Woddy Allen, una mirada perpleja. Foto: Getty Images.
(Lecturas en voz alta). Hablaba el otro día, después de algún tiempo, con mi amigo José María, alias Navajo, uno de los mejores críticos de cine que conozco, y lamentábamos, justamente, la injusta postergación de Woody Allen. Y, entre algún que otro juramento y varios exabruptos no reproducibles, nos quejábamos de que este 2018 se fuera a despedir sin la anual cita con la peli del maestro. Este artículo de Elisa Martín Ortega parte de esa misma sensación y cuenta una experiencia que, detalles biográficos aparte, muchos podríamos suscribir. Al igual que el agradecimiento expreso al genio de Brooklyn, al que tantos momentos gozosos debemos. Hace ya unos años, mi amigo Navajo me regaló un estuche con una buena selección de películas de Woody Allen en deuvedé. En lo poco que ya va quedando del año buscaré el momento oportuno para volver a verlas y así desquitarme de la inmensa frustración que supone su ominosa desaparición de la vida pública, uno de los más preocupantes síntomas de los tiempos bárbaros que vivimos.