El ídolo de Hany Abu-Assad desembarcó ayer jueves en algunas salas comerciales porteñas ocho meses después de haberse proyectado en la función de apertura de la sexta edición del Festival Internacional de Cine Latino Árabe en Buenos Aires. En aquella oportunidad el director general del LatinArab, Edgardo Bechara El Khoury, contó que los jóvenes palestinos acostumbran a escribir graffitis con la consigna ‘Paciencia’ en los muros de Israel.
La anécdota resulta una introducción pertinente para la historia real que el autor de Omar y El paraíso ahora narra en su noveno largometraje: aquélla de Mohammed Assaf, que en 2013 se convirtió en voz ganadora de la versión árabe del programa de TV American idol. Nacido y criado en Franja de Gaza, el muchacho de entonces 23 años consiguió ingresar a la competencia de Arab idol (y vencer a los demás participantes) a fuerza de talento, voluntad, una pizca de suerte y perseverancia… o paciencia.
En esta entrevista que le concedió hace un año a Sydney Levine de Indie Wire, el realizador contó que él mismo siguió de cerca cada entrega del Arab idol donde compitió Mohammed. “Aparecí en un informe televisivo, entre cientos de personas que se habían reunido en una plaza de Nazaret para asistir en vivo al veredicto final del jurado. Saltaba como un chico; hacía rato que no sentía ese tipo de euforia”.
Para Abu-Assad, la historia del ganador del concurso fue una invitación única a “ponerle un rostro humano” a un pueblo estigmatizado y marginado. “En tiempos de convulsión sin precedentes en el mundo árabe, con revoluciones, guerras civiles, atentados extremistas, la trayectoria televisiva de este niño de Gaza que cantaba en casamientos nos liberó de las luchas diarias y nos devolvió la sonrisa… Mohammed Assaf representa el espíritu y el símbolo de lo posible, de los sueños que se convierten en realidad, de algo precioso y en principio imposible que se vuelve completamente posible”.
En la misma entrevista que publicó Indie Wire, Abu-Assad explicó: “(El ídolo) fue diseñada como una película sin barreras culturales. Podrás ser chino, estadounidense, palestino e igual apreciarás el film. Todos, jóvenes y viejos, pueden entender la travesía de este muchacho de Gaza, que además cruza las fronteras religiosas. Me interesó especialmente llevar un relato muy específico a un contexto mucho más amplio”.
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Serán excepcionales los espectadores indiferentes a la historia de Mohammed, a las actuaciones y a las voces del niño y del joven que lo encarnan en la película, a los pantallazos de una localidad derruida y sitiada. En cambio, hay quienes sentimos cierta desilusión ante un largometraje muy parecido a otros que cuentan historias edificantes de superación personal, y que hace tiempo conforman un nicho de la industria cinematográfica global.
Desde esta perspectiva, El ídolo atrapa menos por sus (varias) virtudes técnicas –en especial la fotografía y las mencionadas actuaciones– que por determinadas características del proyecto: la nacionalidad del protagonista, el impacto alegórico de su historia, la proeza que significa haber obtenido la autorización del Estado israelí para rodar una ficción en Franja de Gaza.