Puede parecer mentira, pero es verdad: William (Vasilios) Maillis, de 11 años de edad, es uno de los estudiantes más jóvenes que se ha graduado de una escuela secundaria pública – a la edad de nueve años – y pronto tendrá su título de asociado en el Colegio de San Petersburgo, Florida.
Mientras que la mayoría de los niños de su edad se centran en el juego, William está tratando de convertirse en astrofísico. El objetivo a largo plazo del niño es obtener un doctorado en astrofísica y demostrar científicamente que Dios existe.
El niño de Pensylvania, EE.UU., fue aprobado en la Universidad Carnegie Mellon en 2017. Según su padre y sacerdote ortodoxo griego, el P. Peter (Panteleimon) Maillis, William comenzó a hablar cuando tenía siete meses, mientras que a la edad de dos años podía multiplicar los números.
Cuando cumplió cuatro años, aprendió álgebra, lenguaje de señas, así como a leer en griego y, a los cinco años, leyó un libro entero de geometría (209 páginas) en una noche. Al día siguiente estaba resolviendo complicados ejercicios de matemáticas.
El 22 de febrero de 2018, la comunidad de HCHC tuvo la oportunidad de escuchar a William y a su padre, graduado de Hellenic College y Holy Cross, conversar con el Padre Christopher Metropulos, Presidente de HCHC, en el escenario del Centro Cultural Maliotis. Su conversación fue la última de una serie de Encuentros Presidenciales bajo el tema “Respondiendo al Llamado” en la que, explica el P. Christopher, “Invitamos a los cristianos ortodoxos que están haciendo cosas extraordinarias en sus vidas a compartir sus experiencias con nosotros”.
Guiado por las preguntas del P. Christopher y más tarde por los miembros de la audiencia, William demostró que es un genio, pero también un niño normal. “Puede que sea más inteligente con los libros que la mayoría de los niños de mi edad, pero me gustan muchas de las mismas cosas que ellos hacen, cosas normales como los videojuegos y ver la televisión”, dijo el niño.
El interés del pequeño William en probar la existencia de Dios comenzó cuando tenía unos cinco o seis años. Se ha convertido en una teoría compleja que espera algún día confirmar.
“La ciencia y la teología no tienen que estar separadas… El conocimiento científico es un don de Dios, como todo lo demás. Necesitamos aprender más sobre nuestra fe y sobre dónde estamos en el universo”. Recorriendo la parábola de los talentos, el niño genio añadió: “Tenemos que invertir nuestros talentos, nuestros dones que tenemos de Dios, y no sólo enterrarlos”.
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