Revista Cine

Un diálogo con el pasado en cada orilla del Atlántico

Publicado el 28 febrero 2012 por Libretachatarra

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EL ARTISTA / HUGO
data: http://www.imdb.com/title/tt1655442 / http://www.imdb.com/title/tt0970179
Algunos aseguran que cuando una actividad artística entra en decadencia, empieza a hacer referencias a sus orígenes. Como si se hubiera secado la fuente de las historias, se satisfacen en las recreaciones de sus éxitos pasados. Llama la atención que el 2011 haya dejado, como películas líderes en la gran fiesta de la industria cinematográfica de Hollywood, a dos producciones que dialogan entre sí, desde orillas distintas, evocando los orígenes del cine. Una película francesa, habla del cine mudo norteamericano y de cómo la irrupción del sonoro altera drásticamente la vida de una estrella; una película norteamericana evoca la historia de George Méliès, el francés que creó el concepto del cine como una máquina de sueños. No es casualidad que, en este punto del camino, Europa y Estados Unidos dialoguen entre sí, mirando su pasado. No es casualidad, tampoco, que Martin Scorsese cuente este cuento para niños que es “Hugo”, con los recursos del 3D. El cine se encuentra en una encrucijada, con el 3D e Internet marcando el camino. Y tanto Scorsese como Hazanavicius miran al fondo del pozo para contar dos historias sencillas que son, básicamente, un testimonio del tremendo amor que le tienen al cine.
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En “El artista”, Michel Hazanavicius utiliza la sintaxis del cine mudo para contar una historia varias veces vista: un astro de la pantalla que cae en decadencia. La catástrofe toma características tecnológicas (la irrupción del cine sonoro). La figura de Jean Dujardin, el héroe del cine mudo, nos recuerda a Douglas Fairbank y a Gene Kelly (que supo contar esta historia desde el musical, en la inolvidable “Cantando bajo la lluvia”). La película tiene todos los tics del cine mudo, incluyendo la chica bonita y el perrito heroico.
En “Hugo”, la catástrofe es bélica. La Primera Guerra Mundial derrumba el castillo de sueños que George Méliès había creado en la pantalla. Aquel que visitó el lado oscuro de la luna, no puede volver a creer en la posibilidad de ningún lugar bajo el sol. La ingenuidad con que el público se había entregado al fenómeno nuevo del cine, estaba definitivamente muerta. La realidad era una pesadilla mucho mayor que el mejor de los sueños.
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“Hugo” (basado en una novela gráfica de Brian Selznick, descendiente de un apellido épico en Hollywood) cuenta la historia de un chico huérfano que pone en hora los relojes de la estación ferroviaria de París y que busca poner en funcionamiento un autómata que heredó de su padre, esperando hallar un mensaje de su progenitor ya fallecido. Hugo Cabret arregla cosas. Es un relojero, en la época del maquinismo. Pero las piezas que debe restaurar son más que ruedas y flejes de metal: son los delicados componentes del corazón humano. La epopeya de Hugo no es sobrevivir a la persecución del caricaturesco inspector de la estación ni encontrar la llave que ponga en marcha al autómata. La auténtica proeza de Hugo Cabret es lograr que George Méliès vuelva a creer en el valor de sus sueños filmados. Lograr que el artista crea en su arte. El mismo objetivo, casualmente, que persigue Hazanavicius en “El artista”.
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Tal vez, vale reflexionar, ni “Hugo” ni “El artista” son historias excepcionales, ni siquiera particularmente imaginativas. Seguramente, tras el vistoso envase, nos quedemos con pocos huesos para rastrear su originalidad. Pero, en este momento, en esta hora, ambas películas hablan de otra cosa, más allá de sus anécdotas arguméntales. Ni siquiera podemos asegurar que el propósito sea explícito y consciente. Pero sentimos que tanto Martin Scorsese como Michael Hazanavicius contaron sus historias tratando de convocar a a la magia de los orígenes del cine, magia mermada en estos tiempos de películas en carbónico. Ambos se preguntan, con todos los recursos que la técnica da hoy en día, cómo hacer para recuperar la magia, cómo lograr arreglar la maquinaria vetusta, cómo volver a sentar al espectador en una butaca y hacerlos soñar, como alguna vez logró hacerlo el cine.
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Ambas películas son un testimonio de amor al cine y un llamado desesperado a los demiurgos del celuloide para volver a cautivar, como otrora lo hiciera, a una masa que, abrumada por la realidad y horror cotidiano, ha dejado de sorprenderse por esos sueños proyectados en las pantallas.
Lo que Scorsese y Hazanavicius procuran es reencontrarse con la inocencia perdida. Por eso sólo, “El artista” y “Hugo” son (más allá de sus posibles limitaciones) imprescindibles, para todos aquellos que apostamos a creer en la posibilidad de que los sueños en relieve logren imponerse a la chatura de las limitaciones de la realidad ordinaria.
Mañana y pasado, las mejores frases de ambas películas.
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