Revista Cultura y Ocio

Un fin de semana - Peter Cameron

Publicado el 25 febrero 2019 por Elpajaroverde
Abro el libro y me sumerjo con deleite. Con el mismo deleite con el que Marian sumerge los pies que acaban de pisar el césped húmedo de la mañana procedentes de la casa y, a continuación, poco a poco, el resto del cuerpo hasta zambullirse por completo en ese río de pureza matinal cuya hermosura al anochecer la hace llorar. Ya estoy conquistada con la descripción de esa escena y con el tan breve como bello primer capítulo que la contiene. Sin embargo, se abre en mí una inquietud, un presentimiento de que tan idílica imagen está a punto de resquebrajarse, o de que si acaso no es más que un espejismo de perfección en un mundo imperfecto. «El placer era tan intenso que casi dolía», concluye el citado capítulo. Y yo concluyo que la intensidad del placer duele porque se sabe efímera. Sé también que la belleza del río es inherente a su fluir y a su constante cambio. Sus aguas no son sinónimo de parálisis como las de los estanques y lagos; no son las artificiales de las piscinas como la de la casa de veraneo que ha alquilado la mujer que Marian ha invitado a cenar esa misma noche. «¿Mides el arte por su capacidad para infligir daño?», preguntará alguien poco más tarde en uno de los brillantes diálogos que nos brinda esta novela. Y yo no puedo evitar preguntarme a mí misma si mido la literatura con ese mismo baremo.
«No tengo el poder para hacer eso. No tengo el control. Es como si estuviera caminando por un acantilado. Un acantilado muy alto y escarpado asomado al mar, como en una película [...]. Y el acantilado se curva todo el rato, pero yo tengo que seguir caminando recto. No puedo girar o ajustar mi rumbo al acantilado. Tengo que seguir caminando recto. Y algunas veces me aproximo demasiado al borde. Y no puedo hacer nada. No puedo hacer nada».
Un fin de semana - Peter CameronEl tren que lleva a Lyle desde Nueva York a la casa de campo en la que viven Marian y John avanza paralelo aunque en sentido inverso al río en cuyas aguas Marian se bañaba horas antes. Lyle se dispone a pasar un fin de semana en el que él denomina su lugar favorito del mundo. Precisamente, esa misma noche, durante la cena antes citada se debatirá si los lugares los hacen las casas o las personas. Pero antes de eso, Lyle viaja en el tren y no viaja solo; lo acompaña Robert, un joven pintor con el que acaba de iniciar una relación y al que a última hora ha decidido invitar a pasar con él el fin de semana. Está nervioso; hace mucho que no visita a sus amigos, por más que estos, especialmente Marian, le hayan instado a hacerlo. Para más inri, ese fin de semana se cumple el primer aniversario de la muerte de Toni, quien fuera pareja de Lyle, medio hermano de John e íntimo amigo de Marian.
«Es muy difícil conmemorar a los muertos. Elaborar un recuerdo suyo que no implique complacerse en el propio dolor es casi imposible. Y nunca volverás a poseerlos sin la mácula de tu tristeza, nunca pensarás en ellos o verás su imagen con una ráfaga de sensaciones puras, sino siempre tamizadas por ese dolor, esa tristeza, ese sentimiento egoísta de abandono, que tiene que ver más contigo que con ellos».
Los tres amigos creen conocerse muy bien. O, quizás, sería más apropiado decir que Lyle y Marian creen conocerse muy bien. John tiene un punto insondable que nadie llega a alcanzar en su totalidad. Sin embargo, es el más sólido, roca clavada en el fondo que el río no consigue arrastrar. Tal vez sea así porque desde temprana edad ha tomado conciencia de sentirse diferente a los demás y ha ido aprendiendo a asumir esa percepción de sí mismo. Se sabe perdido desde niño y no se molesta en disimular, fingir o trampear. Los otros se engañan porque nadie llega a conocer plenamente al otro, cuando se piensa que es así esa sensación se escapa, y si realmente llega a ser así pocas veces se soporta el escrutinio o la imagen fidedigna que el otro revela de nosotros. Y luego está Robert, el extraño por nuevo, el intruso por llegar a un grupo hecho y además a sustituir a quien era parte importante de ese grupo. Conocer a gente nueva nos permite vernos de otra manera, descubrir partes de uno quizás desconocidas. Eso nos recicla, nos da vida. Pero tal vez nuestra vieja gente se conforme con lo que sabía hasta entonces de nosotros; tal vez les invada el miedo a perdernos, a no reconocernos en esa nueva faceta nuestra.
«Es extraño ver a alguien con quien hasta entonces solo has estado a solas interactuando con otras personas, porque ese alguien conocido por ti desaparece y es reemplazado por otra persona diferente, más compleja. Lo ves girar en esa nueva compañía, revelando nuevas facetas y no hay nada que puedas hacer, salvo desear que esas otras caras te gusten tanto como la que parecía ser la única cuando te miraba solo a ti».

Un fin de semana - Peter Cameron

Uva. Fotografía de Franco dal Molin


Un fin de semana es una de esas novelas aparentemente sencillas pero que ocultan bajo su superficie una gran complejidad; una de esas historias en las que parece que pasan pocas cosas pero en las que lo que en realidad sucede es la vida, que transcurre imperturbable, pero perturbándonos, cual si fuera ese río cristalino y tranquilo ahora, turbulento y fangoso instantes después. La ambientación es magnífica, con ese sol abrasador en su cénit y de luz tamizada en su atardecer que a veces ilumina, otras confunde y algunas simplemente ciega. Los diálogos, como ya he comentado, son brillantes, y la introspección del breve elenco de personajes está trabajada de manera sublime por parte de Peter Cameron.
En esta novela escrita y publicada en los años noventa y rescatada hace poco por Libros del Asteroide, el autor estadounidense nos habla del fracaso íntimo que supone la asunción de la incapacidad para vivir. De la necesidad de agarrarse, de asirse a algo para no soltar la vida. De cuántas veces ese algo es un alguien, de cómo las personas a las que queremos son las que nos sostienen y nos mantienen cuerdas cuando tal vez debería de ser al revés. De los cruces entre los distintos momentos y necesidades de dos personas que mantienen una relación, de asumir el cambio y el desajuste entre nuestro cambio y el de los demás.
«Bueno, pero así es la vida: conoces a alguien y le das esperanzas o te da esperanzas y avanzas hacia algún lado. No es tan horrible. No irías a ninguna parte si nadie te diera esperanzas».
Cierro el libro relamiéndome con el mismo deleite con el que lo inicié. También con la misma mezcla de maravilla e inquietud. Sintiendo además que apenas he transitado unos metros de ese río que es este libro y que es la vida pero con el convencimiento de que he vadeado sus profundidades, aprendido de sus envites y alcanzado orillas inexploradas. Relajándome y dejándome flotar en cada remanso que me ofrecía. Y sabiendo que, por conocido que sea el río, siempre hay zonas oscuras e inalcanzables, y que un mínimo viraje en su corriente puede hacerme perder pie y ser tragada por uno de sus repentinos remolinos.
«Quizá la vida sea como unas vacaciones. ¿Sabes como en vacaciones estás siempre fingiendo lo bien que lo estás pasando pero en realidad, especialmente hacia el final, no ves la hora de volver a casa? Lo único que quieres es llegar a tu casa y dormir en tu propia cama. Tal vez la vida sea eso. Tal vez solo estamos de vacaciones sin saberlo». 
«Ay, ¿no es terrible? -dijo Marian-. Aspirar a la estabilidad. Es un poco patético, ¿no?»

Un fin de semana - Peter Cameron

IMG_2940. Fotografía de Scott


Ficha del libro:
Título: Un fin de semana
Autor: Peter Cameron
Traductor: Álvaro Marcos
Editorial: Libros del Asteroide
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 248
ISBN: 9788417007645
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