Revista Salud y Bienestar
La voz que sale de su boca no es la suya. Se niega a creer que ese acento galo con el que se despertó hace unos meses le pertenezca. Especialmente cuando una ha vivido tantos años como tiene (casi 50) en el suroeste de Inglaterra. Ni adrede le saldría mejor a la británica Kay Russell ese deje francés que le ha llevado a las televisiones internacionales. Padece el denominado síndrome del acento extranjero, una afasia o trastorno neurológico que afecta al lenguaje. «Se origina por una lesión traumática en el cerebro, bien por un accidente o por un evento cerebrovascular, una apoplejía, etc.», explica el psicobiólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Martín Loeches. En concreto, este tipo de afasia se denomina «afasia de broca» porque la lesión se localiza precisamente en esa zona, a la altura del lóbulo de la oreja, en el hemisferio izquierdo del cerebro.
Las consecuencias son, según el grado de afectación, «la casi imposibilidad para articular, el empleo de frases cortas (habla telegráfica) y el falso acento», explica Martín Loeches.TiposEste último problema, el del acento, se engloba en el tipo uno del trastorno. «Imaginemos que el área de la broca es del tamaño de una moneda de dos euros. En el tipo uno, la lesión sería del tamaño de un guisante y lo que se produce es un falso acento. El afectado no pronuncia adecuadamente los fonemas y por eso suena a extranjero», aclara Martín Loeches. Por ejemplo, si no puede pronunciar bien la letra «r», sonará a francés cuando hable. Por el contrario, si son las vocales las que no articula de la forma correcta, sonará a inglés. Así, en lugar de «árbol», la persona dice «arbel».
En este grado leve la persona habla con fluidez, a diferencia del tipo dos, en el que la afasia es más grande y ocuparía toda la zona de la broca y las áreas circundantes. El individuo no habla tanto, suele responder únicamente a lo que se le pregunta y lo hace de forma telegráfica. Estos pacientes «no piensan correctamente. Para pensar, tenemos que tener íntegro el lenguaje. Ellos reaccionan a preguntas, pero no articulan de motu propio el lenguaje interno ni externo». Según explica Ravish Patwardhan, fundador y director de la Red Integral de Neurocirugía «se han barajado multitud de posibles explicaciones al respecto, pero no se ha registrado ninguna región específica en todos los casos». De momento, las cifras bailan incluso para la comunidad científica, y se barajan entre los 20 y los 60 casos en el mundo. No obstante, en nuestro país, «del tipo uno se conocen sólo tres», dice Martín Loeches.
Desde que se diagnosticara el primer caso allá por 1919, entre los más recientes destaca el de 2006, año en el que una mujer de la ciudad norteña inglesa de Newcastle adquirió un acento jamaicano tras sufrir una apoplejía. Ya en el 2009, un inglés se despertó con acento irlandés tras una operación en el cerebro. En el de Kay, fue una migraña la desencadenante del terrible presente en el que vive. Además de los problemas con el lenguaje, se suman los afectivos y sentimentales, así como un conflicto de identidad personal.
La protagonista matizaba en la cadena de televisión inglesa BBC que había perdido la confianza y que se encontraba perdida. «No es mi voz lo que echo de menos, aunque me encantaría recuperar la que tenía, va mucho más allá de esto». Y es que esta británica ha perdido su empleo. «Sólo pueden desarrollar trabajos puramente manuales, cualquier otro tipo de función no la pueden hacer», concluye el psicobiólogo.
Las primeras horas tras el diagnósticoEl cerebro es el sargento del organismo. Controla prácticamente todo lo que se hace, lo que se piensa, lo que se dice... Crea lo que somos, pero tanto poder traiciona y puede hacer que no nos reconozcan ni nos reconozcamos. Cuando la persona llega al hospital tras un accidente, permanece en un mutismo total los primeros días y con una parálisis del lado derecho del cuerpo, ya que el daño se produce en el hemisferio izquierdo.El cerebro genera entonces sustancias que se extienden y van «curando» y a los pocos días «ya pueden hablar algo». Al recuperar el habla, la voz se ha distorsionado en algo parecido a un acento extranjero. Y no siempre se puede tratar. «No creo que exista un tratamiento específico para este problema, porque tras la lesión que se produce quedan tan dañados, que es difícil. Tal vez dependiendo de la edad a la que se produce el trastorno pueda existir alguna solución, pero en los casos que conozco siempre han quedado secuelas», matiza el psicobiólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Martín Loeches.
**Publicado en "La Razón"
Las consecuencias son, según el grado de afectación, «la casi imposibilidad para articular, el empleo de frases cortas (habla telegráfica) y el falso acento», explica Martín Loeches.TiposEste último problema, el del acento, se engloba en el tipo uno del trastorno. «Imaginemos que el área de la broca es del tamaño de una moneda de dos euros. En el tipo uno, la lesión sería del tamaño de un guisante y lo que se produce es un falso acento. El afectado no pronuncia adecuadamente los fonemas y por eso suena a extranjero», aclara Martín Loeches. Por ejemplo, si no puede pronunciar bien la letra «r», sonará a francés cuando hable. Por el contrario, si son las vocales las que no articula de la forma correcta, sonará a inglés. Así, en lugar de «árbol», la persona dice «arbel».
En este grado leve la persona habla con fluidez, a diferencia del tipo dos, en el que la afasia es más grande y ocuparía toda la zona de la broca y las áreas circundantes. El individuo no habla tanto, suele responder únicamente a lo que se le pregunta y lo hace de forma telegráfica. Estos pacientes «no piensan correctamente. Para pensar, tenemos que tener íntegro el lenguaje. Ellos reaccionan a preguntas, pero no articulan de motu propio el lenguaje interno ni externo». Según explica Ravish Patwardhan, fundador y director de la Red Integral de Neurocirugía «se han barajado multitud de posibles explicaciones al respecto, pero no se ha registrado ninguna región específica en todos los casos». De momento, las cifras bailan incluso para la comunidad científica, y se barajan entre los 20 y los 60 casos en el mundo. No obstante, en nuestro país, «del tipo uno se conocen sólo tres», dice Martín Loeches.
Desde que se diagnosticara el primer caso allá por 1919, entre los más recientes destaca el de 2006, año en el que una mujer de la ciudad norteña inglesa de Newcastle adquirió un acento jamaicano tras sufrir una apoplejía. Ya en el 2009, un inglés se despertó con acento irlandés tras una operación en el cerebro. En el de Kay, fue una migraña la desencadenante del terrible presente en el que vive. Además de los problemas con el lenguaje, se suman los afectivos y sentimentales, así como un conflicto de identidad personal.
La protagonista matizaba en la cadena de televisión inglesa BBC que había perdido la confianza y que se encontraba perdida. «No es mi voz lo que echo de menos, aunque me encantaría recuperar la que tenía, va mucho más allá de esto». Y es que esta británica ha perdido su empleo. «Sólo pueden desarrollar trabajos puramente manuales, cualquier otro tipo de función no la pueden hacer», concluye el psicobiólogo.
Las primeras horas tras el diagnósticoEl cerebro es el sargento del organismo. Controla prácticamente todo lo que se hace, lo que se piensa, lo que se dice... Crea lo que somos, pero tanto poder traiciona y puede hacer que no nos reconozcan ni nos reconozcamos. Cuando la persona llega al hospital tras un accidente, permanece en un mutismo total los primeros días y con una parálisis del lado derecho del cuerpo, ya que el daño se produce en el hemisferio izquierdo.El cerebro genera entonces sustancias que se extienden y van «curando» y a los pocos días «ya pueden hablar algo». Al recuperar el habla, la voz se ha distorsionado en algo parecido a un acento extranjero. Y no siempre se puede tratar. «No creo que exista un tratamiento específico para este problema, porque tras la lesión que se produce quedan tan dañados, que es difícil. Tal vez dependiendo de la edad a la que se produce el trastorno pueda existir alguna solución, pero en los casos que conozco siempre han quedado secuelas», matiza el psicobiólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Martín Loeches.
**Publicado en "La Razón"
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