Revista Viajes

Un café caliente en Viena

Por Rafael @merkabici
Un café caliente en Viena

Fueron los jardines donde florecieron el psicoanálisis y el diseño, la literatura y la política. Los cafés vieneses enhebran un itinerario por la capital austriaca de ayer y de hoy, además de ser el mejor refugio contra el frío si se visita la ciudad en esta época del año.

Volaban ya las golondrinas sobre el Danubio, cuando tomar café -ese regalo de Oriente- se convirtió en un gesto del intelecto en Europa. Sucedió hace mucho tiempo en Viena, una ciudad que por fuerza hubo de ser fascinante porque en ella todo su esplendor antiguo sigue siendo moderno. Como sus cafés, epicentros del pensamiento, que todavía hoy son templos donde disfrutar de la cultura a sorbos, ya sea un expreso o un dulce café vienés con su inseparable vaso de agua, y si es posible sentado en una thonet sin más compañía que un periódico.

El majestuoso Café Central.

Valorados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2011, los cafés vieneses enhebran un itinerario por la capital austriaca de ayer y de hoy, además de ser el mejor refugio si se visitan en esta época del año. El punto de partida puede ser el Café Central, abierto en 1876, que es la catedral de los cafés.

Aquí se entra como en un templo, con la misma fascinación y recogimiento. Emplazado en el fabuloso Palacio Fersler (1860) de estilo veneciano, nos da la bienvenida la estatua del papel maché del asiduo escritor Peter Altenberg, eternamente sentado junto al mostrador de pasteles.

La revolución del café vienés.

Frecuentado por Adolf Loos, aquí leía el periódico Freud, pasaba de visita Strauss, escribía Zweig, jugaba a las cartas Kafkay León Trosky, que aún se apellidaba Bronstein, al ajedrez. Así, cuando le contaron al ministro de Exteriores austriaco que en Rusia se avecinaba una revolución, éste contestó: ¿Y quién se supone que va a hacerla, acaso el señor Bronstein desde el Café Central? Como ayer, siguen colgando sus lámparas y las notas del piano.

No hay buen café sin una exquisita tarta.

Pero la sede de los revolucionarios estaba en el cercano Café Griensteildl. Conserva sus sillas thonet tapizadas en rojo, al igual que las cortinas de los ventanales que se asoman a la fastuosa plaza de San Miguel. En ella luce la cúpula neobarroca del Palacio Imperial, por donde se accede a la Escuela de Equitación Española, que contrasta con la exquisita Casa Loos, construida enfrente entre 1901 y 1902 por el padre del nuevo objetivismo para dolor del emperador Francisco José, quien ya nunca quiso acceder a su palacio por esa plaza. En el Griensteild, por cierto, también se sentaba un chico que por aquel entonces sólo quería ser pintor. Adolf Hitler se llamaba. El café de los megalómanos, lo apodaban.

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También están tapizados en rojo los divanes del Café Leopold Hawelka, en la callejuela de Dorotheergass, muy cercana a San Esteban. Con sus paredes oscuras repletas de cuadros, dibujos y pósters, conserva su aire bohemio, pues éste no era un café para burgueses sino para artistas. Y también hoy para golosos. Quién podría resistirse a sus famosos buchteln rellenos de mermelada. Para ellos, también, queda a dos calles la confitería Demel, antiguo repostero imperial por cuyas tartas de chocolate moría Lenin.

La terraza del elegante Café Landtmann, casi frente al Ayuntamiento y el Parlamento de Viena, muestra en un cartel sus delicadas tartas. En el sótano Lukacs pronunciaba sus discursos doctrinarios, que escuchaba Thomas Mann; y también en él adoctrinaba el padre del psicoanálisis, asiduo porque cerca quedaba su casa y consulta de Bergasse 19 (hoy su museo).

Un café caliente en Viena
Otro clásico, el Café Landtmann.

Siguiendo por la Universitätsring nos dirigimos al fabuloso Barrio de los Museos, pero antes de entrar veremos el Café Bellaria, otro clásico que también sirve comidas. Una vez visitado este barrio museístico del Leopold y el MUMOK de Arte Moderno, proseguiremos con destino al Albertina, pinacoteca imprescindible. De camino se pasa por el Café Museum, donde se reunían Klimt, Schielle y Kokoschka. Llamado en su época "el café nihilismo", lo diseñó Adolf Loos y se considera punto de partida del diseño de interiores moderno.

Desde la atalaya del Albertina se contempla la entrada del Café Mozart, bajo el Hotel Sacher. El mítico alojamiento, donde vivió Graham Greene en la postguerra de su Tercer Hombre, también dispone de un café, llamado Café Sacher, frente a la Ópera, donde degustar su tarta homónima, una reliquia de la Viena de ayer que, como sus cafés, se sigue disfrutando hoy.

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