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Un amor inesperado

Publicado el 07 julio 2015 por Josep2010

Cuando hace ocho años inicié el camino que me ha traído hasta aquí lo hice en la intención de poder volcar blanco sobre negro las impresiones que el cine, principalmente, me provoca: y pensaba únicamente en buenas películas: luego vinieron los estrenos, las actualidades y con ellas las decepciones, el hastío y las pocas ganas de escribir sobre algo que no acaba de enganchar el ánimo.
Por eso y por otras razones estas páginas se han visto aletargadas y me duele, ciertamente, porque la pulsión por escribir -por lo menos intentarlo- no es, evidentemente, sujeto de dominio fácil y la dejadez comporta una sensación de vacío melancólica.
Aunque no sé porqué habría de decirlo quedando como arrogante, cuando prácticamente quienes por aquí circulan saben por lo menos tanto y seguramente más que yo mismo de la cuestión.
Vayamos pues al grano y centrémonos en la propuesta de ideas a considerar en torno a una película que he visto en dos ocasiones únicamente, la postrera hace muy poco por fortuna en v.o.s.e. y la primera hace muchos años, juraría que a primeros de los setenta en una sesión noctámbula del UHF aunque no pondría la mano en el fuego si me aseguraran que la vi en un cine de estreno, porque, amigos, tardó en estrenarse en España la friolera de ¡veintitrés años!.

Un amor inesperado
Brief Encounter es una película que David Lean estrenó en Gran Bretaña en 1945 y no fue sino hasta 1968 que se estrenó en España con el correcto título de Breve Encuentro. Nos pilló el estreno un poco fuera de marco, sin duda, peor en los madriles que aguardaron unas semanas quizás por ver qué pasaba en la entonces menos pazguata cartelera barcelonesa.
Muchos temas afloran en una consideración de la película y empezaré por el más íntimo y tonto: durante años, prácticamente hasta que pude corroborarlo a través de internet, me juraba a mí mismo que la magistral actriz que protagoniza la cinta no era otra que Wendy Hiller y así vacilaba de cinefilia cuando veía a Wendy en, por ejemplo, Elephant Man. Quede claro que Dame Hiller no comparece en esta película que descansa principalmente en los delicados pero firmes hombros de Celia Johnson quien poco o nada tiene que envidiar a la erróneamente citada que aparece únicamente como auto castigo a mi propia ignorancia.
Lamento no recordar cuando vi la película en la primera ocasión, porque fue cuando constaté que las películas románticas también podían ser muy buenas y desde entonces incluso empecé a contemplar los ciclos de Douglas Sirk de otro modo. Me dejó una impresión honda (y como he confesado, poco minuciosa) al punto que, habiendo existido ocasiones de verla nuevamente en la televisión, nunca quise repetir, por no hallar un declive. Ha sido hace muy poco, gracias a la fortuna, que he podido verla en versión original y ante esa posibilidad no había excusa.
Hay un dato objetivo que arroja alguna perspectiva quizás no tenida en cuenta por quien ve la cinta de Lean en este siglo sin un bagaje previo: Breve Encuentro es la cuarta película dirigida por el entonces joven David Lean que estaba tutelado por Noël Coward quien codirigió la primera película de Lean e intervino de una forma u otra en las siguientes, incluyendo la que estamos tratando hoy.
Brief Encounter es un guión pergeñado por Noël Coward basándose una pieza de un sólo acto titulada Still Life (que no he podido encontrar gracias a la abundante desinformación que vierten los buscadores) que el muy británico autor escribió en 1936 cuando con Gertrude Lawrence decidieron irse a las tablas londinenses a presentar el espectáculo teatral con el que triunfaron en Broadway, "Tonight at 8:30", compendio de diferentes piezas cortas, algo que alguien hubiera debido (¿quizás lo hicieron?) filmar para la posteridad.
Recordemos que en Broadway, en los treinta del siglo pasado, Noël Coward triunfó con Design for Living, llevada al cine por el maestro Lubitsch, como ya vimos aquí en su momento. La película de Lubitsch, de 1933, se estrenó de casualidad en España en 1934, pero pasado 1940 desapareció del mapa, tanto aquí (que no volvió a estrenarse en cine) como en el resto del mundo "civilizado".
Hay datos objetivos a tener en cuenta: en 1945, en la Gran Bretaña, a los tipos como Noël Coward, los metían en la cárcel con bastante facilidad: que se lo pregunten a Alan Turing, protagonista que ha sido hace poco de una película a reseñar.
El usual tratamiento libre de las relaciones emocionales entre las personas de que hizo gala Noël Coward en los escenarios neoyorquinos en la era pre-macarthy desaparece como por ensalmo en la breve Still Life de la que su autor siempre se sintió muy orgulloso, aunque hay quien asegura que no había para tanto. Habría que leerla, por lo menos, de poderse.
Lo que sí está claro es que en 1945 el nombre de Noël Coward era ya muy conocido y gozaba de una solvencia que David Lean se estaba trabajando y ello se apunta únicamente porque es de ver que en los posters de la época del estreno aparece resaltado el nombre Noël Coward y en los carteles más recientes ha desaparecido por completo, incidiendo de forma errónea en el aprecio de la autoría de la película por el espectador no avisado, que pensará en Lean como máximo responsable, no siendo exacto.
Porque amén de comparecer como guionista de su propia pieza teatral, Noël Coward interviene como productor, en una época, no lo olvidemos, que los productores tenían mucha importancia en el resultado final, en lo que acabamos viendo en pantalla. Como productor, están en su cajón de premios la elección de la banda sonora, el Concierto para piano II de Rachmaninoff interpretado por Eileen Joyce y el haber convencido a Celia Johnson para que interpretara a la protagonista Laura: la actriz, poco inclinada a los rodajes, cedió a la invitación del escritor cuando éste le leyó el guión y, cabe suponer, le empezó a sugerir formas de afrontar la interpretación.

Un amor inesperadoLa trama se puede explicar, supongo, porque será conocida: una mujer (casada y con dos hijos) conoce casualmente a un hombre, médico, al asistirla éste cuando una brizna de hollín del tren se aloja en el ojo de ella, causándole molestias, de las que el facultativo la libera fácilmente: él también está casado y tiene tres hijos. A partir de ahí, una vez a la semana, cuando ella va a la ciudad a solazarse y a comprar lo que no halla donde vive, coinciden en el bareto de la estación. Y hacen planes de comer juntos y de ir luego al cine y de darse un garbeo por la campiña inglesa y....
Esa sinopsis, en manos de un tipo capaz de escribir Design for Living una década antes, ahora nos chirría terriblemente.
Debemos situarnos históricamente en la Inglaterra de 1945, un paso atrás muy grande en comparación con las libertades de los treinta iniciales neoyorquinos, parejo, en fin, a la censura imperante en casi todo el mundo "civilizado", para comprender que Coward no tenía alternativas.
Curiosamente, hay recientes trabajos de corte académico que sostienen que Coward escribe las líneas de Laura con la intención de declamarlas como propias en la sinrazón del homosexual que se ve privado por los condicionantes sociales -y en su caso, por las leyes imperantes, represivas y censoras- de satisfacer y completar sus anhelos amorosos. Me parece una interpretación un poco traída por los pelos aunque sin duda sirve para apaciguar la sensación de envejecimiento súbito que uno tiene al ver la película habiendo transcurrido treinta años, con todos los cambios habidos.
Creo que Breve Encuentro debe verse, entre otros motivos, porque es una cinta modélica de expresión de una realidad social que perturba, interfiere y anula una pasión amorosa que, activa, introduce el peligro y la inestabilidad de la institución matrimonial: es el relato de un flechazo que surge sin haberlo buscado, es el nacimiento de una pasión amorosa nada sensual, basada en el sentimiento de coincidencia, de identificación, unas miradas que se auto definen en la pupila del otro, un reconocimiento del ser en el otro y un sufrimiento al constatar que el deseo no podrá ser cumplido, que el anhelo amoroso no triunfará, que será cercenado socialmente, que es imposible, que no puede ser.
Hay que trascender la literalidad del guión escrito por Noël Coward entendiendo que, pese a no ser una película española de la época, sigue sujeta a una censura férrea: el autor debe ingeniárselas para expresarse mediante conceptos y, gracias a su buen hacer como productor, el tipo ése joven al que le encargan que dirija la película toma las riendas y se encarga de demostrar que, antes monaguillo que fraile, David Lean mueve la cámara con una solvencia espectacular y planifica la historia más romántica jamás contada como si se tratara de un drama oscuro mediante una fotografía dura, por momentos espeluznante por su contraste, reforzando la tragedia de los dos enamorados amantes insatisfechos aprovechando el ruido del tren sobre las vías para esconder un beso y un gemido furtivos en el solitario paso de peatones, justo antes de la avalancha de pasajeros que circulan raudos ignorantes del sufrimiento amoroso de ambos protagonistas.
David Lean subraya con firmeza y mucha inventiva las ideas que surgen del espléndido texto de Noël Coward, repleto de frases memorables, dosificando con habilidad en el montaje los riesgos de una narración en flashback y el peligro de caer en un exceso de teatralidad por la abundancia de lugares cerrados que por momentos confieren una sensación claustrofóbica que refuerza la opresión sentida por los enamorados protagonistas ante la imposibilidad de ejecutar libremente sus deseos, situación reforzada por la muy descarada relación de la pareja "cómica" en la que Stanley Holloway se luce a modo, una contrafigura del escueto Trevor Howard que pasa perfectamente por el hombre sensible mucho más apocado que los personajes rotundos que luego darían mucha fama al actor.
La elección del joven Trevor Howard, casi inédito, es también un acierto, como lo es asimismo la intervención de Cyril Raymond como el esposo que acaba mostrándose como todo un personaje, más atento y despierto de lo que parecía, un secundario que se luce lo justo. El elenco es sobresaliente en esta producción y muy justamente fue reconocida la labor de Celia Johnson, que habla más con el gesto y la mirada que con sus palabras, pronunciadas con elegancia y sentimiento notables.
Sin llegar siquiera a la hora y media, esta película, que ahora queda fuera de toda lógica por los cambios sociales producidos, permanece sin embargo como ejemplo de la representación de un verdadero amor imposible, lo que hoy sería una rara avis, entonces en buena parte por los condicionantes sociales pero también por la decisión de ambos protagonistas de someter su amor inesperado a las necesidades de sus respectivas familias: una actitud de respetar un compromiso previo aceptado libremente por encima de la conducta sensiblemente egoísta de perseguir la propia felicidad a cualquier precio sin tener en cuenta a los demás.
En la imposibilidad de acertar cual sea la actitud a tomar con mayor justicia, el flechazo queda relegado, pero jamás olvidado:
Alec: I do love you, so very much. I love you with all my heart and soul.
Laura: I want to die. If only I could die...
Alec: If you'd die, you'd forget me. I want to be remembered.

Imperdible. Si no la has visto: ¿a qué esperas?

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