Revista Ciencia

Un cuento sufí

Publicado el 26 agosto 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

RoadToNo

Había una vez una ciudad cubierta por nubes. En ella había grandes edificios de oficinas, colegios, tiendas y fábricas. La ciudad era un lugar donde abundaban los materiales en bruto, tanto físicos como humanos. Eran lo central de la economía. Allí había que ser una persona importante, exitosa; pero era también un lugar donde ocurrían muchas cosas terribles. La mayoría de la gente se consideraba fracasada; nadie podía estar seguro ni a salvo de hechos delictivos; y este medio ambiente producía una infinita variedad de enfermedades, incluyendo algunas mortales y contagiosas. 

Esta ciudad era muy oscura. La energía se había vuelto muy limitada y había poca luz disponible. La gente se cruzaba a media luz y no podía ver con facilidad a los demás. Quizá para ser notados, improvisaron varias formas extremas de vestimenta y de comportamiento. Aquí era común que la gente viviera atemorizada y suspicaz. Incluso los que se decían amigos se evitaban entre sí. Si uno preguntaba quién era la cabeza del lugar, la respuesta era: “somos todos libres aquí, seguimos nuestros propios caminos. Nadie nos controla. Así son las cosas y punto.”

Al comienzo encontré interesante la ciudad. Me sentí atraído al recorrer sus calles oscuras a toda hora. Quería ser un observador, pero me fui involucrando más y más. Finalmente quise experimentar otro tipo de vida, o cambiar algo en mi interior, pero cada vez que lo pensé, las cosas siguieron igual. Una vez le pregunté a alguien, “¿acaso soy el único que piensa que las cosas no están bien, o hay otros que piensen lo mismo?”

“Por supuesto, todos nos quejamos”, contestó. “Pero así es la vida. Tenemos que adecuarnos a la realidad, ¿Para qué silbar en el viento? Pero hay un vecindario donde puede encontrar gente que piensa como usted.”

Se me informó acerca del vecindario llamado Remordimiento, como se le conocía, y llegué a conocer a todos los que vivían allí. Eran en todo sentido como los demás habitantes de la ciudad, con la salvedad de que sentían remordimientos por algunas de sus acciones. Entre ellos había muchos arrogantes, envidiosos e individuos poco sinceros a quienes les encantaba tener siempre la sartén por el mango. Llegué a conocerlos bien -sus egoísmos y dudas, sus obsesiones y vacilaciones, sus remordimientos, y su inevitable aceptación de sus debilidades. Pregunté, “¿Por qué no cambia la gente? ¿Por qué sólo piensan en hacerlo pero no lo hacen nunca? ¿Por qué no tenemos en cuenta cómo terminará todo esto?”.

Casualmente algunas personas de este vecindario encontraron la salida de esta ciudad y llegaron a la villa llamada Compartir. La encontraron por accidente o por desesperación. Un letrero en la entrada de la villa dice “El Espíritu en todos nosotros.” Esta villa era el hogar del Señor Afecto. Aquí la gente gozaba de varias formas de unión. Tenían muchas ocasiones de celebración y cantaban y bailaban juntos. Sus hijos eran respetados y disponían de mucho tiempo para juegos y diversiones, y también se les daba trabajo útil. Los forasteros eran siempre bienvenidos y tratados con cariño. Los miembros de la familia no temían envejecer y volverse inútiles. Si alguno enfermaba los demás tomaban esto como una oportunidad especial para visitarlo. Los enamorados eran puros e inocentes. Cada persona valoraba su trabajo por lo que este significaba para el todo, y todos tenían algo en qué trabajar pues eran necesarios para los demás.

Pero más que nada, lo que mantenía a la gente feliz era el amor totalmente irracional e inconmensurable que todos sentían por el Señor Afecto. Quienquiera lo conocía ya no podía dejar el lugar.

A diferencia de la gente de la ciudad, que actuaba única y predeciblemente en su propio interés, esta gente de Compartir era impredecible. Actuaban de modo irracional, entregando lo mejor de sí sin esperar nada a cambio. Esta gente vivía en una bruma de amor. No habrían sobrevivido bien en otros lugares pero en Compartir uno encontraba a ricos y pobres juntos. Los más educados enseñaban con humildad a quienes querían saber más. Aquellos que eran servidos, respetaban a quienes les servían. Inmediatamente me sentí relajado y confortable, incluso feliz. Mi vida comenzó a transcurrir suavemente durante un tiempo antes de que empezara a notar algo inquietante en mi corazón. Conocí a un anciano cuya cara rebosaba vida y compasión, le dije, “Quizá usted me pueda ayudar. Parece que no puedo recordar qué es lo que realmente deseo.”

“¿Qué es lo que amas profundamente?”

“Cuando estaba en la ciudad me había olvidado del amor. Cuando vine a esta villa, descubrí que no había nada mejor que estar con esta gente, pero ahora no estoy seguro”.

“Más allá de esta villa ’ hijo mío, hay un lugar que puedes visitar”, dijo. “No te preocupes, puedo llevarte fácilmente allá. En ese lugar encontrarás, si Dios quiere, cuatro tipos de personas: ”Primero están los Aspirantes. Los verás leyendo y hablando acerca de la Verdad, incluso practicando las posturas de meditación y las fórmulas de adoración, pero sus mentes están a menudo en otro lado. Y sin embargo están practicando las vías y los frutos del amor, como si lo conocieran, y esto los salvará al final. Están aprendiendo que el Uno tiene muchos nombres. Ojalá que su imitación se vuelva realidad. ”Luego están los Guerreros. Ellos practican el Trabajo Mayor, la lucha contra el ego. Son callados y gentiles, agradecidos y corteses, Sus actividades preferidas son los actos simples de la vida, la oración y el servicio espontáneo. Ellos se han despojado de las artificialidades del ego y sus muchas distracciones. Sus egos han sido domados por el amor, por el sometimiento voluntario y el aprendizaje del servicio a Dios. Si los encuentras quédate con ellos lo suficiente para aprender paciencia y verdadera felicidad.

“En tercer lugar encontrarás, con la ayuda de Dios, a la Gente de Recordación. Ellos recuerdan al Uno interiormente en todo lo que hacen. Comen poco, duermen y hablan poco para no distraer al otro de la presencia del Uno. Son las personas más fáciles de tratar; livianas como plumas, nunca son una carga para nadie. Si pasas muchos años con ellos, Dios lo quiera, puede que venzas tus olvidos, dudas y rechazos. Pero aún si lo logras, tendrás la contradicción oculta de yo y Él.”

En ese momento me invadió una gran tristeza y antes de que me diera cuenta las lágrimas corrieron por mis mejillas. Quise ahogarme en este mar de penas pues me sentí tan lejos de todo lo real -tan perdido-, pero mirar la cara radiante de mi viejo amigo ahuyentó mi desesperación.

“Oh, querido”, dijo, “esclavo de tu propio ego, huérfano, exiliado, mendigo, el cuarto grupo que conocerás, si Dios quiere, es la Gente de la Sumisión Total. Son mudos. No emprenden ninguna acción innecesaria por sí mismos, no existe ningún obstáculo para la voluntad de su Yo supremo, ninguna duda, ningún titubeo, ningún regateo. Han llegado al estado más sutil de sí mismos y conocen su propia inexistencia. Esta gente no pide nada para sí mismas pues están identificadas con el Poder Creativo mismo. Puedes vivir muchos años con ellos hasta que conozcas su estado y actúes como ellos, pero no serás interiormente uno de ellos mientras estés disgregado, mientras te sientas tú mismo, mientras seas amante y amado. Si tu experiencia aún proviene de la fuente de tu subconsciente, de tus propias facultades internas -mientras conserves el menor rastro de ti mismo en tu interior no habrás alcanzado tu propósito. Aprende que hay un conocimiento y una certeza que vienen sólo a través del Espíritu. El Espíritu y la Nada: ese es tu más alto destino.”

KABIR EDMUND HELMINSKI, Presencia viva. Un sendero sufí hacia el despertar del ser esencial.
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