Mayo en adelante
Dejar de respirar abría paso a una «nueva normalidad». Una nueva forma de respirar se imponía, cambiando las prioridades de una vida que iba como iba y era lo que era, pese a no marchar nunca desde el instante en que el coronavirus se fue de turismo por el norte de Italia.
El inoportuno coronavirus entró a la fiesta sin invitación y engalanado con un llamativo trajecito de colores en gama de verdes y violetas, con apariencia de pelotita anti estrés, casi un juguete para niños. Quienes le vieron entrar se burlaron por su insignificancia, otros pensaron que era tan ridículo que duraría a conveniencia del anfitrión como una distracción más. A pesar de las críticas, los gestos de desprecio y las burlas, el personaje de trajecito ridículo no se dejó intimidar y entregó un presente sin fecha de caducidad.
Este invitado no-invitado, inoportuno por demás, se infiltró en la fiesta ocultándose en la «normalidad» de la sociedad. Hizo que se levantaran de sus sillas para obligarles a bailar a su ritmo, mientras les quitaba la venda que les impedía verse a sí mismos, sacándoles del letargo de la inercia de sus vidas.
No se lo tomaron bien, era una sociedad civilizada y con los límites sociales perfectamente establecidos. Un personaje de trajecito ridículo, un don nadie, no tenía derecho a señalar abiertamente sus errores de cálculo social. Trastornados, entraron en pánico viendo como el personaje de trajecito ridículo, se movía con total libertad entre las mesas reservadas para los invitados VIP del mundo entero y se sentaba sobre el orgullo y la soberbia de su statu quo, con total seguridad de estar incomodándoles.
Era una ofensa de grandes proporciones que no estaban dispuestos a dejar pasar. El anfitrión de la fiesta se reunió en privado con los invitados más importantes, simulando urgencia en subsanar las incomodidades ocasionadas. En realidad, buscaban «un responsable» para endilgarle las consecuencias de dejar entrar al inoportuno personaje del trajecito ridículo. Insistían en nunca haberle invitado, en no recordar haberlo hecho nunca, asegurando que el responsable debía ser alguien más. El personaje del trajecito ridículo les había obligado a verse en el espejo de su enfermedad, la «Hybris» y que por regla social, el público no debía conocer. « Importante no es ser, es parecer».
Los invitados parecían superar el shock de su inoportuna presencia, comparándole con otros invitados inoportunos del pasado y mucho más incómodos, como la Gripe Española. Frente a ésta, el coronavirus no pasaba de ser un personaje de trajecito ridículo, que para mediados de mayo según los datos oficiales, «solo» se había cobrado la vida de casi 300 mil personas, posiblemente más, pero en todo caso no más de medio millón, si se tiene en cuenta la población mundial. Suficiente motivo para no tomarle en serio.
Ignoraban por completo que la letalidad del coronavirus estaba en su astucia. Oculto en la normalidad social, contagiaba sin dejar rastro y sin discriminación, le daba igual edad, género, etnia o posición social, porque tenía el poder de sembrar el pánico, para que la incertidumbre agobiara su existencia. La duración de su visita: indeterminada, sin fecha de caducidad. La humanidad no lograba determinar su origen y menos su objetivo, pese a vivir en el siglo más desarrollado tecnológica y científicamente de la historia.
Es un fragmento de La sociedad de la mascarilla y puedes leerlo completo en este enlace