Un misterio literario: “The man with a cloak” para Las tres noches de Barbara Stanwyck
Publicado el 16 enero 2012 por Esbilla
Nueva aportación a la cartografía de la carrera de Barbara Stanwyck. Esta vez una pieza minúscula rodada para la MGM en 1951 por el oscuro Fletcher Markle y un film repleto de curiosidades que afectan tanto a su propia naturaleza de pastiche literario como a los singulares nombres envueltos en la producción:
Las tres noches de Barbra Stanwyck: The man with a cloak
*(…) guarda sus mayores encantos en su aire juguetón de pastiche culterano, de historia detectivesca con coartada de época que no es otra cosa que un cluedo romántico y divertido que está facturado, y así deber ser visto, con la misma ironía con la cual su protagonistas arrastran su ambigüedad. No es una gran película. No se trata de eso. Es un divertimento, demasiado alargado, un punto estático pese a una enfática puesta en escena de gustoso barroquismo y con apreciables lagunas de escritura solventadas a golpe de deux en machina. Es, en definitiva ingeniosa, que es una forma menor de la inteligencia. Una que puede ser con frecuencia mucho más agradable y divertida.
También es una pieza curiosa dentro de la producción de una major como la Metro-Goldwyn- Mayer, incluso a la altura de un 1951 donde el sistema de estudios comenzaba a tambalearse por una combinación de factores a la contra entre los que los principales eran la prohibición de monopolio del año 1948 (a consecuencia de esto las
majors perdían el derecho a poseer cadenas de cines, lo cual abría el mercado de la distribución provocando el menudeo de pequeñas independientes) y la eclosión del entretenimiento televisivo a principios de la nueva década de 1951. Uno de los principales cambios introducidos fue la progresiva transformación de la serie b, algo perceptible en un film como el presente: un argumento claramente destinado para un film menor y dirigido por un realizador de poca experiencia hinchado para convertirse en una producción de más fuste mediante la inclusión de diversas estrellas en su reparto. Por un lado dos consagrados,
Barbara Stanwyck y Joseph Cotten, geniales ambos y perfectamente escogidos en función de un físico/actitud ambivalente, por otro un veterano, el gran Louis Calhern, y una promesa, la importación francesa Leslie Caron, para quien la película está en cierto modo diseñada como vehículo de lanzamiento tras su estreno
en
Un americano en París (1951) donde fue descubierta por Gene Kelly. De ahí su papel en principio protagonista ahora y el hecho de rodearla de una cartel lujoso que apuntale el conjunto.Un poco más arriba aludía a que la película es un juego cultista, un trampantojo literario que se justifica en su genial vuelta de tuerca final, casi como el prestigio de un truco de magia donde el raro héroe encarnado por Cotten revela su auténtica identidad, ya apuntada para aquellos familiarizados con las reglas, o simplemente para los atentos, al responder este poeta bohemio, bebedor incansable, pufista convencido y detective improvisado al evocador nombre de Dupin. Pero además la cinta amplía, involuntariamente, esta característica encantadora a su misma producción; es decir resulta ser una pieza llena de aspectos
extravagantes tanto dentro como fuera de la pantalla.(…) continuar
(…) Otra personalidad singular —y que explica por si misma muchas de las características del film, la primera de ellas su naturaleza pulp, pasada claro está por el lujoso filtro Metro, lo cual la romantifica una poco demasiado— es la del argumentista John Dickson Carr, el guión lo firma el clásico Frank Fenton, escritor de novelas baratas que había trabajado (y trabajaría) con constancia para la radio, CBS principalmente al igual que Markle, proporcionando multitud de originales y adaptaciones. Su especialidad fue la «novela problema» o el «misterio de habitación cerrada» un puzzle deductivo que reta el ingenio del lector en pos de resolver un crimen imposible, y tal cosa es The Man with a Cloak, que en el autor se presentaba por el común con cierto regusto esotérico, matizado por conclusiones apegadas a la lógica, y algo hay de esotérico en ese autocrimen que solo un cuervo, siniestra mascota más bien literaria, puede resolver. (…)* continuar