Revista Cine

Un disparo, de Lee Child

Publicado el 08 enero 2013 por José Angel Barrueco
Un disparo, de Lee Child
Es divertido observar cómo un mismo producto cotiza a la alta o a la baja. Hace poco más de un año, en mi visita a Barcelona, encontré en Pequod Llibres un ejemplar de Un disparo a 3 euros. Dado que sabía que estaban rodando la película, protagonizada por Tom Cruise, y sentía curiosidad por la historia y el precio era un regalo, lo compré. Ahora que se estrena el filme, bautizado como Jack Reacher, en RBA le han cambiado la cubierta y añadido una faja. Esa novela olvidada en los anaqueles de saldos ahora se revaloriza y habrá quien pague más por ella de lo que yo lo hice. Un disparo no es la primera aventura de Jack Reacher, pero sí una de las más famosas. No voy a desvelar la trama porque a estas alturas ya habrán leído la sinopsis y visto trailers y reportajes y demás. Lo que sí puedo decir es que el libro es entretenido, aunque se nota mucho su aire de best-seller (entre otras cosas por la paja que a veces introduce su autor en determinados capítulos), y que dicha trama es a ratos previsible.
Pero me quedo con un par de cosas que me gustaron bastante, y por las que la novela merece un vistazo: en primer lugar las réplicas de Reacher, un tipo que estuvo en el ejército y después en la policía, y que suelta unas frases tan cortantes que a menudo deja sin habla a sus interlocutores, algo heredado del género negro y que Child maneja bien; y, en segundo lugar, el pasado y la descripción de algunos de los villanos, hombres llenos de cicatrices, de recuerdos amargos y de huesos rotos, como demuestra este fragmento:
Cuando Linsky se dirigió de vuelta a su coche, sentía dolores en la espalda. Una hora a pie era más de lo que podía soportar. Tiempo atrás, le habían roto todos los huesos de la columna vertebral con un martillo. Uno tras otro. Desde el cóccix hasta la última vértebra. Lentamente. Por lo general le permitían que se le curase un hueso antes de romperle el siguiente. Cuando el último hueso estaba curado, empezaban desde el principio otra vez. Tocar el xilófono, así lo llamaban. Tocar las notas. Al final, Linsky había perdido la cuenta de cuántas notas habían tocado en su columna vertebral.
Pero nunca hablaba sobre aquello. Cosas peores le habían sucedido a El Zec.
[Traducción de María Fernández Gutiérrez]

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