Revista Opinión

Un jarro de agua muy fría, demasiado fría, helada.

Publicado el 04 febrero 2013 por Romanas

Un jarro de agua muy fría, demasiado fría, helada.  Ante todo, acusar recibo a mi gran amigo futbolín, una de las personas sin las cuales estos blogs míos tal vez hubieran dejado de existir, cansado yo de que mi voz tronara en el desierto, gracias a ellas no sólo no sucede así sino que lo poco que yo digo se amplifica extraordinariamente con sus aportaciones de lo mejor que se publica por estos foros de internet, de modo que inevitablemente resuena en mis oídos una vez más, la terrible requisitoria de Rainer María Rilke: “¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre la jerarquía de los ángeles?”. Dice futbolín 2 cosas importantes: una, que “El Gran Debate no está hecho para intelectuales”, y otra: “coño Pepe que nos pierde la exquisitez y al final criticamos mas a estos que a los de intereconomía, menos da una piedra, los invitados de izquierda suelen ser unos chorras, pero perdona los de derechas no pueden ser mas estúpidos, o sea que existe un equilibrio, pero además se busca el espectáculo porque se necesita publicidad, si el debate fuera serio no lo veía ni Dios, la calidad intelectual de nuestras gentes es mísera y el que no se de cuenta es que sale poco a la calle, así que por lo que a mi respecta no pienso rasgarme las vestiduras por el bajo nivel de los debates, en un país que no tiene tampoco mas preocupación que el ande yo caliente y ríase la gente”. Qué ganas que me dan de abrir aquí el famoso debate que sostuvieron en Francia 2 de las más grandes cumbres del pensamiento universal, Sartre y Camus, precisamente sobre esto mismo, qué coño es un intelectual y qué puñetas es lo que debe de hacer. Salvadas las siderales distancias, las respectivas posiciones son las mismas: mientras Camus salva al hombre corriente, al hombre de la calle, Sartre lo condena, como yo, por su banalidad e intranscendencia. ¿Quién tenía, quién tiene razón? Está claro, para mí, yo, porque pienso con mi cabeza y no tengo más cojones que hacer lo que ella me dicta. Acabo de lavarme el prepucio porque se me ha llenado de moho de tanto desuso. ¿Por qué escribo esto último? Porque siempre hago lo que mi cerebro me dice instantáneamente, con la mayor y más inmediata naturalidad, no sé si esto tiene algo que ver con la escritura automática pero yo creo que sí que lo tiene, y mucho, con la espontaneidad y la naturalidad. Pero, dejándonos aparte a futbolín y a mí, que no tenemos la importancia, lástima, de aquellos dos monstruos, Camus, dicen ahora que ha ganado la batalla porque dos de sus novelas, El extranjero y La peste,  han vendido millones de ejemplares, para mí, El extranjero es uno de los mejores libros que he leído nunca, La peste, no la pude acabar de leer, en cambio sí que he leído, muchas veces, Las palabras, de Sartre, uno de los libros más importantes del mundo.  Hay algunas otras novelas tan importantes como El extranjero, no hay ningún otro libro como Las palabras. Tal vez fuera por eso que Camus, sí que acepto el premio Nobel, como Kissinger y Obama, Sartre le dijo a la Academia sueca que se lo metieran en los cojones, que él no iba a consentir que su nombre figurara junto algunos de los peores ejemplares de la especie humana.  Es lo que se ha llamado el compromiso del intelectual, un intelectual auténtico no contemporizará nunca con nadie, ni siquiera con sus amigos. Personalmente, Camus era un tipo seductor, no fue por otra cosa que se llevó al huerto a María Casares, una actriz de origen español que se encumbró a la cima de teatro francés, Sartre era un tipo bizco, más bien desagradable que sólo se acostaba con Simone de Beauvoire, que no era precisamente una beldad, pero dejó escrito dos o tres principios para mí inatacables: todos somos una puñetera mierda hasta el extremo de que constituimos el infierno para los otros,  no se puede actuar en política sin ensuciarse las manos, "Les mains sales", de modo, mi querido futbolín, que yo no es que no sea un exquisito, es que me repugna hasta lo más íntimo la exquisitez, porque me parece un insulto para el común de los mortales, recuerda, si no, mi amable discusión con Adrián Massanet, al que le reprochaba, todo  lo amablemente que yo puedo hacerlo, su elitismo.  Pero hablaba al principio de un jarro de agua fría, muy fría, helada, con los papeles de Bárcenas no tenemos nada que hacer porque su libro de Caja es un documento en todo caso mercantil, que no hace fe de nada que no sea contra sí mismo, en virtud de la certeza de la letra en que ha hecho sus apuntes; judicialmente, no puede por lo tanto usarse contra el PP, al que le bastaría, si llegara el caso, con decir "y a mí ¿qué me dice u., ese sr. puede escribir todo lo que le dé la gana que luego para proceder contra nosotros habrá que probarlo".  Claro que, en otro país decente, con otra clase de ciudadanía, bastaría sólo con dejar actuar a los organismos institucionales, la inspección de Hacienda, la abogacía del Estado y la fiscalía anticorrupción, pero han leído ustedes muy bien, los tres órganos son parte integrante del mecanismo oficial del Estado y se hallan, como la policía antidisturbios, bajo la directa sumisión al ejecutivo de turno, de modo que, como escribía yo ayer, abandonad toda esperanza, capullos, no hay nada que hacer contra Rajoy y sus secuaces con una Hacienda dirigida por Montoro, el tío que se pasa todo el día riéndose de nosotros, con una abogacía del Estado que depende directamente de Gallardón y con una Fiscalía que depende también, pero qué casualidad, de este mismo canalla, que es precisamente su mejor amigo y le nombró directamente con su jodido dedo.  Así que, amigo futbolín, no es una exquisitez escribir todo esto, es sólo un ejercicio de sinceridad y conocimiento que no es mayor ni mejor que el que tenían todos, absolutamente todos los que participaban en El Gran Debate, de modo que no se les puede permitir que no sólo escurrieran el bulto sino que además sembraran la esperanza, la sucia esperanza sartreana, de que la verdad iba a aflorar en este país por algún sitio. Fin.

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