La imagen de Dios popularmente aceptada, es la un hombre blanco, de pelo blanco, barba relampagueante, ojos celestes, más grande que cualquier hombre normal, sentado en un trono en el cielo y que toma nota de las malas acciones de cada uno de los individuos que conforman la raza humana – quienes son considerados como colaboradores en su creación – para someterlos a un juicio al final de los tiempos.
Además escucha los pedidos que estos mismos individuos le realizan, otorgándoles la gracia de cumplir con ellos, o no, según un plan que no está claro si está trazado desde el principio de la creación o se va improvisando permanentemente. Es un Dios personal para cada ser creado.
Ahora bien, si por Dios uno quiere expresar el conjunto de leyes físicas que gobiernan el Universo, entonces es evidente que hay un Dios así. Este Dios, sin embargo, puede ser sentimentalmente poco satisfactorio… se podría opinar que no tiene mucho sentido rezarle al principio de exclusión de Pauli, o al de Incertidumbre de Heisenberg, o a la relatividad Einsteniana.
Quizás se debería invertir la postura que se tiene hasta hoy en las creencias.
Reconocido que el hombre es el resultado de la evolución de una parte del universo después de alrededor de 13,4 mil millones de años. En sus primeros pasos – desde de la obtención de un cerebro con capacidad de desarrollar inteligencia – entendió a la naturaleza que le rodeaba como provista de un “ánima” y se la explicó mediante la presencia de una entidad que estaba detrás de ella. Entidad a la que había que “agradarle” para asegurarse la existencia. Es así como se escriben los libros que dan soporte al Dios que se explica más arriba. Es el hombre el que le da forma a su propia imagen, y no al revés. Así se genera una institución, que se atribuye la suma del conocimiento, estableciendo una doctrina y dogmas, con lo que administra la manera de “relacionarse” con esa entidad, que a esta altura ya llega a la clasificación de “deidad” y que gobierna desde lo “sobrenatural”…
No obstante ello, a medida que se fue entendiendo al mundo, al desarrollarse la adquisición de conocimientos mediante la comprobación empírica, esa deidad se fue recluyendo a lo que todavía no se había podido explicar. Con la implementación del método científico, las explicaciones racionales determinaron la naturaleza del mundo. Lo sobrenatural pierde ante la demostración científica. Y si bien la ciencia, admite no tener la “verdad absoluta” se considera como una muy buena aproximación a la realidad, con un método que permite acotar el error.
Es así que, invirtiendo el sentido de “creación” y reconociendo que esa “humanización” de Dios es obra del hombre, llegamos a que ese Dios, que fue definido como “emocionalmente insatisfactorio” y que comenzó a aparecer, con Einstein, con Spinoza, es hoy una concepción racional, con la que se puede mantener una “relación” en términos reales, mediante la investigación, la contemplación de los conocimientos alcanzados, y la meditación que hace que la mente se enfoque en lo mejor para nuestra subsistencia como especie y para intentar asegurar el futuro de la inteligencia en el universo.
Autor:Oscar Catalfo, Agrimensor Platense (1950 – ) Un ex ufólogo y ex panelista en los congresos de la Fundación Argentina para el Estudio de la Ciencia Extraterrestre (FAECE). Hace varios años que se bajó de la ambiciosa escalera al cielo que promete la ufología para promover el pensamiento crítico en Posadas, Misiones, su ciudad adoptiva, o allí donde cuadre.
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