Revista Cultura y Ocio

Un beso, mamá

Publicado el 17 septiembre 2021 por Molinos @molinos1282
Un beso, mamáAl empezar me notaba anquilosada, oxidada. Sentía que estaba fingiendo. Me sentía pretenciosa y de una manera extraña como si estuviera tratando de recrear una versión de mi misma del pasado, de un pasado muy remoto. La primera vez que recuerdo escribir cartas fue cuando una niña de mi clase, que llegó porque a su padre lo habían destinado a Madrid, se volvió a Barcelona tras solo un año en el colegio. Se llamaba Belén y nos habíamos caído muy bien, todo lo bien que te puedes caer con once años, y empezamos a escribirnos. Aquella correspondencia duró años, nunca más volvimos a vernos. En la adolescencia, pasaba los fines de semana en Los Molinos con mis amigos, todo el día juntos, todas las horas eran pocas para hacer cosas y para contarnos todo aquello de lo que necesitábamos hablar. Teníamos tantísimas cosas que decirnos que entre semana, el mismo domingo cuando llegábamos a Madrid, nos poníamos a escribirnos unos a otros. Eran cartas kilométricas, escritas durante varios días, con bolígrafos de distintos colores y llenas de dibujos, caricaturas, flores, arco iris y cualquier otra cosa (Las mías eran más sobrias porque yo no sé dibujar ni siquiera dibujar mal). Nos contábamos todo lo que nos ocurría, las broncas con nuestros padres, las broncas con nuestros hermanos, todas las aventuras del colegio, y las recibíamos como si transmitieran mensajes importantísimos para la humanidad. Para nosotros, desde luego, eran oro puro. Durante muchos años, firmé aquellas cartas como Enrique Rucocó. Después de aquello, me escribí cartas con mis amigos de Irlanda durante muchos años y ocasionalmente alguna más y muchas notas de amor y humor cuando empecé a salir con El Ingeniero. Luego llegó internet y las cartas terminaron. 

«Voy a escribirte una carta cada domingo contándote lo que pasa aquí. Sé que podría escribirte un mail pero sé que no lo leerías. Verías los tres o cuatro párrafos y pensarías: qué brasas es mi madre. A lo mejor no lees las cartas pero dentro de diez, quince o veinte años, los mails estarán olvidados y las cartas las tendrás». 

Esto le dije a Clara en el aeropuerto. Pensé que lo difícil sería cumplir el compromiso, encontrar historias para contarle, acercarme a correos cada lunes a enviarla. No. Pasado ese primer momento de «se me ha olvidado como hacer esto», todo empezó a fluir, a engrasarse de nuevo y, ahora, después de tres cartas enviada y la cuarta ya pensada en mi cabeza, me he dado cuenta de que lo más difícil, lo más raro, es llegar al final y firmar Mamá. 

«Mamá». Qué raro es, no me acostumbro, era más fácil ser Enrique Rucoco. ¿Mamá? ¿Yo soy mamá?,   A lo mejor en la carta número cuarenta consigo acostumbrarme. Como dicen los americanos: Fake it till you make it. 


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