Revista Ciencia

Un habitante de las espinas

Por Naturalista
Un habitante de las espinasAl amanecer, las primeras heladas construyen sobre el suelo los diminutos paisajes de cristales y agujas que llamamos escarcha. El hielo, ese mineral efímero, va apareciendo como de la nada, extendiendo sobre las hojas de hierba una arquitectura como de laberintos cristalinos que se derriten con el calor de mi mano sosteniendo la lupa. ¿Qué más puedo observar? Algo nuevo y extraño que descubro, algo como una bola de apenas 3 mm de anchura, cubierta de pelo blanco e incrustada en la espina de una aliaga. ¿Será acaso un hongo? No lo parece, a través de la lupa no se ven esporangios... Entonces caigo en la cuenta y abro la bola por la mitad: está hecha de tejido verde de la aliaga, y en el centro, en un hueco minúsculo que la lupa apenas alcanza a resolver, habita un inquilino diminuto y rojizo.
Estos tumores con inquilino, las agallas, son frecuentes en los robles, las encinas y muchas otras plantas, a las que incluso llegan a dar nombre, en el caso de la cornicabra. Normalmente las agallas son producidas por insectos, y otras veces por nemátodos o ácaros. Cuando un insecto pone un huevo en el tejido vegetal, la planta reacciona ante las señales químicas del huevo haciendo crecer un tumor que lo encierra. Del huevo así encapsulado nace una larva que se alimenta del interior de la agalla, hasta completar su desarrollo y salir al exterior como insecto adulto, practicando un agujero de escape. Esta manera de vivir es típica de ciertas avispillas (sobre todo cinípidos y avispas portasierra), mosquitos y pulgones. En el caso que nos ocupa, el inquilino de la agalla podría ser la larva de un mosquito, Dasineura scorpii, pero hay más opciones, no sólo porque sabemos poco sobre los insectos agallígenos que ya conocemos, sino también porque en nuestros matorrales hay una increíble cantidad de especies de estos seres, una diversidad en gran parte todavía desconocida. De hecho, los insectos formadores de agallas suelen ser más variados y abundantes en la vegetación esclerófila (de hojas duras) y en climas más bien secos, justo lo que predomina en la cuenca mediterránea. ¿A qué puede deberse el vínculo entre estas condiciones y las agallas?
La explicación más plausible la dieron Fernandes y Price (ver este trabajo suyo también): en la vegetación de clima más bien húmedo, los hongos consumen a menudo a las larvas de dentro de las agallas, y por algún motivo los insectos parasitoides las atacan con más frecuencia. Estos insectos, de una vasta variedad, normalmente son avispillas (calcídidos) que inoculan huevos en las agallas, devorando sus larvas a las del inquilino original. Todos estos enemigos disminuyen su actuación en las zonas más secas, lo cual resulta lógico para los hongos, que necesitan humedad para digerir su alimento, ¿pero por qué la sequedad reduce también el ataque de los insectos parasitoides? Ni idea; el caso es que ocurre así y eso ayuda a explicar la gran diversidad de insectos formadores de agallas en la región mediterránea, las sabanas, e incluso la bóveda forestal de las selvas tropicales, donde la humedad disminuye y las hojas se tornan más duras, más esclerófilas. En todos estos tipos de vegetación, el mundo de las agallas nos depara historias fascinantes, más propias de la ciencia ficción que de las ciencias naturales, todo un patrimonio evolutivo que merecerá su propia entrada, más adelante...

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