Revista Cultura y Ocio

Últimos tragos

Publicado el 25 mayo 2010 por Felipe Santos

Apareció como la Contessa de antaño, enfundada en un abrigo de cola de color turquesa apenas un año después de haber anunciado oficialmente su adiós definitivo a la ópera. Desde la Vanessa de Samuel Barber que cantó en Los Angeles y Washington en 2004, la soprano neozelandesa Kiri Te Kanawa no había vuelto a subirse a un escenario. En el otoño de su voz, como muchas otras grandes figuras legendarias, ha optado por seguir cantando en recitales con piano. Hace algunos años, cuando actuó en Barcelona, comentó que esta modalidad le permitía cantar lo que le produce auténtico placer, como si se tomara un buen vino.

Últimos tragos
Julian Reynolds y Kiri Te Kanawa

Kiri Te Kanawa apura en estos conciertos los últimos tragos de ese vino excepcional que ha encandilado durante décadas a los aficionados. La voz, como es natural, ha perdido el brillo y la precisión de antaño, tiende a destemplarse cuando la partitura se vuelve abrupta y en la emisión aparecen de vez en cuando molestas veladuras. Guarda algo de la prestancia de ayer cuando apiana o canta a media voz. La artista, la grande que fue, aún permanece, y así es capaz de sacar oro de un repertorio que ha elegido con mimo para que todas las limitaciones que han ido surgiendo con el paso del tiempo aparezcan lo menos posible.

La de ahora es una forma de cantar contenida y cautelosa, a veces en exceso, que se mueve con cierta comodidad en Morgen, ese bellísimo lied de Strauss que contó con una extraordinaria introducción de Julian Reynolds al piano. Guardó para Cäcilie una de las escasas veces durante la noche que emitió los agudos con una cierta intensidad. Para entonces, el público ya estaba entregado al sublime gusto que tiene esta mujer al cantar, muy atenta al conjunto de la pieza, a su sentido musical. De la segunda parte destacaron La Delaissado, un canto de Auvernia de Canteloube, El clavel del aire blanco de Guastavino y Canción al árbol del olvido de Ginastera, donde se permitió la única frivolidad de la noche. En Morire volvió a desempolvar levemente el agudo y terminó con dos propinas operísticas: Ecco respiro appena de Cilea y O mio babbino caro de Puccini, que cantó con gran sentido de la línea. El público aplaudió a rabiar a la artista que tenían delante y, sobre todo, a la que había permanecido y siempre escucharán en su memoria.

Kiri Te Kanawa. Obras de Mozart, Strauss, Canteloube, Guastavino, Ginastera y Puccini. Julian Reynolds, piano. Ciclo de Conciertos de la Fundación Cajamar. Auditorio Nacional de Madrid, 11 de mayo de 2010.

Foto: EFE

 


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