Revista Opinión

Un 74% de anticapitalistas

Publicado el 26 abril 2013 por Vigilis @vigilis
Dicen que el dilema se presenta cuando el gobierno tiene que ahorrar y al mismo tiempo no tiene de dónde. Ya sabéis, lo de «tocar hueso» que dice la gente en la que creo es una muy desafortunada comparación del Estado con un organismo vivo.
Hay quien dice que el déficit no es culpa del gasto público, como si un déficit —el que sea— no estuviera relacionado con un gasto. El problema es que cuando eres pobre y quieres seguir viviendo como un rico, tienes tendencia a no evitar el gasto. A España le está pasando eso. Miento, no le «está pasando»: hay una serie de personas que deciden que le pase. La mayoría está en el gobierno.
Un 74% de anticapitalistas
En los años burbujiles (pongamos entre 2001 y 2007) España ha gastado respondiendo al medioambiente burbujil. Un país que vive en el eterno presente cree que la situación va a ser siempre la misma. No hay ningún tipo de incentivo para que aquellos políticos (por cierto, los mismos que hay ahora y los mismos que había en 1995 y en 1990...) no elevaran el gasto público de la misma forma que aumentaba el gasto privado. Todos hemos visto el estudio de la Fundación BBVA. Aquí no vale echar la culpa a los mercados, a Merkel, a la troika ni al susumcorda. El sabio pueblo español reclama de forma constante más gasto público, hasta el infinito. Y en parte es normal ya que la mayoría de la población vive en la pobreza solemne. Quienes no viven en esa pobreza solemne, no llegan a que les alcance una provisión de servicios públicos por ser ricos, aunque con cierta perspectiva sean tan pobres como los anteriores. Así, una parte de la población pide que les mantengan sus ayudas (para comprar medicinas, para estudiar filología rumana, para poner una cadera de titanio a un señor de 102 años, etc) y otra parte, lo que llamamos clase media, reclama que le subvencionen una guardería al lado de casa ya que la que les corresponde está copada por hijos de inmigrantes.
El resto del paquete lo forman esos profes diciéndoles a los niños que los empresarios son malvados, esa prensa que malvive de dinero público y se ve obligada a lamer botas... Bueno, ya sabéis.
Es cierto que también la parte de ingresos es importante. Y desde luego que el Estado está regalando a la gran empresa muchas oportunidades de no pagar lo que le corresponde. Supongo que es para compensar el hecho de tener un mercado laboral desastroso y bananero. Y digo yo que también influirán sobresueldos y lo que llaman «puerta giratoria» (¿dónde han sido colocados ministros, ex-presidentes, ex-secretarios de Estado, etc?).

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Ingresos.

Respecto a la medida de la riqueza nacional, lo que recauda el Estado no ha bajado mucho. Si ha bajado en cifras absolutas ya que el PIB ha bajado. Lo lógico en este caso sería hacer caer el gasto público. No por capricho, sino para no ahondar en el déficit que vuelve demasiado cara la financiación.

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Gastos.


En la corrección de ese déficit es donde entra la política. No podemos tener al mismo tiempo guardias nocturnos y reparar baches, por ejemplo. Hay que elegir porque no hay dinero. Mejor dicho sí hay dinero, pero hay que devolverlo. La gente tiene la extraña manía de querer que le devuelvan lo que presta. Tema distinto sería el de la usura. Con el tema de la usura España ya tuvo sus problemazos. Claro que esto la gente no lo sabe, porque vive en el eterno presente. El pasado no existe y el futuro será maravilloso o no será.
Esto, que es lo que algunos repetimos desde hace cinco años, no es ignorado por la masa. Lo saben, pero pasan del tema. Durante la burbuja adquirieron una serie de derechos de los que no se quieren deshacer. La Cultura de la Transición, como gran elefante en la sala, barrita y dice que ningún cambio va con ellos. Que de toda la vida aquí se paró de 11 a 13 para el café y que quitar ese café es un ataque de la conspiración fascista internacional. Lo cierto es que durante la burbuja el gasto público aumentó en cosas espectaculares como polideportivos, campos de golf y salarios públicos. La provisión pública de servicios no aumentó en la misma medida que el gasto, pero ahí está la izquierda de IU o del PP, reclamando que aumente el gasto público para salir del pozo ya que esta vez prometen gastar «bien» el dinero. De verdad de la buena.
Me recuerdan a esos cafres que piden el monopolio público del negocio bancario. Esta vez lo haremos bien, dicen, palabrita del niño Jesús (laico).
Este es el medioambiente del país. La conclusión es horrible, claro: un pueblo inepto, irremediablemente elige a representantes ineptos. Dice el paladín del vacío y la obviedad que responde al nombre de Fernando Ónega, que no es tiempo de meterse con los políticos porque hay «políticos buenos». Cuando el debate llega a la tautología, se acabó el debate. Ni para ti ni para mi. En la plaza gritan «Barrabás, queremos a Barrabás». También exigen que los árboles que destaquen, sean cortados ya que es un ataque a nosé qué que haya árboles más altos que otros. Da igual. Ni siquiera los que se dicen de izquierda en este país piden ya que todos los árboles crezcan sin importar a qué altura. Hoy la izquierda es una especie de monstruo de tres cabezas, con Mariano, el 15M y el señor que ponga la Pesoe a dirigir el Consejo de Administración de su negociado. No reclaman que todos tengan la oportunidad de crecer, sino que crezcan los que aparecen en el convenio y que ninguno supere cierta altura. La derecha, entendida como una amplia opción política que defiende valores tradicionales y la prudencia en los cambios, ni tiene representación.
Y la calle, ese lugar que jamás debió ser para la política (no así el ágora, que distingo de la calle campechana), gritando que quieren a Barrabás. Pero si ya tenéis a Barrabás, miraos a un espejo, gañanes.
Hay días en los que es mejor no salir de casa... pero eso es exactamente lo que desean algunos: ganar por incomparecencia del contrario. Yo me niego a eso. Un 74% de los españoles rechazan el capitalismo. Bien, hay un 26% que no lo rechazamos.
¡Sí se puede!


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