Revista Talentos

Un escritor vivo

Por Sergiodelmolino

Me llaman mis compis del Heraldo (debería escribir ex compañeros, pero después de la intensísima marea de cariño y de calor que nos ha llegado irradiada desde la redacción del periódico, no puedo poner el prefijo ex delante).

-¿Te apetece escribir unas líneas sobre Vargas Llosa?

Un pensamiento me azota el córtex: hostias, se ha muerto Vargas Llosa, qué putada.

No, me aclaran enseguida: ha ganado el Nobel.

Joder, lo que hace el hospital, cómo te aísla del mundo.

Pues claro que me apetecía escribir unas líneas. Raudas y veloces. Me puse a teclear en el acto, contento, sinceramente contento. Cuando vives en medio del horror, se agradecen ver deslices de racionalidad y de sentido común. No todo es absurdo, no todo es injusto. A veces, quienes lo merecen, obtienen su recompensa.

Bravo, Mario. Les mandé un articulito de circunstancias, un textito nimio escrito a vuelateclado que se publicó en la edición digital. Os lo cuelgo aquí también, para que veáis que empiezo a ser capaz de ocupar la cabeza en otras cosas. De hecho, he empezado algunos de los trabajitos que tenía proyectados hacer cuando dejé el periódico. Poquito a poco, a mucho menos que a medio gas, pero intento arrancar. Por mi propia salud mental, básicamente.

En fin, este es el texto-felicitación al grandísimo Mario Vargas Llosa.

Un escritor vivo

Como si fuera una moraleja de alguna de sus novelas, Mario Vargas Llosa ha conseguido su sueño cuando ya había renunciado a él, sabedor de que su condición de eterno aspirante le incapacitaba para recibir el Nobel que hoy, más que justamente, le han concedido. No solo es un premio a uno de los escritores más torrenciales y apasionados de la literatura en español, ni a uno de los más influyentes y traducidos -aunque, curiosamente, poco imitados-, sino que es un premio a la literatura viva. El Nobel lo ha recibido un escritor vivo en el más pleno sentido de la palabra: un autor cuyas obras están incompletas, porque sigue creando con la misma rabia febril que en su juventud, siempre buscando, siempre intentando dar un paso más.

Distanciado de sus compañeros del ‘boom’, se diferencia de ellos en su arrolladora vitalidad, de la que no es síntoma menor su plateada pelambrera. Frente a su nervio y a su pasión, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y los pocos supervivientes de aquellos fantásticos latinoamericanos parecen elefantes cansados camino del cementerio. Mientras los demás languidecen, repitiéndose a sí mismos, contando las mismas batallitas bajo la manta, retirados en casas polvorientas donde peregrinan sus cada vez más añosos discípulos, Vargas Llosa se ríe de sarao en sarao, de Madrid a París, de París a Nueva York, de Nueva York a Buenos Aires, o a Los Ángeles, o a donde toque. O a su querida Lima, tan lejana y tan presente. Vargas Llosa es un torbellino insaciable que produce toneladas de letras a diario y que ha sabido levantar una obra coherente y a la vez extraordinariamente diversa, con un ansia obsesiva por superarse y por exprimir al máximo las posibilidades del arte narrativo.

Vargas Llosa ha sido costumbrista, experimental, realista mágico, realista a secas, postvanguardista, humorista, serio, elitista, popular, urbano y rural. Vargas Llosa ha sido muchos Vargas Llosa, y muchas veces, Vargas Llosa ha negado a Vargas Llosa. Pero en todos ellos hay un núcleo reconocible que tiene forma de pasión. La pasión por contar historias.

Luego está el Vargas Llosa opinador y político. El Vargas Llosa liberal que tanto irrita a mucha gente -entre la que me puedo incluir en muchos momentos-, pero ese Vargas Llosa tiene poco que ver con el escritor que nos fascina, que es el que ha ganado el Nobel.

A Vargas Llosa se le reivindica poco. Quizá por su enorme éxito. Si hubiera fracasado, le habrían salido muchos discípulos, pero como es un tipo que se ha hecho millonario con sus libros, no puede ser muy bien querido en la República de las Letras. Sin embargo, no faltan jóvenes latinoamericanos que recogen su testigo. Entre ellos, uno de los más admirables, según mi pobre entender, es el boliviano Edmundo Paz Soldán que hizo una reescritura de ‘La ciudad y los perros‘ absolutamente magistral. Todos ellos estarán secretamente orgullosos del premio que acaba de recibir, aunque en público lo desdeñen.

Enhorabuena, Mario. Hoy es un día de fiesta para todos los que escriben y leen en español.


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