El atractivo principal de esta irregular comedia coral de Christina Comencini (hija de Luigi Comencini, como indica el apellido) consiste en la recuperación en imágenes de una época, el cine italiano de los 40 a los 70, y de un personaje, el galán latino por antonomasia, en un tiempo en que el cine de su país vuelve a gozar de espacio y reconocimiento en el mercado internacional tras varios lustros de éxitos esporádicos y travesía por el desierto. Lo hace a través de la figura de un actor ficticio, Saverio Crispo (Francesco Scianna), al que va a homenajearse en su localidad natal con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento. El homenaje reúne a su amplia y extensa familia, repartida por cinco países, y que responde tanto a la rica y diversa carrera internacional de Crispo como a su accidentada vida amorosa y sexual. De este modo, mujeres (y algún hombre) provenientes de Francia, España, Suecia y Estados Unidos se dan cita, junto con la familia italiana propiamente dicha, en la misma casa, al mismo tiempo, mientras duren los actos de tributo al gran Saverio Crispo. Como es natural, la interacción entre antiguas esposas y entre estas y las hijas, además de algún marido, los nietos y un invitado inesperado y no demasiado bienvenido, serán causa de múltiples encuentros y desencuentros, las más de las veces agridulces, propensos por igual al humor y al dramatismo y la melancolía.
Vaya por delante un primer problema: la amplísima trayectoria profesional que la película pretende adjudicarle al tal Crispo se topa con una barrera infranqueable, que no es otra que, por más que la directora se empeña en hacernos ver que Crispo trabajó en los teatros y salas de variedades de los años cuarenta, en el cine comprometido de los cincuenta, en las comedias y la nouvelle vague de los sesenta y en los sesudos dramas escandinavos de los setenta, además de sus posteriores coqueteos con Hollywood (todo ello muy bien recreado en tomas reconstruidas de las falsas películas de Crispo, que remiten a títulos auténticos y reconocibles), el amigo Crispo siempre tiene la misma edad, no hay apenas diferencias perceptibles entre sus fotos e imágenes de las primeras épocas y de la última, más allá de la débil caracterización de unas gafas, de una barba o de las prendas de vestir correspondientes a cada moda coyuntural. Tampoco la ligazón entre las esposas e hijas de Crispo (cuyos nombres, invariablemente, empiezan por la letra S) termina de funcionar con fluidez: al parecer, Crispo reunía a sus hijas (todas de distintas madres, de distintos países) cada verano en la casona familiar, pero el guion no deja claras las circunstancias en que tenían lugar esas reuniones ni el tono y la forma en que se relacionaban. Las relaciones entre las esposas no quedan del todo bien perfiladas, no se explican cuáles han sido sus vínculos en común aparte de la coincidencia marital, es decir, de dónde proviene la cordialidad y el buen trato que se dispensan. Las más creíbles son las relaciones de las hijas con las respectivas madres, o de las hijas entre sí cuando ya son mayores. Incluso de las hijas, sobre todo de una de ellas, Solveig (Pihla Viitala) con Alfonso (Jordi Mollá), el marido de Segunda (Candela Peña), la hija española de Saverio, en un personaje que roza (o algo más) lo almodovariano. El misterio que rodea a la figura de Saverio tampoco es tal, ya que se intuye previsible desde prácticamente el principio, y más con la aparición de Pedro (Lluís Homar), el doble de las escenas de riesgo de Saverio en sus spaghetti westerns, con el que mantuvo una amistad “especial” en el tiempo que coincidieron en España.
Más allá de las situaciones previsibles, de los diálogos con falta de contundencia y del retrato de Alfonso como un nuevo latin lover, esta vez español, a la caza de la sueca de turno (recuperando el landismo en un tono más sofisticado y cool, aunque igualmente patético), el interés de la película es doble. Primero, como se ha dicho, porque sirve de tributo a un cine italiano que ha desaparecido (no cuesta mucho reconocer escenas de grandes películas italianas en el montaje de presuntas películas de la carrera de Saverio, o en sus declaraciones en entrevistas o reportajes, en los que se reconoce a grandes del cine transalpino como Mastroianni o Gassman, entre otros) pero también, al menos para el público español, porque (siempre que vea la película como debe, esto es, en VOS) podrá comprobar las evoluciones de los actores españoles en italiano, recuperando así unas sinergias que fueron comunes y corrientes en otras épocas de la cinematografía europea, en particular en la era de las coproducciones, pero que ya son menos habituales. Todos ellos se desenvuelven perfectamente en italiano, pero sus personajes se enriquecen por el recurso a su lengua autóctona en momentos clave, especialmente en las discusiones, en los insultos y en manifestaciones espontáneas de hartazgo o perplejidad. Un último factor a considerar es la aparición de Virna Lisi y Marisa Paredes como las antiguas esposas de Saverio, que aumenta la media del nivel interpretativo de una película que en este punto resulta igualmente desequilibrada. Lisi y Paredes dan empaque y solidez a un reparto sumido en la misma irregularidad que el conjunto, en el que destaca Jordi Mollá en su papel secundario.
El interés de Comencini radica en buscar el enfrentamiento y la colisión entre distintos personajes reunidos en el mismo lugar por la misma causa, en ponerlos a discutir, a relacionarse, a chocar, si bien la cinta carece de una necesaria mayor elaboración en situaciones y, en particular, en los diálogos. El homenaje a Saverio queda como un pretexto, poco trabajado (resulta poco creíble que un homenaje de estas características consista en el desfile de la familia por el pueblo, precedida de banda de música y autoridades, una charla ante la prensa para contar intimidades familiares, la proyección de un montaje de sus papeles y el pase de una de sus películas) pero válido como detonante de los momentos de comedia y drama a los que da pie. Algo de vodevil sentimental, algo de comedia física (las sucesivas lesiones padecidas por Alfonso), un poco de nostalgia y melancolía (con alguna lágrima) y el consabido y esperado reflejo de cuitas femeninas: el paso del tiempo, la inseguridad emocional, la desconfianza del esposo, la hija (Angela Finocchiaro) que mantiene una relación a espaldas de su madre con un hombre al que esta no traga, la otra hija que se siente desplazada y ninguneada (Valeria Bruni Tedeschi), la hija americana (Nadeah Miranda) y sus empeños en darse a conocer a su padre… (sin que esta sea la única sorpresa, ni mucho menos)
Sin la mayor trascendencia, la película resulta agradable en conjunto, aunque no memorable. La moraleja del filme busca convertir las rivalidades, los secretos inconfesables y las pasiones, antiguas y nuevas, en materia para un renacimiento personal, en nuevos alicientes para afrontar la vida con otros ojos, otra actitud, desde la libertad y la satisfacción de vivirla como una aventura intransferible. Así, la cinta parte de una caricaturización del pasado para encontrarle un sentido al presente desde las pecularidades y las intrigas tragicómicas de unos personajes perdidos que solo pueden reencontrarse volviendo a sus raíces. Bien de ritmo, estimable por momentos, olvidable por otros, con esporádicos aciertos humorísticos y guiños irónicos (al western almeriense, por ejemplo) y la solvencia, en general, del reparto (no falta la sátira al cinéfilo veterano en la piel del viejo Picci, intepretado por Toni Bertorelli), la película se sostiene por destellos puntuales pero naufraga como obra coherente y completa. Un quiero y no puedo con un, eso sí, innegable encanto, ligera y dulce como el recuerdo de tiempos felices.
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