No imaginé tantos encuentros con estos bellos mamíferos, ni tan cercanos. En un bosquete de olmos, enclavado entre olivares, he pasado muchos atardeceres esperándolas y desde hace más de un año disfruto con sus sigilosas apariciones y sus rondas nocturnas entre los árboles. Son dos luceros que brillan sobre su hocico y el misterio de su huella enmudece entre las hojas del bosque. Silenciosas se mueven por ramas y troncos, balanceando la cola y ocultando en las sombras su moteado pelaje.
La noche tiene sus duendes, los árboles emboscan su piel de lunares y rayas.
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