Revista Cultura y Ocio

Un 'Ágora' para los 'dignificados'

Por Agora

Podríamos decir que el siglo XX, escenario de dos grandes tragedias mundiales, se clausura en 1989 con el gesto de un hombre más propio de un drama de Chekhov que de una tragedia de Esquilo. Mikhail Gorbachov abre el tablacho que representa el muro de Berlín y se inicia la gran catarsis. El imperio comunista se desmorona y con él la mitad del mundo que se mira en aquel espejo.
Veinte años después, en 2008, los cimientos del otro gran imperio, el sólo y el único,
se tambalean en Wall Street, y en lugar de quitarlos, los hombres grises del régimen se dedican a poner tablachos por todos lados para contener la avalancha, que tres años después sigue filtrándose por todas la grietas de irracionalidad que las prácticas de un capitalismo “depredador e insaciable” (en palabras de Pere Casaldáliga) ha provocado.
El sistema hace aguas, y donde primero se nota como siempre es en la línea de flotación. Los de arriba callan y silban su canción mientras preparan sus botes salvavidas. Nadie quiere ser el primero en señalar al emperador desnudo, nadie excepto ese grupo de desharrapados anónimos, que como un coro griego, empujados por la fuerza profética de los hados, se dirigen a las plazas de todo el mundo con sus pancartas y sus jergones dispuestos a esperar la llegada del “héroe” al que le tienen una larga lista de preguntas preparadas. Naturalmente, el “héroe” que haya de purgar esta tragedia no se va a presentar jamás, pero las preguntas siguen ahí, plenas de sentido y tarde o temprano tendrán su respuesta, de alguna manera ya está en el aire.
El hecho de haber sido “ imprevisible” es lo que ha sorprendido de este movimiento del 15-M, de los “indignados” (término en cierto modo cursi y puritano y que yo cambiaría por el de “los dignificados”, pues es lo que late en el fondo de su motivación, la reivindicación de una dignidad para un discurso prostituido y tergiversado de ”lo social”. Y el hecho de ser ingobernable es lo que paraliza la mirada estupefacta de las autoridades que han de enfrentarlo.
Zygmunt Bauman pronostica un fracaso o una disolución de este movimiento del 15-M, por la falta de “pensamiento”, por ser un movimiento regido desde la “emoción”. Tal vez, pero sospecho que Baumann identifica aquí pensamiento e ideología, y olvida que también la emoción parte del “pensamiento” en sentido amplio. Si a un movimiento como este le falta ideología, en cambio no le falta razón, en el sentido “kantiano” conocimiento intuitivo de la verdad. Es una suerte de conciencia global de la necesidad de dar sentido y de dignificar el discurso de lo social como espacio concreto de la vida real frente a la especulación virtual que somete y maneja a los pueblos y sus necesidades básicas como si fueran moneda de cambio para enriquecerse a su costa. Algo tan simple como esto es lo que ha puesto de acuerdo a ciudadanos de todo el mundo.
Las redes sociales y su instantaneidad comunicativa no ha hecho mas que ponerle fecha y hora a una cita con la historia, inevitable y deseada, y de la que los protagonistas han sido los jóvenes, no la extrema izquierda ni los parias como intentan hacernos creer. No había mas que acercarse a las plazas de todas las ciudades del mundo y escuchar las intervenciones en las asambleas. Jóvenes preparados en las mejor tradición ilustrada. Proclamas y eslóganes de todo tipo, prácticos, poéticos, graves, humorísticos, cínicos, en prosa o en verso. La voz diversa y libre de la gente, distanciada de un discurso político que últimamente carece de resonancia.
Le faltan líderes visibles, concreciones, programas a este movimiento?. Tal vez, pero le sobra sensatez, prudencia, “koiné”, eso que necesitará la civilización si ha de mantenerse en pie. Ahora bien, que nadie espere que esta vez se vayan a asaltar palacios, quemar iglesias o guillotinar cabezas. Este movimiento, este teatro está reclamando después de cincuenta años de simulacros en las relaciones de producción, una imagen real del mundo, la única posible, la del contacto, la que ponen los cuerpos. Eso que R. Barthes llamaba la “venustidad”. En la medida en que este movimiento persista en el encuentro puntual , en la cita concertada y en las acampadas, su éxito se concretará.
Y nos podríamos preguntar: ¿pero, después de Mayo del 68?. Naturalmente, y la ironía del caso es que este tablacho (para volver a ese definitivo término del argot murciano) lo han levantado precisamente los nietos de aquel Mayo que los abuelos daban definitivamente por perdidos entre tanto aparatito de mandar mensajes.
Antonio Rubio


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