Salí de Puerto Cabello muy temprano por la mañana rumbo a Valencia, que se encuentra a pocos kilómetros del puerto, ahí comenzó mi camino de regreso a mi casa.
Despedirme de David fue la parte más dificil, nisiquiera mi tremendo mochilón me molestaba tanto como eso. Es extraño despedirse de la persona con la que han compartido las 24 horas del día, de todos los días de los últimos casi tres años, en situaciones geniales, buenas, malas y hasta extrañas. Han sido pocas las veces que nos hemos separado y esta será una de ellas.
Los dejé a él y a la Zaigua en el puerto, el día en que la camioneta tendría su primera revisión anti-narcóticos, uno de los pasos más delicados de la exportación/envío del vehículo. En Valencia, luego de un viaje corto y sin novedades, compré mi boleto de autobús rumbo a San Cristobal–frontera con Colombia-el cual saldría hasta las 7:30pm, por lo cual me tocó pasear por la pequeña y un tanto incómoda terminal de autobuses todo el día.
Del trayecto que estaba a punto de hacer, lo que más me preocupaba eran las alcabalas, esos puntos en los que la milicia o la Guardia Nacional hacen revisiones para descartar que haya algún pasajero que porte armas, o lleve consigo artículos que puedan ir de contrabando rumbo a Colombia. La fama de esas alcabalas es que son puntos en los que la policía aprovecha para pedir dinero a los pasajeros a cambio de no hacer las revisiones que pueden tomar mucho tiempo. Sin embargo, mi experiencia distó mucho de eso. Para empezar, en el autobús que viajé iba un gran grupo de oficiales de la Guardia Nacional, y en todo el camino no hubo una sola parada para revisiones de ningún tipo. Fue un viaje tranquilo.
Llegué muy de mañana a San Cristóbal, de ahí debía encontrar transporte hasta el cruce fronterizo en San Antonio. Apenas me bajé del autobús se acercó un hombre ofreciendo llevarme hasta la frontera, o si quería, hasta el aeropuerto en Cúcuta, por Bf 4,000 –alrededor de 25 dolares a precio paralelo. Un precio exageradamente alto tomando en cuenta el costo del combustible y la distancia. Le dije que lo pensaría e inmediatamente se me acercó otro cobrándome Bf 2,000. También me advirtieron que tenía que salir de ahí cuanto antes si mi plan era llegar ese mismo día a la frontera, ya que habría una manifestación en contra del gobierno y ese mantendría las avenidas cerradas el resto del día; así que tomé el de Bf 2,000.
Llegué a San Antonio y contrario a lo que habíamos acordado, el taxista me dejó a 11 cuadras del cruce, las cuales tuve que caminar con 30 kilos en la espalda y arreglarmelas del otro lado para cambiar algo de dólares.
Para mi enorme suerte me esperaba una familia en Cúcuta: la de Orlando y Georgina, hermana de Danilo uno de nuestros amigos colombianos que nos puso en contacto con ellos y así es como pude conocerlos y quedarme con ellos.
Apenas llegué a casa de Orlando y Georgina sentí que me caía encima todo el cansancio de los últimos dos días de viaje que habíamos tenido mi mochila y yo. Ellos tenían wifi en la casa así que también pude enterarme de cómo iba David con los trámites y la revisión.
Orlando, Georgina y sus tres hijas, me recibieron con curiosidad y muchas preguntas, fue divertido y reconfortante conocerlos.
Al día siguiente Orlando me llevó al aeropuerto, esa mañana estaba lloviendo, las calles se inundaron y se suspendieron los vuelos. Pensé que no llegaría a Bogotá –de donde saldría mi vuelo a la
una de la mañana del siguiente día- hasta ya muy tarde. Por suerte la lluvia cesó y permitieron que continuara el tráfico aéreo.
Llegar a Bogotá –para salir de ahí a México- fue un excelente cierre para esta travesía, y para terminar ahí mi recorrido por latino américa. Me hubiera encantado quedarme por más tiempo, ver a todas las personas que conocimos aquí, especialmente Hernando Burbano, quien iba a recibirme en la ciudad.
Al llegar al aeropuerto vi a Julian, un muy buen amigo, quien hace dos años –junto con César y Angela- nos recibió en su finca y nos hospedó por dos semanas ahí. Ellos nos mostraron mucho de la cultura colombiana, nos llevaron de fiesta y compartieron con nosotros un montón de cosas durante nuestra visita. Fue difícil despedirnos de ellos hace dos años y ahora pude verlos de nuevo!
Pasé la mayor parte del día con Julian, que apenas llegué me llevó al restaurante Doña Elvira en el centro de Bogotá a comer un ajiaco santafereño y a probar el típico pezcuezo de gallina relleno que tanto nos impresionó hace dos años -de no muy buena manera- y que resultó ser una verdadera delicia :)
Luego de la comida, Julian me llevó a comprar un sombrero vueltiao a una tienda de artesanías en La Candelaria y me llevó a Monserrate, un cerro que se yergue a poca distancia del centro de la ciudad y es un importante destino de peregrinaje y turismo.
Pasar esa tarde en Monserrate me renovó por completo, por primera vez desde hacía semanas tuve la oportunidad de recapitular lo que había estado haciendo y darme cuenta de que estaba presenciando el final de una grandiosa etapa de mi vida, lo cual celebramos con un muy apropiado licor de hierbas que también nos ayudó a quitarnos un poco el frío.
Más tarde nos encontramos con Angela y César para cenar e ir a un baresito en La Candelaria, realmente daban ganas de quedarse.
Mi viaje tenía que continuar, y tuve que despedirme una vez mas de los chicos. Aún me faltaban dos vuelos por tomar y tres días de viaje.
A la mañana siguiente desperté en la Ciudad de México, por fin estaba de regreso en mi país y eso se sintió tan increíblemente bien que no podía dejar de sonreír a pesar del cansancio y el frío que me recibió. No había hablado con David y no sabía cómo iban las cosas, hasta que pude conectarme al Internet y pudo actualizarme de cómo le estaba yendo con los trámites.
En México retrasaron un día entero el vuelo que me llevaría de la capital a mi ciudad. Por suerte me quedé con un buen amigo al que no veía hacía ya cuatro años –José Luis-, fue una estancia muy divertida. Estas escalas realmente fueron de reencuentros muy agradables.
Los dos días que pasé en D.F. fueron geniales: comí todo lo que quise, volví a probar los chilaquiles, las tortillas de maíz, huevos a la mexicana, una buena salsa y el mezcal. Fui a una obra de teatro y redescubrí la Ciudad de México con José y Rodrigo –un amigo de José- que me entretuvieron con sus historias hiper citadinas.
El lunes 16 de febrero por fin llegué a mi casa, era ya de noche, estaba muy cansada y tenía el cuerpo amoratado por el peso de la mochila que venía cargando. En pocos días estuve en muchos lugares, con gente genial que compartió mucho conmigo, un reflejo de lo que viví durante los últimos casi tres años de recorrido.
Llegar a casa fue el principio de esta nueva etapa que acaba de comenzar. No me queda mas que agradecer profundamente a todas y cada una de las personas que conocí en este trayecto, porque me enseñaron mucho, y a muchas de ellas, por habernos dado tanto cariño.
Nos vemos pronto!
Andrea