Es inevitable. La política y el deporte, por mucho que nos pese, son como el agua y el aceite: no se mezclan nunca, pero uno de ellos deja que el otro flote encima suya. Pasa sobre todo en los deportes de seguimiento masivo, y aún más, con los de equipo. Y el fútbol como estandarte de esta tesis.
Y la selección española, como estandarte actual de este deporte, tiene un dilema salomónico ante sí en uno de los amistosos que disputará en las próximas jornadas, concretamente en el que la enfrentará con Guinea Ecuatorial. Este pequeño país africano fue una antigua colonia española que alcanzó su independencia en 1968, y actualmente, es un territorio donde el español es lengua oficial y donde la corrupción campa a sus anchas: el gobierno del dictador Teodoro Obiang está considerado como uno de los regímenes más férreos y duros del mundo. Un dictador que se formó como militar, todo sea dicho de paso, en Zaragoza.Hablar de dilema puede parecer exagerado, pero ante este tipo de casualidades o causalidades deportivas, las extradeportivas vienen de la mano y el debate sobre si la selección debería pensarse el no asistir al partido como repulsa ante la situación social y política de Guinea es palpable. Y para rizar más el rizo, el debate se hace extensivo a cotas ya pseudofilosóficas.
¿Es ético que una decisión así tenga que tomarla la selección española de fútbol? En este mundo de diplomacias extremas que rallan la más absoluta hipocresía, nos puede parecer demasiado riguroso meter en embrollos a unos futbolistas que piensan en fútbol y nada más, pero en esta relación entre política y deporte no está de más no olvidar la presencia de la ética más primaria, sobre todo si consideramos la potencia social del colectivo en cuestión: el de unos futbolistas de élite y la federación deportiva que los dirige.En tiempos enfermizos donde cualquier decisión desde las altas cotas pesa para cualquiera y para cualquier cosa, no estaría de más que, sin la obligación de que tenga que ser siempre, haya más actores en decisiones que tengan cierta trascendencia social, al margen de los de siempre.España es un país donde tenemos extremadamente corrompido el concepto de heroicidad: celebramos con un júbilo sobrehumano las victorias de nuestra selección de fútbol pero somos incapaces de reconocer socialmente la de colectivos vitales como el del profesorado o la medicina, simplemente porque lo consideramos una obligación derivada de su profesionalidad. Como si la de los futbolistas lo fuera menos. Porque el futbolista debe limitarse a ganar. A ser bueno con su equipo y su selección. Demostrarlo fuera de los campos de fútbol es lo que debe hacerles héroes y humanos superlativos. Saber decir no cuando la ética humana trasciende a la profesional.La selección española tiene ante sí una oportunidad de demostrar al mundo que su nivel deportivo sigue siendo intachable y enorme, pero la oportunidad de demostrar que humanamente tienen un compromiso ético y solidario con los derechos de quién más sufre los engrandecería aún más.