiento táctico que puede forzar las posturas políticas. La guerra solo supone la destrucción de ciudades, edificios y, por desgracia, vidas humanas.

En cuanto al arte, a la poesía... Quizá valga la pena recordar una de las últimas obras que escribió Richard Strauss, Metamorfosis, poema sinfónico que escribió a partir del tema de la marcha fúnebre de la 3ª sinfonía de Beethoven, cuando supo que el Teatro Nacional de Múnich había sido destruido por los bombardeos de las fuerzas aliadas que iban a liberarlo. El teatro fue reconstruido en 1963, pero nos queda el conmovedor poema sinfónico, en donde condensó todo su dolor ante el espectáculo de destrucción y muerte que tenía ante él. Escuchándolo, no sabremos ni que el teatro fue destruido, ni cuándo le llegó la noticia a Strasuss. Pero conoceremos su dolor en toda su intensidad y en todos sus matices. El arte no salva vidas, pero expresa los sentimientos, las pasiones, el horror que es capaz de crear el hombre.

Quizás valga la pena recordar aquí el soneto de Blas de Otero, de tono existencial y metafísico, que nos expresa la dura condición humana ("esto es el hombre: horror a manos llenas"), siempre inclinada fatalmente hacia el dolor y la destrucción. Por supuesto, la guerra. Y lo que es peor: sin ningún Dios que acuda en su ayuda. La soledad absoluta.

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

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