Revista Cultura y Ocio
Un crítico literario de 72 años, llamado August Brill, que ostuvo el premio Pulitzer en 1984, ha sufrido un terrible accidente y se encuentra, para recuperarse de las heridas, en casa de su hija Miriam y de su nieta Katya. Éste es el punto de arranque sobre el que Paul Auster construye la novela que hoy me ocupa, publicada en España por Anagrama y traducida por Benito Gómez Ibáñez.
La auténtica complejidad novelística, y su razón arquitectónica, comienzan cuando el autor se pone a la tarea de desarrollar las líneas psicológicas básicas de estos seres: August, que ha perdido a su esposa Sonia y que no termina de asimilar su viudedad; Miriam, que afronta un divorcio traumático; Katya, que ha visto por televisión cómo unos terroristas islámicos daban muerte a su novio Titus de una forma especialmente sangrienta. Tres laberintos de soledad y dolor que necesitan ser aliviados de alguna manera... Katya lo hace desconectándose del mundo, y refugiándose en el visionado de películas de vídeo, de las que trata de extraer un orden regulador, un equilibrio, un cosmos; Miriam, redactando una biografía de Rose Hawthorne, una escritora a la que juzga "horrorosa, en realidad" (página 206), pero cuyo análisis la sitúa también en una zona de sosiego y ataraxia; y August, que utiliza como lenitivo un método más creativo: fabular, tumbado en su cama, una historia delirante: la protagonizada por alguien llamado Owen Brick, al que se hace una revelación asombrosa: alguien está soñando que existe una guerra en Estados unidos, y ha provocado ya la muerte de millones de personas. Owen Brick ha sido reclutado para que mate a ese fabulador, cuyos delirios se incorporan a la realidad y la llenan de sangre.
"Esto se está convirtiendo en una broma más bien complicada", piensa el escritor en la página 121. Y no le falta razón. Pero Paul Auster, que es un auténtico maestro de la novelística actual, consigue con esos mimbres tejer un relato muy poderoso, muy sólido y muy fluido, donde las caracterizaciones de los personajes son tan simples como enérgicas, y donde todos los elementos de la obra fabrican al unirse una música sugerente y cálida, que embriaga al lector.
Sabiendo que somos seres condenados a la frustración, al desgarro y al aislamiento; que somos tristes burbujas que intentamos por todos los medios a nuestro alcance que el mundo no nos destruya con demasiada rapidez, Paul Auster nos da en esta obra una lección moral y humana de gran calibre. Leerla supone una ampliación para nuestra inteligencia y un motivo para la reflexión. No deberíamos desaprovecharla.