Revista Deportes

Un brindis por el toreo

Por Antoniodiaz

Un brindis por el toreo

Salmonetes


Cuando no hay tregua, cuando en vez del todopoderoso bieeeeen los únicos ruidos que se escuchan en el tendido son los de los aficionados tragando saliva -glup, glup-, de los relojes no se acuerda ni el Tato, así que ni se escacharran ni se paran. Y si lo hacen, que más dá. Por esto que no sé las horas que serían cuando Iván Fandiño y David Mora se marchaban milagrosamente a pié de las Ventas del Espíritu Santo. Tampoco sé si el bendito milagro sería cosa de ese mismo espíritu biblíco de buena fama, de las meigas o de que ya no se ve un maldito gato negro por las calles gallardianas de Madrid. Y ahí que iban, con sus trajes de mataores de toros, esto no es con los colores más vanguardistas en pret a porter, sino con las telas esjarrás por las cornás, con las sangres del toro y del hombre formando un óleo de crudeza sobre la seda, con la baba del morito y la sudor espartana del romano esparciéndose a modo de agua bautismal por los desvalijados bordados de oro bien merecido. Así abandona un torero una Plaza de Toros. Con la cabeza bien alta y el cuerpo hecho escombros.
Para llegar a este punto el aficionado -santo, santo, santo, carne de beatificación vaticana-, tuvo que soportar una nueva golfada de la empresa que gestiona como si fuese un cortijo andaluz la primera plaza del mundo. El ganado de Gavira había conseguido, a priori, lo que no consigue ni el mismo José Tomás: poner de acuerdo a todo el mundo. Era un petardo cantado. Los bichos de la divisa gaditana son un compendio de lo que no debe ser un toro bravo. Flojos, mansos, descastados, al que no gazapeaba se le partía el cuerno, al que no se desmochaba embestía como un borracho, y el que no iba mamado no dudaba en cocear como burra resabiada al llegar a la jurisdicción del caballo. Qué montón de basura. No los bichos, que no tienen culpa, animalitos míos, sino aquellos malhechores que los compran para hundir a los dos toreros que, junto a Urdiales, están llamados a ser voz y voto de la afición conspicua.
Tres veces se vió Fandiño emperchado en las engatilladas astas de los gaviras. Y tres veces que la muerte lo negó. En competencia en quites fue volteado en dos ocasiones: una acordándose de Chicuelo y otra, más dramática, rememorando a Gaona. No volvió la cara en toda la tarde, con el sobrero de Lozano Hermanos anduvo aseado hasta que se invalidó el bestiajo. Pasó las de Caín con el tercero, gazapón por poco picado y con no muy buenas ideas, que se hizo el amo del redondel a pesar de los intentos baldíos del vasco por dominarlo. La apoteósis vino ya en el quinto, que si dice el dicho que no hay malo, este era malísimo. Negro chorreao, serio, astifino y colocao de cara, encampanao como el portero de un puticlub, una mole con más de 600 kilos y toda la mala baba que su casta mansa le prescribe. Cinco veces fue al encuentro con los del castoreño, que sólo recibieron coces a cambio de cinco picotazos sin importancia. Con este, y lo que son las cosas, se empeñaron en picarlo con ortodoxia, en tratarlo como bravo, sin echar mano a la suerte de la carioca que, para una vez que se requiere es olvidada. Crudito llegó al tercio de muerte, en el cual Fandiño echó toda la carne en el asador. Acertó con los terrenos, llevándose al manso a los medios, quitándole resabio, lo tanteó y antes de que cantara un gallo ya lo tenía metido en el canasto. Sacó una media faena vibrante, basada en el pitón derecho de donde no la había. Unas manoletinas aturulladas y emocionantes sirvieron de epílogo a la faena que, siendo importante, quedaba escasa para la oreja. Un estocadón a ley, entrando por derecho, del que resultó prendido como un espantapájaros, valió por sí sólo esa oreja que es de las más pesadas de la temporada. Gloria para Iván Fandiño, torero de otra época, ayuno de triunfos y sobrado de casta, como aquellos maletillas que venían a Vistalegre en busca de una oportunidad. La misma oportunidad que algunos, con sus hechos, parecen querer negarle a este titán del toreo.
No le anduvo a la zaga en redaños David Mora, mucho más asentado, más cerebral que Fandiño durante toda la tarde sin tener por ello que ceder un ápice en entrega. Recibió a porta gaiola casi en los medios a su primer toro, para después darle de capa con vibrantes verónicas. Nada pudo hacer de muleta con este marmolillo. Con el cuarto, que debió irse para atrás por inválido, más de lo mismo, sólo demostrar sus buenas maneras en labor de enfermero. Una vuelta al ruedo dió en el que cerraba plaza, otro manso geniudo que desarrolló peligro y se orientó demasiado pronto, quizás producto de un mal inicio de faena, dónde fue citado de largo, coleta en los medios y astado en tablas. No tardó en darle el palizón, en decir aquí estoy yo ante un Mora al que se le juntaba la rabia por la voltereta y el amargor de la hierba en la boca -por la oreja cortada por el compañero- y que le llevaron a perder los estribos. Valiente, rayando la imprudencia, estuvo toda la faena a merced de Notario, que pudo dar fé de que aún existen caballeros capaces de arriesgar su vida en batalla de poder a poder con un animal.
La tarde fue de los toreros, sin antologías, sin importancias, sin cumbres, sin necesidad de mentar a los maestros muertos. Ni falta que hace. Mientras se esté como han estado esos dos jabatos, con la verdad delante del toro, todo lo demás es casquería de ternera. Toreo de segunda.

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