-Ya voy, yaaaaa voooyyyy- Le decía su mamá desde el salón.
Ella encerrada dentro de sus sábanas podía oler el fétido olor de su aliento.
A él, ante semejante manjar, la boca se le estaba haciendo agua.
-¡Mamá!- Gritaba desesperada.
-Que ya voy- Le contestaba su mamá.
-Ángel de la guarda ...- Comenzaba a rezar ella.
-Él se sentaba en el suelo, desplegaba la cubertería y se ponía la servilleta de babero.
Cuando mamá llegó a la habitación, el monstruo rosa ya se estaba comiendo la cabeza de Erika.