Dice su director y guionista que Pequeñas mentiras sin importancia (2011) está escrita a corazón abierto, como reacción a una transición vital dolorosa. La creación como catarsis y bla, bla, bla... Lo sorprendente y meritorio es comprobar cómo ha sabido reconducir esa energía en bruto hacia las convenciones de la narrativa cinematográfica, de manera que las situaciones y los gags parezcan casuales a pesar de estar cuidadosamente planificados. Guillaume Canet, actor de dilatada filmografía, se afianza en su doble faceta de guionista-director tras su debut en el largometraje con Ne le dis à personne (2006), no estrenada en España, demostrando su aguda capacidad de observación y un notable talento para caracterizar personajes y situaciones.
En un consolidado grupo de treintañeros, uno de ellos sufre un grave accidente, un suceso que no impide a los demás marcharse de vacaciones o seguir con sus vidas como si nada. Una vez en la playa, se consuelan mutuamente ante la imposibilidad de poder influir en la recuperación de su amigo, ni siquiera de modificar sus rutinas por solidaridad hacia él. Y se comportan (comportamos) así porque no desean introducir cambio alguno en su bienestar material: ya les vale tal como están las cosas, por muy mal que parezcan estar a juzgar por sus lúcidas conversaciones. Una paradoja que no les impide especular sobre sus deseos y proyectar cambios en unas vidas sobre las que no tienen intención real de introducir cambios. A pesar de un punto de partida tan ético y rohmeriano, Canet sabe introducir fuertes dosis de comicidad y, al contrario que el autor de los Cuentos morales, no necesita largas escenas de diálogo para transmitir su carga crítica; se las apaña con unos pocos incidentes veraniegos de lo más común.
Aun así, sabemos que el filme, tarde o temprano, acabará por colarnos una moralina acerca de nuestro estilo de vida, y nos vamos preparando para soportarla; pero Canet marea la historia de manera que perdamos de vista ese momento y disfrutemos con el repertorio sentimental que exhiben los protagonistas. Minuto cero: la película arranca con un plano secuencia magistral en cuanto a planificación, rodaje y desenlace. Sencillamente espectacular. A continuación, una situación poco más que inverosímil a la que Canet extrae un gran partido, a base de momentos muy, muy divertidos durante todo el filme. Y, por último, el manejo de los giros dramáticos: normalmente me preparo para detectarlos; procuro estar atento para saber cuándo debo ponerme en situación. Pues bien, y aunque esto puede estar vinculado a una cierta limitación genética achacable a mi género, lo cierto es que Pequeñas mentiras sin importancia me coló hasta tres, consiguiendo quebrar mis expectativas acerca de lo que iba a suceder. Tras comentarlo con el lado femenino de la audiencia, la conclusión es que no era tan complicado detectar el significado real de esas tres escenas, así que lo atribuiré a mi estado de relajación mientras disfrutaba de la película y a mi maltrecho cromosoma Y.
El cine francés no renuncia a sus tics más clásicos, por mucho que parezcan desfasados algunos de ellos: protagonistas adinerados, entornos urbanos y/o urbanitas, cenas con mucho vino, constantes debates de sobremesa... y sin embargo --como con LOL. Laughing Out Loud (2008) o El primer día del resto de tu vida (2008)-- consiguen hacernos olvidar que se trata de una ficción. ¿El secreto? Pues que si quitas los tópicos de la ambientación queda un guión sólido o, como mínimo, interesante ¿Cuándo será capaz el cine español de enfrentarse a su realidad sin tener que recurrir a arquetipos y a rodar filmes que no sean una crónica crítica de la actualidad como si fueran libros de texto?