Hace tiempo que siento la necesidad de escribir un artículo (uno más) sobre la locura inhumana que asola al mundo. Quería enfocarlo partiendo de los montones de conflictos armados que en pleno siglo XXI, cuando se supone que la humanidad es más civilizada y humana que nunca, “florecen” por doquier. La realidad nos dice que el mundo sigue funcionando como siempre: el fuerte aplasta al débil, y para que no queden dudas sobre su superioridad utiliza todos los medios a su alcance, por salvajes que sean. Además, trata de justificar las atrocidades que comete apelando a razones divinas, a supuestas operaciones de autodefensa o a derechos históricos aderezados con la siempre socorrida exaltación patriótica.
Buceando en el archivo del blog he encontrado este post, titulado ‘Armas que matan’, que escribí en abril del año pasado, cuando ‘la recacha’ la leían cuatro gatos y, por tanto, pasó casi desapercibido. Podría copiarlo tal cual, porque la reflexión es calcada a la que pretendía compartir hoy. Si os apetece, leedlo entero. Copio aquí parte del texto:
La semana pasada la Asamblea de las Naciones Unidas aprobó por amplia mayoría un Tratado Internacional que regulará el comercio de armas, un triunfo de la sociedad civil agrupada en torno a la coalición Armas bajo Control, que lleva muchos años luchando por la regulación del que es uno de los negocios más lucrativos a nivel mundial. Los Estados miembros de la ONU han necesitado siete años para llegar a un acuerdo respecto al contenido del documento que, en teoría, impedirá la venta de armamento a organizaciones terroristas, señores de la guerra y países que vayan a hacer un mal uso de él. Y digo en teoría porque mucho me temo que el control de esas transacciones no vaya a ser efectivo. Son los propios Estados los que deberán llevar el registro de las operaciones y determinar cuándo son legítimas/legales y cuándo no. La pregunta es: ¿vender armas, por ejemplo, a Arabia Saudí está dentro de los términos que el tratado considera aceptables?
En cualquier caso, con tratado o sin tratado, ¿para qué sirven las armas? ¿Para qué sirven un carro o un avión de combate? ¿Y un lanzagranadas? ¿Y unos misiles? ¿Y un rifle de asalto? “Para defenderse” dirían los responsables de la industria armamentística o “para disuadir a quienes estén tentados de atacar”… Para matar, digo yo. Sin eufemismos, sin medias tintas. Las armas sirven para matar, y eso es precisamente lo que hacen, contándose las víctimas por centenares a diario.
Está claro que el tratado sobre el comercio de armas de momento no ha servido para nada. Papel mojado. Montones de horas de trabajo, de esfuerzo didáctico, de reuniones impulsadas por parte de personas cuya buena intención no es rival para la codicia de los poderosos. Queda muy bien decir que tal país ha firmado el tratado para regular la venta de armas con el objetivo de hacer posible un comercio ético. Comercio de armas ético. Apuesto a que no soy el único al que las palabras armas y ético juntas en la misma frase le chirrían. Sencillamente, eso no es posible. ¿Es ético matar? ¿Es ética la autodefensa que aplica Israel destruyendo Gaza, aniquilando a todo ser vivo que se le ponga a tiro? ¿Es ética la barbarie que reina en Siria? ¿Es ética la conquista que está llevando a cabo el Estado Islámico en Irak? ¿Fue ética la guerra que impulsaron Bush, Blair y Aznar para hacer de Irak un país “libre y democrático”? Menudo éxito… El Irak de Saddam Hussein sería muchas cosas deleznables, pero desde luego no era un lugar donde el fanatismo religioso se impusiera a golpe de sable. Hoy sí. ¿Para qué sirvieron los años de guerra en Afganistán contra los fanáticos talibanes? Buena parte del país continúa bajo su poder.
Y podría seguir citando ejemplos, como los de tantas guerras olvidadas en el corazón de la África que nos parece tan lejana. Toda esa barbarie tiene un denominador común: el uso de las armas. Armas que llegan desde Occidente, procedentes de empresas españolas, por ejemplo. España es el séptimo exportador mundial de armamento. Vende armas a todo tipo de países por un importe cercano a los 4.000 millones de euros. La industria armamentística española aglutina a más de 130 empresas que proporcionan 18.000 puestos de trabajo (recomiendo la lectura de este reportaje publicado en La Columna a finales de julio). ¿Es ético fabricar artilugios destinados a matar?
El otro día, durante un interesante debate con mi hermano en el que hablábamos sobre la situación del país (la situación de la gente, no de los datos macroeconómicos que tanto estimulan a los dirigentes políticos y a sus amigos banqueros), él se mostraba muy escéptico respecto a la posibilidad de un cambio real. Opina que los españoles (buena parte de ellos, al menos) llevamos en el ADN la ley del mínimo esfuerzo, que esperamos a que otros nos resuelvan la papeleta y que solemos apuntarnos al galgo ganador, así que un cambio real sólo es posible mediante actos traumáticos, que rompan por completo con lo anterior. No confía en la posibilidad de cambiar el sistema desde dentro del sistema, como proponen, por ejemplo, Podemos y Guanyem Barcelona, movimientos surgidos de la sociedad civil que pretenden conquistar las instituciones a través de la política. Yo soy algo más optimista, aunque con muchas reservas. Sigo confiando en la buena fe de las personas, no de todas, por supuesto, pero sí creo que es plenamente legítimo e incluso loable lo que está haciendo gente como Ada Colau y Pablo Iglesias. Es evidente que habrá aprovechados, el típico trepa de toda la vida, que querrán sacar provecho de las buenas intenciones de otros, pero bajo mi punto de vista, experiencias como Podemos o Guanyem son novedad, aire fresco, en la joven aún pero rancia democracia española. Merecen, por tanto, el beneficio de la duda. Yo, desde luego, las apoyo.
El Roto, siempre directo al estómago.
La cuestión es que pensando en ese hecho revolucionario necesario para cambiar el sistema, el primero y más importante que se me ocurre es la prohibición de la fabricación y comercialización de armamento. Nada sería más revolucionario que reconvertir toda la industria armamentística. Que en vez de fabricar muerte produjéramos vida, cosas que ayudaran a la humanidad a vivir mejor. Sí, lo sé, un pensamiento inocente, ingenuo, naïf, de película de Disney. El negocio armamentístico es uno de los más lucrativos que existen. ¿Adivináis cuáles son otros? La trata de personas, la droga, el comercio de especies protegidas… A diferencia de éstos, el comercio de armas es legal (aunque exista también un mercado negro que mueve miles de millones de euros cada año), así que ¿quién va a renunciar a una actividad tan beneficiosa para los bolsillos? No, desde luego, los dirigentes políticos y magnates que demuestran día sí y día también su ausencia total de escrúpulos.
Yo lo tengo claro: quienes fabrican armamento, quienes lo fomentan, quienes lo subvencionan y lo financian, quienes firman acuerdos comerciales con países enemigos de los derechos humanos y quienes hacen la vista gorda ante el desvío de arsenales hacia el mercado negro (porque en algún sitio fabricarán, digo yo, las armas que acaban en manos de terroristas) son cómplices de asesinato, de los miles de asesinatos que se cometen a diario en todo el mundo como consecuencia de guerras y genocidios. Son tan responsables de los crímenes como quienes disparan las balas, las bombas, los misiles.
¿Que sin armas continuaría habiendo guerras? Sí, claro. Pues que se maten a pedradas si quieren.