a FCOM, a los suyos
Elsa Agüero es un mito viviente en el ecosistema de la Facultad de Comunicación -lo que equivale a decir en buena parte de los medios de prensa del país-. No hay graduado de periodismo en la Universidad de La Habana menor de 40 años que no conozca a Elsa Agüero, o lo que es lo mismo, que no haya pasado por ese momento cargado de angustias que es la ubicación laboral.
De tanto oír hablar de ella, uno se la imagina como San Jorge (o el dragón); un personaje fabuloso combatiendo en defensa de un sacrosanto derecho -en su caso, el del Departamento Ideológico del PCC de ubicar a los futuros periodistas-.
Cuando finalmente te enfrentas a Elsa Agüero, tú, estudiante inquieto hinchado con la esperanza de cambiar el panorama del periodismo nacional (para más detalles leer la introducción de la tesis de maestría de Juan Orlando Pérez), descubres que Elsa es una señora bastante mayor (2013), ágil, fuerte de carácter y con demasiados años de experiencia. Al verla uno piensa en un galápago centenario que ha visto
el surgimiento de la radio,
la televisión
e internet,
dos guerras mundiales,
el quinteto de Miles Davies,
el amontonamiento de aviones en el cielo (y su ocasional secuestro),
un par de Clásicos Mundiales
y la resurrección y posterior reentierro de Lance Amstrong,
vaya, que ha visto demasiado como para conmoverse con una muchachita que implora lastimeramente trabajar en la sección cultural del noticiero de las ocho de la noche.
Después de una aburrida reunión con las infaltables “preguntas-tontas-que-pueden-ser-una-duda-de-muchos”, viene ese momento único, irrepetible, mitológico, que es la entrevista individual.
Allí un expectador privilegiado –no sé, alguien con acceso al sistema de cámaras que se monitorean desde la oficina del Decano, o tal vez algún despistado dirigente del aula que de repente se entera que tiene que participar durante horas de todo el proceso- podría ver un desfile de manos sudorosas, dedos nerviosos, sonrisas forzadas, explicaciones graciosas del tipo “yo soy de Remanganagua, pero me hice el cambio de dirección para Alquízar para estar en la beca, la semana que viene me mudo para Altahabana (donde vivo hace 11 meses), así que por favor acepte esta carta de Radio Enciclopedia -donde he trabajado los últimos cuatro años haciendo reseñas sobre las versiones chill out de temas clásicos- y yo le prometo que la semana que viene” (siempre es la semana que viene) “tengo el cambio de dirección”. (Y San Jorge, digo, Elsa, escucha impasible el montón de historias de muertos, aparecidos y la sombra sonriente de las delegaciones municipales de Vivienda).
(Quisiera hacer una digresión. Sorprende y asusta la cantidad de personas que hacen –o pretenden hacer- cambios de dirección a última hora. Más que la queja por la superpoblación de La Habana vale reformular aquella idea de Cintio Vitier sobre los balseros –“nuestras derrotas” los llamó, o algo así- para hacer una seria reflexión (que no es intención de este texto) sobre el abandono de tantos futuros hijos ilustres de sus pueblos, caseríos, bateyes y ciudades natales. Fin de la disgresión).
Supongo que en su primer año haya soltado un par de lágrimas. Pero con tanto cabroncito suelto y después de una vida de veinte desengaños el corazón se endurece y uno adquiere esa fisonomía de Clint Eastwood después que le matan a la familia.
Y hay que ver con que donaire, con que estilo Elsa dice “No, no hay Jiribilla. No, no hay Cubavisión Internacional. ¿Qué hacemos?”. Y el estudiante inquieto piensa, reflexiona, y recuerda aquel retorcido juego que le explicaron: “Tú pide lo que no quieras, que Elsa te va a ofrecer lo contrario”.
Es curioso, escuchando hablar al estudiante de periodismo sobre sus expectativas laborales, uno se percata de que un periodista recién graduado aspira a cualquier cosa, menos a ser –como la lógica indica- reportero raso. Así, el futuro periodista espera tener horario abierto, tiempo para escribir profusos artículos y reportajes y bajo ningún concepto, repito, bajo ningún concepto, trabajar en Granma. Y es curioso como casi, pero casi nunca se puede a los veintipocos tener, no ya el paquete completo, sino una sola de esas ambiciones.
El estudiante de periodismo que está en años menores y no se ha enfrentado el mito, aprende a temer y a odiar por osmosis a Elsa Agüero. Pero ahí están las cámaras del decano para probarlo; Elsa Agüero es nada más –y nada menos- que una funcionaria, estricta y cumplidora de su deber eso sí, pero que dialoga e intenta hacer comprender a los futuros periodistas que hay demasiadas posibilidades de que no se cumplan sus expectativas acerca de en qué medio trabajarán (de hecho, si fuera alguien de corazón más duro, les diría que sus expectativas no se van a cumplir en ningún medio).
Reconozcámoslo: chistes aparte, la imagen que más cuadra a Elsa no es la de San Jorge (o el dragón), ni siquiera el escéptico galápago centenario. Siendo honestos, tras ver una reunión de ubicación laboral, la imagen más justa que uno se puede formar se acerca a la del alcaide bonachón que se encariña con el condenado, comparte con él su vino y autoriza que tenga prolongadas visitas no oficiales, y que, llegado el día, con los ojos llorosos y un apretón de manos, lo envía, inevitablemente, al paredón.
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