Si es tu primera visita, me gustaría darte la bienvenida que te mereces.
(Como cada lunes, me gustaría aportar mi granito de arena para que el primer día de la semana sea un gran día para ti. Por eso comparto este capítulo revisado y actualizado de “Una vida sencilla”. ¡Feliz lunes!)(Lo que voy a explicar sucedió hace tres años…)
Hace unos días una clienta me explicaba en qué había consistido su última sesión de meditación inducida –suele ir una vez por semana. Esa tarde podían haber titulado la sesión ¿Qué harías si…? El ejercicio era sencillo. Los asistentes, de manera progresiva y guiados en todo momento por el terapeuta, eran inducidos a situaciones hipotéticas cada vez más extremas en las que el propio asistente veía comprometida su integridad y estabilidad laboral, familiar, económica, emocional y finalmente física.
De primeras las hipótesis eran muy generales y de respuesta ambigua. ¿Qué harías si mañana te despidieran? ¿Qué harías si tu pareja se marchase? ¿Qué harías si te arruinaras? ¿Qué harías si te cortaran una pierna? Seguramente aquí las respuestas eran muy diversas y probablemente incluso lejanas a la realidad, de aquellas a las que todo el mundo podría añadir “aunque bueno, tendría que verme en la situación” o “puede que hiciese todo lo contrario”.
Sin embargo, esa disparidad desapareció conforme la cosa se complicaba y el psicólogo empezaba a apretar la correa, tocando lo único que poseemos realmente y que en sí no es tangible: la vida.
¿Qué harías si supieras que te queda un año de vida? ¿Qué harías si supieras que te quedan seis meses de vida? ¿Qué harías si supieras que te queda un mes de vida? ¿Una semana de vida? ¿Un día? ¿Una hora? ¿Qué harías si supieras que te queda un minuto de vida? Antes de seguir leyendo, prueba a contestarlas mentalmente
Es muy curiosa la reacción de las personas conforme hipotéticamente se nos agota el tiempo de vida. Teniendo cierto margen –un año– las primeras respuestas solían rondar la idea de finiquitar ciertos asuntos y proyectos, dejando listos los temas de herencia, legados, etc. Los últimos seis meses los dedicaríamos a dejar de trabajar y disfrutar al máximo de esos meses, viajando a lugares paradisíacos. Para el último mes lo más importante sería hacer realidad nuestros sueños. Para la última semana, pasar todo el tiempo con la familia y los amigos. Para el último día, quedarse con los más allegados, en casa. Para la última hora quedarse con los más allegados –otra vez– en la misma habitación. Y finalmente, para el último minuto, abrazar con todas tus fuerzas a tu pareja, a tus padres, a tus hermanos y a tus hijos y decirles, sin cesar, “te quiero, te quiero, te quiero, te quiero,…”, hasta el último suspiro.
La sesión finalizó con alguna que otra lágrima, una sensación interna de liberación, una sonrisa de cada uno de los asistentes al despedirse y, sobre todo, un deseo enorme de volver a casa para ver, oír, tocar, sentir, besar y abrazar a familia o amigos.
Podríamos sacar muchísimas conclusiones, aunque yo me quedo con tres:
- Todos queremos lo mismo: amor y felicidad. Al final lo que importa no es más que sentirnos queridos, ser felices y expresar ese mismo sentimiento a todas las personas que queremos, cerrando el círculo a medida que el tiempo se agota, hasta quedarnos con los de casa.
- Nuestras prioridades son más emocionales que materiales. En realidad lo material no tendría ninguna trascendencia para las últimas semanas de vida, y conforme menos vida nos quedase más necesario sería sentir, vivir intensamente, cumplir nuestros sueños, y nuevamente, expresar nuestros mejores sentimientos.
- Ligada a la segunda, nuestros sentimientos básicos son positivos. No habría rabia, ira, odio o tan siquiera miedo. Después de haber cumplido tus sueños, haber disfrutado, haber compartido tus últimas semanas con todo el mundo, haberte quedado en casa la última semana y haber podido abrazar y expresar cuanto quieres a tu familia, sólo quedaría paz, felicidad e incluso alegría.
Entonces, ¿deberíamos vivir cada día como si fuera el último? Bueno, no sería lo más sensato. No creo que el secreto esté en quedarse todo el día en casa cerrado con la familia diciéndoles lo mucho que les queremos y arriesgarnos a pasar así años y años. Podríamos morir todos, pero de hambre, aparte de que pasado un tiempo podría ser bastante aburrido.
Siendo francos, tal vez lo más interesante sería:
- Por un lado, tener presente que la vida es calcada al ejercicio. El tiempo se agota minuto a minuto cada día y, aunque nunca sabemos cuándo será el último día, tampoco sabemos si habrá mañana. Así de simple, cada día puede ser el último día.
- Por otro lado, replantear nuestras prioridades, cuáles son y qué orden tienen. Es triste pero lo cierto es que, mientras se agota ese tiempo, nosotros vivimos más pendientes de nuestro trabajo, ahorros, hipotecas, iPads, coches de 200cv y armarios llenos de ropa, descuidándonos y castigándonos a nosotros mismos –depresión, sedentarismo, obesidad–, y dedicando a los demás el tiempo que nos sobra –si es que nos sobra. Si no nos sobra tiempo, nos consolamos con pensar en el día que llegue la jubilación –¿seguro que llegaremos?– para disfrutar de la vida y de todo el patrimonio que hemos acumulado, justo cuando nuestro cuerpo goce de las “mejores” condiciones físicas y mentales, a los setenta.
Personalmente elijo hacer lo contrario al orden del ejercicio. En sentido inverso, primero preguntar y después responder con una acción. ¿Qué haría si me quedase un minuto de vida? ¿Qué haría si me quedase una hora de vida? ¿Un día de vida? ¿Una semana? ¿Un mes, seis meses, un año?
Lo primero, expresar mis emociones y emanar paz y amor. Lo segundo, ser compasivo, liberarme de todo sufrimiento y dedicarme a los demás. Lo tercero, hacer realidad mis sueños (nota del presente: hoy ya no tengo ninguno). Lo cuarto, reconectar con la naturaleza.
¿Lo quinto? Por orden inverso de respuestas del ejercicio, lo siguiente sería centrarse en lo material, y es aquí cuando ocurre lo más curioso de todo. Una vez, día a día, has encontrado la plenitud emocional y espiritual, tu deseo material desaparece.
Al contrario de lo que ocurre con nuestros deseos materiales, programados como necesidades insaciables, en el momento en que alcanzamos –más o menos– nuestra plenitud emocional a diario, no necesitamos nada más. Entonces, vivir se convierte en sentir, comunicar, compartir y contemplar.
¿Existe una vida más sencilla?