Daniel Rabanal
Por Daniel Cecchini Hay momentos que son bisagra en la historia de un país y Néstor Kirchner encarnó dos de ellos. El primero se inició el 25 de mayo de 2003 cuando, después de zambullirse en el pueblo de la plaza, produjo y condujo un cambio de rumbo radical para la Argentina. Valga un repaso de gestos que se hicieron hechos y que hoy configuran una nueva realidad: devolvió independencia a la Justicia al acabar con la Corte Suprema de la mayoría automática menemista; puso punto final a la impunidad propiciada por la teoría de los dos demonios y reabrió las puertas de los tribunales para que los civiles y militares de la dictadura genocida pudieran ser juzgados; condujo y concretó la renegociación de deuda externa más grande y ventajosa de la historia; enfrentó a la dictadura de los mercados y sacó a la Argentina de la tutela fatal del Fondo Monetario Internacional; diseñó y logró la recuperación de un aparato productivo que estaba destruido y devolvió trabajo y dignidad a millones de argentinos; apostó a la integración regional recuperando el Mercosur y fogoneando la Unasur, y una tarde, en Mar del Plata, rodeado por otros presidentes latinoamericanos, le dijo que no al Alca mirando a los ojos a un atónito George W. Bush.Cuando terminó su mandato, en 2007, la Argentina era otro país. Imperfecto, aún deudor de su pueblo, pero mucho más fuerte y justo que cuatro años antes. Y que seguiría cambiando, con el mismo rumbo. Acompañada por su marido, Cristina Fernández de Kirchner lo profundizó: desarticuló una de las mayores estafas sufridas por los argentinos y recuperó el sistema jubilatorio estatal; acabó con la ley de medios de la dictadura y produjo una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que es modelo en todo el mundo; siguió y sigue impulsando un modelo productivo que significa más trabajo y menos pobreza para los argentinos.
El 27 de octubre pasado, Néstor Kirchner murió. Y con su muerte encarnó un segundo momento bisagra de la Argentina. Ya no se trataba de un cambio de rumbo, sino de un cambio cualitativo. Néstor Kirchner ya no estaba –ya no está–, pero su mujer, la Presidenta, no quedó sola en la parada. El tercer protagonista de la historia, que siempre los acompañó, se hizo visible. Se reunió en la plaza y entró en una Casa Rosada que sentía como suya. Allí despidió a Kirchner y le mostró su solidaridad y su apoyo a Cristina pero, por sobre todas las cosas, dijo “presente”. Un “presente” que era para la Presidenta pero también para los otros, para los enemigos de siempre, los enemigos del pueblo.
Fue hace apenas un mes, pero el mensaje perdura. Cristina ya no tiene a Kirchner a su lado. A su lado, ahora –cada día, en cada acto–, están millones de compatriotas. Está el pueblo que defiende sus derechos.Miradas al Sur, Año 3. Edición número 132. Domingo 28 de noviembre de 2010