Revista Arte

Un elogio al más genial de los creadores: la originalidad y la audacia de El Greco.

Por Artepoesia
Un elogio al más genial de los creadores: la originalidad y la audacia de El Greco. Un elogio al más genial de los creadores: la originalidad y la audacia de El Greco. Un elogio al más genial de los creadores: la originalidad y la audacia de El Greco. Un elogio al más genial de los creadores: la originalidad y la audacia de El Greco.
Los pintores tratarían a veces de conseguir aunar una comunicación estética con una belleza original. Porque, si no, ¿qué otra cosa debiera ser el Arte? Pero, no todos llegarían a conseguirlo. Y si, además, transgrede ahora sutilmente -sin rozamientos desabridos-, con la estética más inteligente ya de todas; y si, además, conmemora la fuerza del amor con la tragedia de la vida, aludiendo tanto al gesto como a la escena confundida, no hubo ya más que uno que llegara... Y ese fue el extraordinario Doménikos Theotokópoulos. ¿Quién si no? 
Como todos los creadores, El Greco también repetiría sus obras claramente. Para su Sagrada Familia con la Magdalena pintaría, al menos, dos obras parecidas. Una en 1595, actualmente en el museo de Cleveland, y otra en 1613 que se encuentra en el museo Soumaya de México, D.F. Pero, aunque ambas son reflejo idéntico de lo que el autor quiso ya crear, tendrán las dos algunas diferencias. Sin embargo, ¡qué grandeza de mensaje estético veremos aquí! Veremos, por ejemplo, la mirada perdida de María, la madre de Jesús. Aquí el creador ofrecerá el semblante del que sabe que el presagio será cumplido, se quiera o no. Tan distraída estará la Virgen que las frutas que le ofrece a su pequeño será él, ahora, el que las tenga que mirar airoso para asirlas. Frutas que ella, sin embargo, tomará sin atención entre sus dedos.
Pero, aún habrá aquí -en ambos similares lienzos- otro personaje más confuso. Magdalena, que estará ahora aquí junto a la Sagrada Familia. Qué mayor alarde compositivo, qué audacia tan innovadora. ¿A quién, de entre todos los pintores de la historia, se le hubiese ya ocurrido? Porque este personaje, aquí ahora entristecido, no es de entonces -de la Natividad- sino de años posteriores, cuando luego junto a Cristo caminen por el mundo y sufran, sin desvelo, la pasión más cruenta, injusta y desgarradora. Sin embargo, El Greco la pintará ahora justo ya al lado de la familia consagrada y de su hijo. Y el creador la mostrará también aquí con una mirada subyugada, es decir, con una mirada ahora más acorde a su sometido gesto diferente. Porque ésta -la mirada- no estará ya perdida ni extraviada, estará del todo desolada, mientras mira, desde lejos, la única alegría ahora de un pequeño con su gesto.  
Qué poder de transmisión de cosas nos ofrecerá aquí El Greco -como siempre-, qué audacia contenida, además, para darle a cada ojo receptor lo que quisiera. Jamás se enfrentaría claramente con la teología ni con el dogma ni con la mitra, pero supo utilizar su pintura para decir cosas, otras cosas, confusas, inconexas, extrañas, diferentes, como lo fuera ya su compleja y elaborada técnica. Porque de seguro que el manierismo greconiano le sirvió para esconder las cosas de otra forma. Aquí, como en muchos de sus lienzos, mostrará los dedos de algunas de las manos entreabiertos. El índice con el dedo medio, ahora estarán exageradamente separados en la mano de una Magdalena entristecida. Son sus cosas -las del pintor-, son la técnica, son las formas que su manera de hacer nos utilizará a nosotros para mirar ahora, sin saber realmente qué es lo que será, lo que él quiso representar ya con esas formas. 
Qué sagrada familia más desconcertante ahora, más poco convencional y meditada -de meditación sagrada, no de concentración en lo que hace-. Pero, será genial su desenlace artístico. ¿Qué hará al Arte el mejor modelo universal de entendimiento de la vida? Sólo estos creadores, que, como El Greco, supieron ya combinar todos los elementos que mostraran, serenos -con belleza-, las diversas semblanzas de una vida. Porque aquí la pasión del dolor premeditado se adivina, porque aquí el gesto de la soledad incluso ya se ensalza; porque aquí hasta la figura marginal, más separada, de un José entregado se acompaña, también, hasta de un fascinante cielo nebuloso, lleno de grises, tan poco alegre, algo rudo y deslucido. Porque sólo el niño, y su inocencia, vibrarán -si acaso- centrados ya en la imagen, ajenos ahora tanto a sus designios como a los humanos y universales gestos de la turbación, la aprensión o el sobresalto.
(Óleos todos de El Greco: La Sagrada Familia y la Magdalena, 1613, Museo de Soumaya, México, D.F.; La Sagrada Familia con la Magdalena, 1595, Museo de Cleveland, USA; Sagrada Familia, 1588, Museo del Hospital de Santa Cruz, Toledo, España; Sagrada Familia, 1585, Hispanic Society, Nueva York.)

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